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'valencia retratada'

El diario de Jules Ainaud: las fotografías que recuperan la Valencia de 1870

30/08/2016 - 

VALENCIA. "Cuando estemos muertos, descansemos bajo tierra, las flores se hayan marchitado y la memoria de las personas que nos quieren haya desaparecido, ¿qué quedará de nosotros salvo las imágenes fotográficas?". Con estas palabras el fotógrafo francés Jules Ainaud resume en su dietario la importancia de la imagen en un momento en el que, precisamente, era él uno de los encargados de firmar las postales que años después resultarían indispensables para conocer la Historia reciente de Valencia. Basado en hechos reales, aunque ficcionado, este fragmento forma parte del diario de la Valencia retratada (Editorial Sargantana), en el que el profesor universitario Francesc J. Hernàndez bucea entre las fotografías que completan un mapa con muchos puntos en común casi 150 años después de ser capturado. 

El discípulo de la Casa Laurent logró cultivar un nombre propio más allá de la compañía en la que trabajaba. El francés, que encontró el amor en la malagueña Ana Sánchez y pasó sus últimos días en Barcelona, capturó escenas y escenarios cotidianos desde Alicante a Tarragona, siendo entre los meses de mayo y julio de 1870 cuando sus ojos se posaron sobre la capital del Turia. Su estancia no pasó desapercibida para los vecinos ni los medios de comunicación, cuya presencia causó extrañeza y curiosidad al mismo tiempo. 

"Hace unos cuantos días llamamos la atención de nuestros lectores, hacia un fotógrafo extranjero que al parecer, que mediante un aparato que le permitia funcionar al aire libre, estaba sacando vistas de la Catedral y del Miguelete (sic)", publicaba el diario Las Provincias al respecto de la visita de Ainaud, un artículo real recogido por el profesor universitario. 

Ainaud, enviado a Valencia para capturar lo cotidiano de la ciudad en 1870, formaba parte de un gran engranaje que, en última instancia, ha supuesto uno de los mayores archivos gráficos de ámbito nacional. La maquinaría estaba dirigida por Jean Laurent, uno de los grandes pioneros de la fotografía en España y Portugal, que a su llegada a España rápido logró posicionarse en el sector firmando encargos de la propia Casa Real. 

Fue a los 64 años, en 1881, cuando Laurent decidió retirarse y dejar la empresa a su hijastra y su marido, Catalina Melina Dosch y Alfonso Roswag. La pareja continuó con el negocio una vez falleció su impulsor, explotando el rico archivo creador por éste y generando más imágenes. Sin embargo, las deudas ahogaron a la familia que en 1900 vendió la empresa a Lacoste, quien continuará su explotación hasta la Primera Guerra Mundial. Tras cambiar nuevamente de manos, finalmente fue el Estado Español que en 1975 adquirió el fondo fotográfico, pasando años más tarde a estar custodiado por el Instituto de Patrimonio Histórico Español.

La Valencia retratada, la de Jules Ainaud, no es solamente la de las arquitecturas históricas, del Palacio de Dos Aguas al Miguelete pasando por las iglesia de Santa Cruz o la peluquería Tiffon de la calle del Mar, también es la de sus habitantes, historias en las que convive el amor, la muerte, la enfermedad y las estampas cotidianas. 

De la ficción a la realidad

Francesc J. Hernàndez firma este curioso dietario que nada entre realidad y ficción. Profesor del Departamento de Sociología y Antropología Social y del Instituto Universitario de la Creatividad e Innovaciones Educativas de la Universitat de València, a lo largo de estos años ha participado en publicaciones colectivas sobre el mundo de imagen de la mano de la propia UV o la Institució Alfons el Magnànim-Centre Valencià d'Estudis i d'Investigació, así como en revistas como Archivo del Arte Valenciano o Quaderns de Filologia

Junto con el también profesor de la UV Marco Coronel y el profesor de la UNED Francisco Calero, Hernàndez recuperó en 2015 un fragmento de un manuscrito perdido del humanista Joan Lluís Vives, un texto breve, de unas quinientas palabras, que fue presentado durante unas jornadas conmemorativas del 475 aniversario de la muerte de Vives. Este texto fue transcrito por el filólogo Willem Canter en uno de sus libros, publicado el 1564, veinticuatro años después de la muerte de Vives. Posteriormente lo copió el bibliotecario de Heidelberg Jan Gruter (1604).

De esta forma, las investigaciones realizadas por los tres profesores de la Universitat de València permitieron establecer el vínculo entre aquella transcripción y el testimonio de Willem Simon (1556), que dio noticia del manuscrito perdido en el prólogo de su antología de epístolas de Vives. La investigación ayudó a explicar por qué el fragmento fue ignorado por los estudiosos de Vives, como por ejemplo Gregorio Mayans, que confiaron en una afirmación errónea del bibliógrafo Conrad Lycosthenes (1551).

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