VALÈNCIA. Cuando entramos por la puerta de la galería de arte Rosa Santos, su directora nos advierte de que vamos a ver un proyecto muy especial. Y vaya si lo es. En el sótano se despliega una exposición tan limpia como sucia, que convive con el espacio y, al mismo tiempo, genera tensión. Cerámica y flores secas. Agua, jabón y monedas. Bisutería, varias palanganas. Estos son algunos de los objetos que despliega Marina González Guerreiro (Pontevedra, 1992) en Una promesa, un proyecto que condensa gran parte de su trabajo y que, explica ella misma, es casi un cierre de ciclo. Formada en la Universitat Politècnica de Valencia, fue en 2017 cuando 'tomó' el IVAM de la mano del proyecto de arte joven PAM!, siendo esta una de las primeras veces en las que pudimos ver su obra. Entre este proyecto y su exposición en Rosa Santos han pasado tres años, siendo este un curso especial, que la ha llevado también a espacios como La Casa Encendida o Pols ¿Se podría decir que es un éxito? Hablaremos más adelante de ello.
En un contexto convulso para la cultura, las galerías de arte contemporáneo de València nos están dando en este 2020 que estamos a punto de despedir algunas de las exposiciones más interesantes del curso, una fotografía que está presentando nuevos nombres con los que enriquecer el circuito artístico, nuevas voces que no solo proponen en el plano físico sino, también, discursivo. Así pues, nos sentamos con Marina González Guerreiro para charlar sobre su exposición y el arte en general, una conversación en la que nos da respuestas pero en la que, además, muestra sin pudor sus dudas, una reflexión con patas que tiene más de proceso que de final de trayecto.
- ¿Dónde queda la 'promesa' del proyecto?
- El título, 'Una promesa', es en realidad lo único que ha sobrevivido del inicio del proceso. Cuando empecé a preparar el proyecto, en septiembre del año pasado, me interesaba mucho la promesa vinculada al vínculo romántico, algo que ha ido cambiando completamente. Ahora quedan los residuos. Sin embargo, aunque ha ido mutando y abriéndose a otras promesas, a otras esperanzas, decidimos mantener el título porque seguía encajando, solo que se había ampliado y difuminado. Ha quedado como algo más lírico.
-Si el título queda como algo anecdótico, ¿por dónde pasa el nuevo relato?
-A nivel formal me han interesado mucho, y creo que se ve en las piezas, varias dicotomías. Lo limpio y lo sucio, lo ordenado y desordenado, materiales precarios y materiales nobles, etc. Aunque he intentado que, entre una cosa y la otra, hubiese mucha gradación. Mi proceso se basa básicamente en la acumulación, voy rescatando pequeños objetos, cosas de la calle o de la basura, a lo que se une ahora mis ganas de explorar otros materiales más nobles, vinculados a las Bellas Artes, como la forja, el vidrio o la cerámica. Hay algo interesante en rescatar del lodo elementos para luego sacralizarlos.
Pensaba mucho, sobre todo en la pieza central ('Lavadero'), en cómo limpiar lo que no se puede limpiar, cómo ordenar lo que no se puede ordenar. Me interesa mucho esas relaciones, que también tienen que ver con el valor. Ha sido un año de mucha experimentación para aproximarme a un lugar como este, una exposición que supone un cierre de etapa y, a la vez, un inicio.
-Entiendo que el hecho de llevar esos objetos a un espacio como una galería de arte potencia esa contraposición.
-Se puede leer entre líneas cierta crítica, pero no es así. Siempre tengo la necesidad de habitar los espacios en los que voy a a hacer algo y en esta galería me he sentido muy acogida. Si te fijas, he respetado también los tonos, son todos muy suaves. Partí del blanco impoluto de la sala, de ese cubo blanco, para encontrar las gamas de sucios y de limpios. No quería que fuera un choque. Se trataba de habitar ese espacio. Aquí [en la galería] me siento como parte de una genealogía, que viene de otras artistas como Elena Aitzkoa, Chiara Fumai o Greta Alfaro. Mi aproximación al espacio no es de contraposición. Ha sido un proceso de mucho disfrute, la verdad.
-El uso de materiales encontrados podría remitir al arte povera, ¿encaja con tu trabajo este concepto?
-Me interesa mucho el arte povera pero, más que eso, me interesa la relación entre el arte y la vida. Cuando estoy en el taller, más que sentir que estoy produciendo, lo que siento es que estoy jugando o ejercitando. Aunque suene un poco cursi, lo que me interesa es generar instantes bonitos, que muchas veces suceden en privado, en el taller. La exposición, en este sentido, queda como huella de mi rutina. No me preocupa la durabilidad de las cosas... [medita] De hecho, todavía estoy pensando cuál es mi relación con la durabilidad de las cosas. Muchas de mis piezas, en cuanto al cuidado, son como jardines. Tienes que regarlas, mantenerlas... Aunque sean cosas frágiles, mi tendencia es a conservarlas, mientras que otras no me importa. Me muevo todo el rato entre tensiones. Todavía estoy pensando mi relación con la durabilidad, algo que está presente en mí y en el arte povera, en el que hay una presencia constante del tiempo. Es algo que me apasiona.
-No sé si esto tiene que ver con la idea de resultado final, que queda difuminada.
-Aquí tengo mucho que contar [ríe] Pienso mucho en esto. El tiempo es algo que me interesa mucho. En una exposición lo que hago es detener el tiempo. De hecho, en algunas de las piezas he rescatado cosas que he expuesto anteriormente, aunque de otra forma. Si esas piezas vuelven al taller suelo seguir trabajando en ellas. [Se corrige] La palabra trabajo no me gusta para hablar de estas cosas...
-¿Cultivándolas?
-Eso es. Sigo cultivándolas de una forma muy natural. Por ejemplo, uno de los elementos que cuelgan [señala una de las piezas] había sido expuesto solo en Madrid. Aquí la rescato, sumo elementos... Los trato como si fueran mis cosas. Me siento muy cercana al mundo de las manualidades, de la decoración. Muchas piezas las he descompuesto para hacer otras cosas.
-De tu obra dice Paula Noya de Blas: "Facilita la creación de formas y brinda supervivencia a lo que está en mal estado, para contar aquellas otras historias no narradas".
-En esa frase hay algo de rescatar, algo de melancolía y, también, de esperanza. Son palabras que han estado en el fondo todo el rato, conceptos que no son estancos. La frase que me lees está tan bien cerrada que es difícil ampliarla.
-Algunos elementos expuestos se han visto, por ejemplo, en Pols. Como artista, ¿en qué medida cambia enfrentarte a una galería o a un espacio independiente?
-Este año, y lo de Pols y otros espacios independientes lo incluyo, siento que he tenido más visibilidad de la que estoy acostumbrada, un año de profesionalización. Tengo muchos problemas con la figura del artista profesional, es algo en lo que estoy constantemente pensando. Por la misma relación que comentaba antes entre arte y vida. Más que los objetos acabados me interesan mucho los procesos. No el mío, hablo de procesos compartidos. No sé si llamarlo docencia o de otra manera. En cualquier caso, estoy pensando mi lugar ahí. Tengo que reflexionar mucho sobre esto, creo que mi vida va a ser con un pie dentro y otro fuera, porque mis intereses no se reducen solo a hacer mi obra. He encontrado en mis rutinas una manera de relacionarme con el exterior de una forma no normativa. Veo una potencialidad en eso que me gustaría compartir más allá de ser creadora de objetos. Soy muy cauta en el momento en el que estoy, reflexiono mucho sobre cómo encajo yo en esa figura del artista profesional.
-No sé si esa reflexión, además de personal, tiene algo de generacional.
-Depende en qué entornos, no sería capaz de decirlo con seguridad. Lo que pienso es que hay mucha gente en mi generación con esa preocupación, la de recuperar este vínculo entre arte y vida frente a un arte estanco y alejado. Eso sí lo creo.
-Me viene a la cabeza una palabra: éxito.
-Hablemos de esto [ríe].
-Hablas de esa visibilidad, profesionalización, ¿dónde entra o, incluso, qué significa para ti el éxito?
-En la sociedad en la que vivimos me parece muy importante redefinir el concepto de éxito. Me preocupa ser ejemplo de ello, es algo que se suele capitalizar. C. Tangana y Yung Beef representan dos imágenes del éxito: yo estoy más con Yung Beef [ríe] Es el éxito de ser querida a tu alrededor, de tener apoyo para poder desarrollar tus proyectos... Este año ha sido ese, el de encontrar apoyos, espacios e interlocutores. Es una palabra que hay que usar con cautela, por eso prefiero hablar de apoyo. Me gusta tomarme las cosas con calma, pensar en el largo plazo. Esta idea se vincula mucho a los premios, pero yo me veo más como el accésit. Me interesa mucho esa figura. No es el primer premio, pero... ¡ojo con el accésit!