VALÈNCIA. Aunque sin inauguraciones oficiales ni presentaciones a prensa, tal y como ha decretado la Conselleria de Cultura, los museos de la ciudad de València siguen operando, aunque con perfil bajo, un circuito expositivo que esta semana suma una de las principales apuestas de la temporada, la muestra en torno a la pintura Rosario de Velasco (Madrid, 1904 - Barcelona, 1991). La exposición, que presenta al público desde este martes el Museu de Belles Arts de València, es fruto de la colaboración con en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, instituciones que han trabajado por recuperar y reconstruir la historia de la artista, un legado que, en gran medida, estaba desperdigado y falto de estudio.
Es precisamente por ello que la periodista Toya Viudes de Velasco, sobrina nieta de la artista, inició a través de las redes sociales y los medios de comunicación una campaña para encontrar las obras que se creían desaparecidas, una llamada gracias a las que han localizado numerosas piezas que dieron forma, junto con las que ya sumaban las mencionadas instituciones y la familia, a la exposición que se pudo ver hace algunos meses en Madrid. El proyecto recala ahora en València con una versión ampliada, pues en este tiempo han aparecido nuevas piezas, tal y como desveló Toya Viudes de Velasco en una reciente entrevista con este diario
La exposición, comisariada por la propia sobrina nieta de la artista junto a Miguel Lusarreta, reúne una treintena de pinturas de los años 20 a los 40 del siglo pasado, los primeros y más destacados de su trayectoria artística, así como una sección dedicada a su trabajo como ilustradora, con ejemplos como su trabajo para la edición de 1928 de Cuentos para soñar, de María Teresa León, o para Cuentos a mis nietos (1932), de Carmen Karr, un recorrido que va de lo oficial a lo íntimo, de esas grandes pinturas que ganaron premios a aquellas que llevan años ocupando salones sin saber a ciencia cierta su valor.
Así, junto a pinturas conservadas en museos, como su famoso Adán y Eva (1932), del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía; La matanza de los inocentes (1936), del Museu de Bells Artes de València; Maragatos (1934), del Museo del Traje de Madrid, o Carnaval (anterior a 1936), del Centre Pompidou de París, se exponen obras guardadas en la familia de la artista y en colecciones particulares, una recopilación inédita que nace con el objetivo de reivindicar su obra y, también, de reconstruir su trayectoria.
En este sentido, la búsqueda de obras de la artista que se ha llevado a cabo a través de redes sociales y medios de comunicación ha permitido localizar en colecciones particulares cuadros perdidos, como Cosas (1933), Maternidad (1933), Gitanos (1934) y Pensativa (1935), así como varias ilustraciones de libros o un dibujo preparatoria del óleo Carnaval (anterior a 1936), pero también descubrir algunas obras de las que no se tenía noticia, como Bodegón con peces (hacia 1930) o Niñas con muñeca (1937). El trabajo de investigación, con todo, continúa y todavía hay alguna cuenta pendiente por localizar, como Baño o Circo.
La obra de Rosario de Velasco es un magnífico ejemplo del denominado “retorno al orden” en España, informan desde el museo, un movimiento paralelo a la Nueva Objetividad alemana y al Novecento italiano, con un estilo que supo combinar tradición y modernidad. Así, Rosario admiraba a pintores como Giotto, Masaccio, Piero de la Francesca o Mantegna, a Durero, Velázquez y Goya, pero también a los artistas de vanguardia, como De Chirico, Braque o Picasso y a los protagonistas de esa vuelta al orden en Alemania e Italia que conoció a través de revistas y exposiciones celebradas en los años 1920 en Madrid.
Nacida en Madrid, Rosario de Velasco inició su formación artística a los 15 años en la academia del pintor Fernando Álvarez de Sotomayor, miembro de la Academia de San Fernando y director del Museo del Prado en dos ocasiones. De esos años es su Autorretrato (1924), en el que firma ya con un monograma compuesto por las iniciales R, D y V, inspirado en el de Durero y que ha sido fundamental en la labor de localización de algunas de sus pinturas. Más adelante se relacionó con pintoras y escritoras como Maruja Mallo, Rosa Chacel o María Teresa León y cosechó éxitos en diferentes certámenes como la exposición Nacional de Bellas Artes de 1932 o el Concurso Nacional de Pintura.
Al estallar la Guerra Civil, su militancia falangista y su entorno familiar la llevan a abandonar Madrid. Viaja primero a València y después a Barcelona, a Sant Andreu de Llavaneres, donde conoce al médico Javier Farrerons que se convertirá más tarde en su marido y que logró liberarla de la cárcel Modelo de Barcelona, donde estuvo detenida. Terminada la guerra, Rosario se instala en la Ciudad Condal con su marido y su hija María del Mar.
En 1939 participa en la Exposición Nacional de Pintura y Escultura, en València, y en 1940 presenta su primera exposición individual, en Barcelona, tiempo desde el que cada vez expone con menos frecuencia, una etapa madura en la que la pintura pasó en cierta medida a un segundo plano, aunque en 1944 fue seleccionada para el II Salón de los Once, organizado por la Academia Breve de Crítica de Arte, impulsada por Eugenio d’Ors para dar a conocer el arte de la primera posguerra.
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