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‘El mejor del mundo’, nodos y vidas posibles con Juan Tallón

Anagrama publica esta novela de protagonista siniestro y cautivador que pronto cambia de ritmo y se convierte en lo que podía ser, sí, pero no esperábamos

25/11/2024 - 

VALÈNCIA. Cierto científico brillante considera que a la escala más elemental posible, el espacio-tiempo está constituido por un intrincadísimo tejido cuyos nodos —allí donde las hebras infinitesimales se conectan— son los granos indivisibles del espacio. Partiendo de allí, del continente mismo de lo esencial, a medida que alejamos el foco encontramos esa estructura reticular en multitud de entornos. No en vano el gran fenómeno de los últimos tiempos previos a la inteligencia artificial, las redes sociales, se llama así, un nombre acertado como pocos en su acepción de trampa. 

La realidad, al menos para nosotros, los humanos, es un telar de causas y consecuencias: los nodos son aquellos lugares de los que parten trenes existenciales en diferentes direcciones, estaciones para las decisiones; cruces de caminos, al fin y al cabo, en los que lo que puede ser se bifurca en busca de su propia trayectoria. Quien más y quien menos se ha visto alguna vez en esas: al borde de un cambio drástico de rumbo, las llaves del coche en la mano con restos en la sangre de la última fiesta. No tiene por qué pasar nada, la secuencia es improbable: el control, el agente, los metabolitos en cantidades detectables y delictivas. 

La mano duda antes de arrancar el motor. No obstante, aún queda una penúltima oportunidad. El vehículo ronronea en el hueco anónimo que ocupa en la calle. Un último escalofrío al imaginar las alternativas más nefastas. Por fin el pie pisa los pedales y un camino comienza a ser recorrido. Esta, por supuesto, es una versión espectacular, evidente y simplificada. La verdad es que cada instante es un cruce de caminos, aunque para nuestra percepción sea más cómodo organizar los hechos en grandes eventos, o quizás no solo más cómodo, sino la única forma posible de gestionar el inconcebible árbol probabilístico de algo para lo cual el nombre universo se queda corto. 

En una de las ramas de esta abstracción matemática, el escritor Juan Tallón escribe El mejor del mundo y Anagrama lo publica. Alguien lo lee y toma estas notas para una presentación que no sucede en esta línea temporal, pero que puede haberse desarrollado o estar desarrollándose en estos instantes, con leves matices a lo planeado o de un modo totalmente diferente: “El Apolo, un ataúd recubierto de pan de oro; el padre y Antonio, que enseguida se nos muestra como un personaje siniestro del que sin embargo queremos saber más y más. La boda suspendida, la relación paternofilial. La extrañeza del after al final del laberinto, la DMT (N,N-dimetiltriptamina), la violencia, y la primera extrañeza en forma de luz. La gente que salta de las azoteas, una desconocida, y su madre. Los muertos: el abuelo empujado por las escaleras, el desconocido cegado en un baño irreal. Los capítulos que desfiguran el tiempo y los hechos. El dedo cortado con una sierra (conozco a un hombre al que le falta un dedo para el que su hija hizo un pequeño ataúd), y también sé de esas sierras por recuerdos familiares que ya casi no existen. Alboraia. Operarios de una sierra circular en una fábrica de muebles a los que siempre les faltaban dedos. La extinta industria del mueble valenciana. En las páginas 88 y 89 se habla de la disolución de las memorias. Es imposible que exista lo que se olvida. Esto es una clave”. La idea en origen era escribir un artículo sobre la novela en línea con los habituales de la sección —lo cual no significa, vaya por delante, que dichos artículos repliquen fórmulas estándar, que sean perezosos, ni mucho menos—, y puede que ese artículo discurra en otra senda, pero en esta la cadena de acontecimientos lleva hasta aquí, a un revisitar un texto incompleto, una introducción que no fue, a abrir el libro por las páginas marcadas para no dejar escapar pasajes memorables como este: 

“Le hace gracia que de vez en cuando enumere también cosas que no hizo. Hay en las libretas planes ambiciosos, planes modestos, planes apacibles, el gran plan de una vida o el pequeño plan de la semana que viene que al final no sale. Iba a hacer cosas, y al final se desbarataban, como si la vida estuviese conformada en buena medida por casis, inevitablemente, incluso en las existencias más confortables y felices. «No volé a Italia a conocer a Juan Ramón I.» «Iba a reformar el piso, pero no es el momento.» «No fui a ver la película de Ray Loriga.» «No escribí el poema que le había prometido a Belén.» […] Muchas de las cosas que no ocurren siguen metidas en su cabeza a lo largo de otras entradas. No mueren sin más. Y como todo el mundo quiere algo, y el deseo de conseguirlo es la energía que nos levanta de la cama y nos lleva a cada uno por un sitio cada día, lo que no pasa en un momento dado pasa más tarde”. 

A lo largo de este artículo se ha ignorado deliberadamente una verdad que no por obvia es menos relevante: de los nodos no solo se sale, en ellos también se converge; no podría ser de otra manera por la propia naturaleza del nodo. En El mejor del mundo el irascible Antonio, padre devoto y paranoico de su estirpe, animal devastado y aterrorizado por un fenómeno cataclísmico de la soledad, decide recorrer el camino, que en este caso es de algún modo desandarlo, para aterrizar en México, dejar pasar el tiempo como quien pisa las huellas de su propio rastro, ir en pos del local interrealidades, de la singularidad hedónica envuelta en humo, de la madriguera del conejo blanco a la que se accede a través de diferentes estancias conectadas como a causa de un glitch o como en un relato de China Miéville y que desembocan en un antro, en el escenario de un crimen, de nuevo en el nodo a partir del cual todo es posible, incluso volver a ser la persona que ya no somos. 

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