vinosofía

¡Échale gaseosa!

| 03/01/2020 | 3 min, 51 seg

VALÈNCIA.-Algo huele a podrido en Dinamarca (léase mundo vitivinícola) si la alarma se ha puesto en Defcon 3 tras las declaraciones de dos piezas pesadas. Cuando el rey Midas de la distribución nacional (Quim Vila) y el hombre Parker in Spain (Luis Gutiérrez) se juntan para clamar contra un enemigo común, empiezan a retumbar los tambores de guerra. El enemigo bajo el punto de mira es el esnobismo que se ha apoderado del mundo del vino en detrimento de su consumo.

La verdad es que un poco de (auto)crítica le viene bien al sector. El vino, considerado como alimento por la Ley de la Viña y del Vino de 2003, debería ser un componente de nuestra dieta mediterránea y estar presente en las mesas de todas las casas; muy a pesar de los ataques del pensamiento único anglosajón que ha empezado a librar una feroz campaña contra el alcohol (olvidándose como siempre del azúcar y de las hamburguesas). Sin embargo, en los hogares se descorcha siempre menos y en la restauración necesitamos la intervención de la troika (Bélgica, Holanda y Reino Unido) para no hundirnos en la miseria. Es la paradoja ya evidenciada que causa un decrecimiento de las ventas a pesar de encontrarnos ante el momento de máxima calidad en cuanto a producción se refiere.

El problema del escaso consumo doméstico, en parte, se puede achacar al pésimo marketing de las bodegas y denominaciones de origen que, a la hora de promocionar el vino, lo hacen con unos formatos tan soporíferos que dan ganas de volverse abstemios o abrir un Red Bull. Tampoco se entiende por qué en las series españolas se consume cerveza todo el tiempo, mientras que en las americanas, inglesas o germanas aparecen botellas de vino muy a menudo. Será que el lobby cervecero se puso las pilas mientras los bodegueros se encendían los últimos puros.

En los restaurantes y/o bares es otro cantar, aquí la culpa la tenemos en gran parte los profesionales. Se pasa del bar de toda la vida que te ofrece un vaso de vino que no serviría ni para aliñar ensaladas, al temido y amedrentador sommelier de los restaurantes gastronómicos, que antes de servirte una copa te pregunta por el nombre de los pagos primer cru de la Côte de Nuit (Borgoña). Aún peor cuando aparecen individuos mediáticos que desprestigian la profesión con prácticas fraudulentas, tal como reportan las recientes crónicas. No es de extrañar que ante tal altivez y pedantería el cliente acabe por tomarse agua con gas.

LA EXCUSA DEL VINO DE MEDITACIÓN CON SU LITURGIA ME PARECE VACUA: PRIMERO HABRÍA QUE APRENDER A MEDITAR

Este no es el camino: el vino es alegría, es compartir, es socializar. Da igual que lleve madera, que la viña esté cultivada en suelo calizo, pizarroso o arcilloso, que las uvas hayan sido despalilladas, etc.; lo importante es que la copa sea disfrutable, que contenga niveles mínimos o nulos de aditivos químicos y que tenga un precio razonable. Si es ligero y de baja graduación mejor porque puede sustituir perfectamente a la cerveza y, si está demasiado recio, a diluirlo (así se rebaja el aporte glucídico de los refrescos).

El problema es que, mientras el hombre más rico de España ha construido su fortuna acercando la ropa de diseño a las masas, el vino está siendo rehén de esos foodies, bloggers, influencers y esnobs que van a un restaurante pensando estar en un teatro, que escuchan extasiados los soliloquios filosóficos del chef de turno sin haber leído ni a Platón, ni a Kant y que matarían para hacerse con la última botella del fallecido productor de culto. La excusa del vino de meditación con su liturgia me parece vacua: primero habría que aprender a meditar.

Por eso, me alegra que se vayan rompiendo los tabúes y que se reivindique un consumo lúdico (evidentemente responsable) del vino. Que se pierda el miedo a utilizarlo para coctelería (el ejemplo del Spritz es un modelo de éxito planetario), que se descorche haciendo  ruido (con buena paz de los ortodoxos del servicio), que se utilice como aperitivo y como sobremesa. Sobre todo, que se beba. Acompañado de gaseosa si es necesario.

Salut

* Este artículo se publicó originalmente en el número 53 de la revista Plaza

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