VALÈNCIA. En el último festival de la Fundación Tres Culturas en Granada el pasado mes de marzo, Alessandro Baricco comentó que muchos de los males de este mundo vienen de los intelectuales y los poetas. Se refería al culto a la guerra que ha existido siempre en la literatura y en las artes. Citó a Wittgenstein, el hombre más inteligente de la Europa de su tiempo, que se fue voluntario a primera línea de la Gran Guerra atraído por ver y sentir qué era eso. Fue a buscarse a sí mismo en la acción, estando cerca de la muerte. El escritor italiano se remontó a la Iliada para demostrar que esta estupidez consustancial, fundamentalmente, a las personas del sexo masculino, ha existido siempre.
Esta semana, el show de Arkadi Babchenko, el periodista ruso que ha simulado su propio asesinato para ayudar a los servicios secretos ucranianos a desmontar la trama que pretendía asesinarle, me ha hecho recordar a Anna Politkóvskaya. Badchenko, periodista crítico con Putin, tuvo que abandonar Rusia por las amenazas que recibía y se instaló en Praga y en Kiev. Ya hay una persona detenida que ha confesado que fue contratada para eliminarlo.
En viñetas, hay un extraordinario cómic de Igort que recordaba a Politkóvskaya en el que nos encontramos, muy llamativamente, lo que denunciaba a Alessandro Baricco en Granada. Hacía referencia a Chechenia, lugar desde donde Politkóvskaya envió sus textos más comprometedores y sensibles para el gobierno ruso. Decía así:
"Con apenas veinte años, el propio Tolstoi, siguiendo los pasos de su hermano mayor, se alista en el ejército en 1853 y marcha a combatir al Cáucaso. Su esposa escribe: "Está decidido a abandonar a sus hijos porque le divierte cabalgar, admirar la belleza de la guerra, oír el silbido de las balas".
Estos sentimientos tan masculinos contrastan con la vida que llevó la tristemente protagonista de este cómic. Su lema era que escribía lo que veía, sin más. Con simpleza y estoicismo. En Chechenia habló de campos de concentración de los que solo se salía "o muerto o inválido". Contó el caso de un prisionero, encerrado sin acusación alguna, al que le rompieron la columna vertebral, pero le liberaron milagrosamente tras abonar su madre 4.000 rublos a la guerrilla para que liberara a soldados rusos en sus manos.
Escribió sobre un chico de 17 años al que le desgarraron los labios, les serraron los dientes. A un hombre al que le quemaron las manos lentamente. A una chica de 14 años que, tras pretender ver a su madre encerrada, la violaron por turnos los soldados. A un chico de 16 años al que también violaron y le cortaron una oreja, en la prisión le llamaban "María".
A los propios soldados también les ocurrían vejaciones. El teniente Bagreev se negó a disparar a los habitantes de un pueblo para divertirse, tal y como estaban haciendo sus compañeros en una borrachera. Al teniente le dieron palizas, le quemaron con cal viva y lo dejaron una noche enterrado en una fosa. Un capitán, de apellido Fedorov, bajó al interior del agujero y le arrancó una oreja de un mordisco. Este fue un caso especial para Politkóvskaya, que llegó a pedir al Ministerio de Defensa que condecorase al teniente, pero le contestaron "No hay previstos reconocimientos militares ni medallas para tales casos".
La periodista escribió: "Se produce una inversión de valores, lo que es positivo se interpreta como negativo y viceversa. A Bagreev se lo considera un mal soldado, mientras que para nosotros es un héroe porque se negó a disparar a diez personas desarmadas. Para nosotros, es un gran hombre".
El cómic explica que quienes informaron de la situación chechena y otros excesos del estado estuvieron siempre en el punto de mira. En 2009 fueron asesinados en el centro de Moscú la periodista Anastasia Baburova y el abogado Stanislav Markélov, que defendía a personas secuestradas y torturada en Chechenia. Ella investigaba asesinatos cometidos por neonazis. El suyo fue uno más, iban a por Markélov y en el camino se los cargaron a los dos. Él ya había recibido antes una brutal paliza en el metro.
Cerca de domicilio de Politkóvskaya, se asesinó sin motivo aparente a una mujer que guardaba gran parecido con ella. Tenía el pelo gris y una complexión similar. Ella estaba en Viena en ese momento. Sus hijos trataron de advertirla: "¿Pero es que no lo entiendes, mamá? Querían matarte a ti".
La periodista fue mediadora con los chechenos en el caso del secuestro del teatro Dubrovka de Moscú, donde las fuerzas especiales liberaron a los rehenes con gases venenosos que mataron a 177 personas, 40 de de ellos terroristas, había 900 en el teatro.
Cuando se produjo el secuestro de la escuela de Beslán, en Osetia del Norte, donde hubo 334 muertos, Politkóvskaya salió para allá inmediatamente, pero fue envenenada en el avión. La salvó que uno de los pasajeros era un médico.
Dos años después. En una nueva vivienda a la que se había mudado, un hombre se metió en el ascensor con ella y le metió cuatro tiros. Dos directamente en el corazón. Era el 7 de octubre de 2006.
En este tebeo publicado por Salamandra en 2011, Cuadernos Rusos, Igort recopila textos de la periodista, muestra sus recuerdos y viaja al lugar en el que fue asesinada. Del mismo modo, explica el infierno que fue la Guerra de Chechenia tanto para los habitantes de la república caucásica, que vieron cómo les cayó encima un millón de soldados desatados, como para algunos de esos propios soldados, que se vieron inmersos en la locura, volvieron mutilados o locos. Se cita en un momento el escalofriante testimonio de La Guerra Más Cruel los recuerdos de la contienda de Arkadi Bábchenko, un soldado que estuvo allí.
No hay épica en la vida de Politkóvskaya. No luchaba contra un enemigo con fuerzas proporcionales. Fue aplastada y seguramente era consciente de cuál iba a ser su destino. Una trayectoria que sirve para que hagamos la reflexión que se hacía Baricco, sobre qué, cuándo y cómo se produce el heroísmo. Y para cerciorarnos de que no hay belleza en los conflictos.