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El músico Damon Krukowski homenajea al ruido humanizador en 'The New Analog'

Qué es señal y qué no lo es, qué es analógico y qué digital o cómo nos relacionamos con la música son algunas de las preguntas a las que el autor da respuesta en el libro centésimo de esta fabulosa colección de Alpha Decay 

18/12/2017 - 

VALÈNCIA. El concepto está presente en cualquier faceta de nuestras vidas; no sería descabellado asegurar que lo leemos o escuchamos varias veces al día en contextos muy distintos: puede que llegue a nosotros acompañando a “revolución”, evocando un punto histórico de no retorno en cuanto a la tecnología; o acomodado entre “televisión” y “terrestre” y reducido igual que estos dos términos a siglas para referirse a un aparato decodificador a la venta en bazares, cada vez menos necesario. Inquieta encontrarlo siguiendo a “huella” para definir el rastro que vamos dejando de forma consciente o insconsciente a medida que nos paseamos por esa nación de nadie y de todos que es internet; otorga unas cualidades muy útiles a un certificado oficial que nos permite operar de forma telemática, completa el nombre -clásico- de varias cabeceras dotándolas de un cierto halo retrofuturista tal y como lo haría el prefijo “ciber”. Aparece de la mano de “industria”, de “arte”, de “moneda”, de “transformación”. Y pese a todo, pese a ser casi sinónimo de modernidad, sus orígenes son tan modestos pero tan elementalmente esenciales como su propia etimología señala: digital viene del latín digitalis, relativo al dedo.

Digital es todo lo que sabemos y mucho más, incluso lo que nunca pensaríamos que lo es. Porque, ¿qué significa que algo sea digital? Lo contraponemos a lo analógico, pero, ¿entendemos qué implica que algo sea analógico más allá de que tenga manecillas en el caso de un reloj, y no unos números cambiantes alimentados por electricidad? Seguramente no. Afortunadamente, el músico estadounidense Damon Krukowski, exlíder de la banda Galaxie 500 y autor de The New Analog. Cómo escuchar y reconectarnos en el mundo digital, el libro número cien y último de la colección Héroes Modernos de Alpha Decay, nos lo explica de un modo muy asequible: “Lo analógico se refiere a un flujo continuo de información, mientras que en lo digital ese flujo es discontinuo. Esta distinción es más antigua que la electrónica, y mucho más aún que los circuitos integrados. Cualquier división de la información en pasos separados es un proceso digital: desde contar con los dedos, pasando por calcular con un ábaco hasta (al menos desde el punto de vista de los músicos) marcar notas en una partitura”. Contar con los dedos es digital. No podría ser de otra manera, y sin embargo, quién lo diría. El cálculo digital puede ser algo muy primitivo o muy actual, según se mire y se entienda.


Pero este libro que tenemos entre manos no va sobre lo digital, o al menos, no exclusivamente. Su título da pistas, aunque no menciona el concepto determinante, el que vertebra todo lo que Krukowski tiene para ofrecernos, que es un análisis muy inteligente y muy lúcido sobre nuestra forma de relacionarnos con el sonido, con la música, y extrapolando sus tesis a todos los aspectos de la existencia humana, con el mundo. The New Analog es sobre todo una reivindicación acertadísima del ruido como elemento humanizador. Pero habrá que explicar antes, igual que hicimos con lo digital y lo analógico, qué es el ruido, más allá de su simplificación como molestia auditiva. Y nadie mejor que él para hacerlo: “El ruido, para un ingeniero de sistemas electrónicos, es cualquier cosa que no sea una señal. Los medios analógicos siempre incluyen ruido. Los esfuerzos por minimizar el ruido en los entornos analógicos ajustan su relación con la señal […], pero nunca lo eliminan del todo. Una vez se tiene una definición de señal, el entorno digital puede filtrar el ruido por completo; es fundamental para su eficiencia como medio pensado para las comunicaciones”. Krukowski lo trata en su libro, pero sin duda todos lo hemos experimentado al hablar con alguien mediante un teléfono moderno o smartphone: si nuestro interlocutor no habla, es posible que pensemos que se ha cortado la llamada. Cuántas veces no habremos preguntado aquello de “¿sigues ahí?”, y cuántas veces habrá resultado que sí, que sigue ahí, que simplemente guardaba silencio unos instantes por culpa, por ejemplo, de alguna distracción puntual.

 

Como si de una cámara anecoica se tratase, estos aparatos silencian de un modo realmente asombroso. La función fática del lenguaje, antes puesta en práctica más para demostrar atención con ahás y síes que para comprobar el buen estado del canal, está más en boga que nunca. Esto es así gracias a que nuestros smartphones han sido diseñados para permitirnos comunicarnos incluso en las condiciones más adversas. Han eliminado el ruido. Y el ruido era el sonido de fondo de nuestra casa, una olla bullendo, un compañero de piso llamándonos, un perro ladrando, el rumor de la calle filtrándose por una ventana a medio abrir. Pero no solo eso: con la eliminación del ruido, hemos perdido facultades para orientarnos, porque el ruido nos ayuda a ubicarnos en el entorno; nos advierte, nos marca, nos encamina hacia un lugar o hacia otro. El ruido, como afirma Krukowski, “comunica tanto como la señal”. Si algo ha logrado el autor en su ensayo es darle al ruido la entidad que merece sin caer en nostalgias vinílicas facilonas: Krukowski ha elaborado toda una teoría del ruido -apoyado, por supuesto, en un número considerable de fuentes autorizadas- que da argumentos a todos aquellos que hemos sentido la voz del ruido susurrándonos que no todo es perfecto en la asepsia inodora de cristal, que algo no va bien, que es hora de que Neo se deje de sospechas y despierte de una vez. Que la supresión absoluta de la imperfección, lejos de mejorar, homogeneiza, uniformiza, resta unicidad.

Aclaremos que The New Analog no es un ataque a lo digital. Atacar lo digital por el hecho de serlo sería de una simplicidad que no cabe en el discurso de Krukowski; su intención es quitarnos la máscara de unos y ceros que nos impide ver con claridad que quienes deciden qué es ruido, y por tanto, qué se debe descartar, no son solo productores o ingenieros, sino también responsables de las mayores empresas del sistema, y que les estamos otorgando un poder inmenso. Ruido es desplazarse hasta una tienda de barrio para comprar un disco, hablar con el empleado de la tienda, escuchar conversaciones ajenas, oír sonar canciones que no nos interesan. Ese es el ruido del acto de adquirir música. Ruido es aquello que el “descubrir” de Spotify -una maravilla de la interpretación de datos cuya complejidad es incluso mayor de lo que suponemos- se deja fuera de las recomendaciones. Ruido es lo que Facebook considera que no es interesante y en consecuencia, excluye de la ecuación. Los pezones femeninos son ruido para Mark Zuckerberg. Una madre dando de mamar puede serlo también. Sin embargo, la violencia, la homofobia, el machismo, las amenazas a depende quién no chirrían tanto en los oídos de quienes etiquetan el ruido en las redes sociales. Los titulares sensacionalistas, el click baiting o las fake news -paparruchas, en español-, son señal. Señal de que algo pasa.

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