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MEMORIAS DE ANTICUARIO

¿El buen gusto mató la creatividad?

“Es fácil reconocer si el hombre tiene gusto: la alfombra debe combinar con las cejas.” Salvador Dalí

1/05/2016 - 

VALENCIA. ¿Es el buen gusto algo que llegue por educación? ¿Es educar en el buen gusto matar la creatividad, o va el gusto más ligado a la independencia y valentía de juicio?. ¿Fomentar la imaginación desarrolla el buen gusto?

La piedra gótica de la Seu de Valencia fue recubierta de ornamentación académica a partir de 1774 por el arquitecto de Pedreguer, Antoni Gilabert, tal como mandaba el buen gusto de la época. El gótico era cosa de bárbaros. Aquel fue un trabajo de gran calidad que todavía se aprecia en las capillas laterales. Los cánones de la época impusieron darle un toque de elegancia al interior del edificio y arrinconar el oscuro y “minimalista” gótico. En la década de los setenta del siglo XX se cuestionó tal intervención dieciochesca hasta el punto de proceder con martillo y piqueta a “rescatar” la piedra medieval aprisionada por los dorados y las molduras neoclásicas. Batalla de gustos. De hecho era habitual referirse como de mal gusto y “ocurrencia” la de Gilabert al introducir una decoración hasta cierto punto contenida, elegante y majestuosa.

 

Momento histórico y gusto es algo indisociable hasta el siglo XIX. El buen gusto era el que tocaba y había poco espacio para el debate. A mediados del XVIII el buen gusto dominante estaba plagado de curvas e imitaba lo que de asimétrico y libre tiene el movimiento en la naturaleza. En el último cuarto del siglo, con la llegada de los cánones de la academia, todo se dio la vuelta. La razón entra a la palestra y el buen gusto que se impone se transforma en contención, simetría, proporción, orden y líneas rectas. Teniendo en cuenta que por aquel entonces quien no era aristócrata poco tenía que aportar en esta materia, parece claro que con anterioridad a la Revolución Francesa, los criterios del gusto venían establecidos por una élite económica y social. En el siglo XIX es la burguesía la que en aras a copiar a la aristocracia, lleva la voz cantante en eso de las modas decorativas. Hoy en día lo que debe entenderse por buen gusto viene “sugerido” por los medios de comunicación y por las grandes marcas. La imposición que parece que existe detrás de lo que consideramos buen gusto ya la tenía en cuenta el propio Picasso cuando afirmaba que “el mayor enemigo de la creatividad es el buen gusto”. Buen gusto y trasgresión no se llevan del todo bien, hasta el punto de que parecería que ser algo simplemente de buen gusto vendría a ser algo así como quedarse a medio camino.

  Hay artistas que, más allá de sus cualidades, me sugieren la idea de buen gusto. Cuando observo una obra de Sean Scully (por cierto, puedo adelantar que en septiembre se inaugurará una exposición su en nuestra ciudad) lo primero que se me viene a la cabeza es, eso: “ qué buen gusto”. Quizás no le agradaría a un creador como Scully leer esto, en el caso de que mis palabras le afectaran mínimamente, cosa que no sucederá nunca. Se trata es un magnífico artista, no se le podría atribuir la cualidad de genial, pero está especialmente dotado para transmitir belleza, al menos un tipo de belleza clásica. Scully transmite serenidad, una sensación de placidez, de combinación cromática alejada de estridencias. Es un artista cuya obra se acopla a muchos espacios decorativos imaginados de toda índole. Con Scully me viene a la cabeza una frase que leí, ahora no recuerdo de quien, que rezaba: “Tengo buen gusto, el problema es que no tengo dinero para demostrarlo”.

Tengo ejemplos para aburrir de obras o estilos decorativos que me sugieren buen gusto pero una vez más estoy con el filósofo Carlos Fajardo cuando afirma que “El gusto se ha constituido como uno de los conceptos estéticos más problemáticos desde la Ilustración hasta nuestros días”, y estoy con él. Es tan movedizo y peligroso ponerse a hablar doctamente, desde el púlpito del mal gusto como hacerlo, en este caso, del bueno. La palabra subjetividad pende sobre nuestras cabezas y con justicia. No acabamos de salir de la esfera más íntima y personal: el universo formado por las filias y las fobias.

 La ilustración asimiló buen gusto a belleza pero desde entonces lo bello y su opuesto han sufrido una fuerte mutación. El gusto es subjetivo de forma individual pero a su vez es la suma de subjetividades de los individuos de un momento histórico. Desde la época ilustrada las normas sociales, políticas y estéticas han cambiado mucho y con ello también las miradas y los juicios estéticos. Se puede aceptar en una decoración dominada por el buen gusto piezas de arte bellas desde los cánones clásicos pero también de belleza que podemos llamar “negativa”. Un cuadro de Bacon no puede afirmarse que sea bello desde un concepto dieciochesco de belleza y sin embargo según los cánones actuales podríamos plantearnos que sí, al igual que aceptamos la belleza negativa, lo sublime, lo kitsch, lo camp o lo trasgresor...

Bien, llegados a este punto, parece que es algo aceptado que existe un gusto que se nos impone, que es propio de un momento histórico pero, por su propia naturaleza, tal como llega, se va. Pero existe un gusto envuelto en cierto misterio por intemporal. El buen gusto de lo auténtico, de lo indiscutiblemente bueno, excepcional. Aquello a lo que podríamos atribuir la frase de que “lo verdaderamente bueno no pasa de moda”. Hagamos un simil musical apropiado para estos días: sobre Purple Rain no pasa el tiempo, ni lo hará. Como no lo hará sobre la Lonja de Valencia, la Casa Ferrer, un bronce clásico o un cuadro de Turner.

Espero haber arrojado algo de luz con estos dos artículos sobe el mal y el buen gusto, pero como cabe la posibilidad de que lo que haya creado es más tinieblas que otra cosa, me basta con que al menos hayan invitado a la reflexión.

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