Raúl, y solo Raúl, puede ostentar este título, porque este monarca del chivito lo patentó y con él, y otros bocatas, peta el Nuevo Oslo
En orden; La pared del fondo está dedicada a carteles falleros de todas las épocas. Son originales, comenta Raúl. Bajo la colección, hay tres comisarios de policía —deduzco el cargo por placas, sus caras curtidas y distendidas, la curvatura de sus saciados estómagos y la camaraderia con la que se tratan. Hablan de vacunas. Diría que están en la edad maldita en la que no les pilla ni una franja ni otra de inmunización, pero no parece importarles—. A la derecha de los oficiales, hay pósters e imágenes de Michelin, pero no de las codiciadas estrellas con su arribismo y sus macarons, sino de Bibendum, la mascota de la marca de neumáticos. En ese trozo de muro hay de todo sobre la Bultaco y otras grandes marcas de motos. Casi enfrente, está la cocina. Y al lado del lugar donde surgen las viandas que atiborran la vitrina, se encuentra mi pared favorita: la dedicada a Fernando Esteso y Pajares. Pero sobre todo a la filmografía de Esteso.
Casi en la puerta, en una esquina, se encuentran las máquinas tragaperras y un repertorio de motivos sacados de un casino. Ahí están las mesitas con más privacidad. El rincón es todo luces, y monedas desapareciendo al igual que uno de los bocatas recomendados, el de pisto, embutido (longaniza, chorizo y morcilla) patatas y huevo frito, desaparece del plato. Sin mesura, sin remilgos.
En el muro que hay tras la barra, una colección de láminas diseñadas por Virginia Lorente en las que se ven imágenes de la València más representativa. Por aquí y por allí hay carteles de anuncios de naranjas, una colección de naipes Fournier, billetes antiguos, horror vacui y un altar al Valencia Club de Fútbol.
«Te voy a contar mi historia desde el principio. Empiezo con mi padre poco a poco, mi padre tenía el bar de enfrente —cruzando la calle Doctor Sanchis Sivera—. Era el Oslo de toda la vida, que llevaba 37 años allí. Entonces yo empiezo a ayudarle». Raúl Bermejo es el propietario del Nuevo Oslo y la reencarnación del camarero perfecto. Camiseta blanca, tirantes, pajarita. Hijo de hostelero y del buen servicio. «Mi padre tenía pensado crecer, el local se le quedaba pequeño, pero le salió un cáncer de páncreas. Ni bebía ni fumaba. Llegó a saber que yo me cambiaba aquí, pero no llegó a verlo. Con 21 años monté este, por lo que llevo aquí 18 años. Hace dos años hice más el cambio, lo reformé y aunque ya tenía almuerzos, lo orienté aún más, introduje el cremaet y todo eso. 18 años más 37 de mi padre. Toda una vida».
¿Y el nombre? «Oslo se llamaba el que tenía mi padre allí. Él cogió el traspaso del bar y ya se llamaba así. Yo fui a patentar Oslo, pero ya estaba. Ahora lo que tengo es la marca registrada de ‘El rey de l’esmorzaret’. Que es hacia dónde va el futuro. Sirve para crear contenido, crear una marca. Ahí surgió el photocall de la entrada». Conforme entras en el Nuevo Oslo y miras a la derecha, hay una reproducción de Raúl, con estética de ninot, a modo de photocall. También varios posters enmarcados en los que él es el protagonista. Tiene algo de meme. De paraíso de la singularidad.
Aunque Raúl no quiere hablar de un bocata estrella, para no catalogarse, en Nuevo Oslo hay especialidades como el Satélite, el bocadillo recomendado por Esmorzaret. «Huevo frito, pisto, lomo y patatas. Me mola mucho. También probé otro, que me pareció una maravilla, de estofado. Muy blandito, muy suave. También hay uno de pollo con salsa muy recomendable».
Raúl se explica: «No quiero catalogarme en un bocata, ten en cuenta que tenemos 25 o más bocadillos, y sus combinaciones. Tienes para elegir entre muchas opciones, además vamos cambiando cada cierto tiempo. Los bocadillos se nos ocurren a todos, entre el cocinero y el resto de trabajadores». La vitrina del Nuevo Oslo es la cornucopia del almuerzo: tortillas, embutido, habas fritas, pimiento ídem, todas las carnes posibles, también algo del mar, creatividades y chivitos —clásicos o de hamburguesa— bajo demanda. «El secreto para que funcione, además de la calidad del producto, es el servicio que damos. Estamos día a día compitiendo. No se puede fallar nunca».
Para beber, la cacharra. Un formato de bebida que bien podría contener un batido en formato estadounidese, pero sirve para alojar la marca de birra más consumida en València. Al día sirven 10 litros de cremaet. «Vuelan. Los preparo la noche previa, así tengo macerando las pieles de cítricos y la canela».
Le pregunto a Raúl si esto del almuerzo se nos está yendo de las manos. El fervor por el bocata y la sobreingesta de cacahuetes y encurtidos. Fuera, en la terraza, hay colas para conseguir mesa, y eso que es martes. «No creo que el almuerzo sea una burbuja, es ahí adónde vamos, la pandemia nos ha traído más almuerzos, y València siempre ha sido una referencia. Hasta que vuelvan los horarios normales, muchos establecimientos se van a tener que centrar en el almuerzo, cosa que yo llevo haciendo durante mucho tiempo. Quieras o no, voy por delante en ese tema. Mucha gente dice que encontrar bares así, en la capital, no es fácil».
A Raúl no se le escapa ni un cliente. «Ahora estoy contigo», les dice a todos. Y con todos y todas está. Tiene la sonrisa que toca, el chiste preparado, el comentario de actualidad. Coordina sala y cocina sin tener que levantar el tono. No deja pasar un saludo o un agradecimiento. Si vas a su casa, te lo agradece. El Nuevo Oslo tiene clima mediterráneo.