Hasta tres dramaturgos se atreven con los clásicos del descarnado diseccionador del alma humana
VALENCIA. Sus obsesiones eran el alcoholismo, la soledad, la incomunicación, la marginalidad, la homosexualidad y la locura. Todas eran pulsiones personales, así que su obra supura las heridas de su vida. Tennessee Williams inició su carrera con tan sólo 12 años y vistió de lirismo los conflictos personales de su existencia y de la de aquellos que le rodeaban, hasta universalizarlos.
Su obra se enmarcaba en una tradición literaria enraizada en la cultura estadounidense desde el final de la Guerra Civil hasta la posguerra de la II Guerra Mundial, “una instancia crítica -o más bien autocrítica-, de la propia realidad circundante, una puesta en cuarentena del American Dream que con el correr de los años, desde los Padres Fundadores, se va convirtiendo progresivamente en pesadilla”, asevera Juan José Coy en su volumen de ensayos “Entre el espejo y el mundo II. Texto literario y contexto histórico en la literatura norteamericana”, publicado por la Universitat de València.
Superada la treintena, todo actor teatral que se precie, anhela interpretar a uno de sus personajes atormentados. El villarealense Sergio Caballero ha optado por el doble o nada. Esto es, además de calzarse la escayola, la ebriedad y la amargura de Brick en La gata sobre el tejado de zinc, acomete la dirección de la versión a cargo de Juli Disla que hasta el 1 de noviembre está programada en el Teatro Rialto.
El reto se agudiza en lo odioso de las comparaciones, porque a nadie que acude al teatro se le disipa inicialmente la pareja conformada por Paul Newman y Elizabeth Taylor en la traslación cinematográfica dirigida por Richard Brooks en 1958. “Es un daño colindante, pero cuando te centras en lo que quieres contar, terminas distanciándote y sigues tu camino. La historia está explicada con menos tramas, hemos limitado los personajes a tres y destacado unos conflictos puntuales”, quita hierro Caballero.
Tanto es así, que en la dirección de escena de La gata, como han titulado la adaptación, ha abrazado el medio audiovisual, con una puesta en escena diáfana y panorámica, en un guiño al formato CinemaScope, para el que han necesitado bajar el techo. La banda sonora también arropa la acción con dejes cinematográficos, subrayando los picos emocionales. Y la carteleria, firmada por la ilustradora Paula Bonet, asemeja un póster de cine clásico. “Hemos pretendido dar otras herramientas a un espectador cada vez más relacionado con el mundo audiovisual sin perder la esencia del teatro”, apunta el actor-director.
Los conflictos expuestos por Williams en la obra, que fue merecedora del Premio Pulitzer en 1955, se han reducido a tres en este montaje: la mentira, el conflicto familiar y los problemas de pareja. “Vivimos en una sociedad en la que todo ha de ser correcto, necesitamos la aprobación de los demás. Y en las relaciones, por no querer herir, te callas, con lo que al final provocas que el vínculo se corrompa. La obra invita a romper moldes y etiquetas, porque, de lo contrario, te vas encerrando en ti mismo como un tupperware y te vuelves hostil, acomplejado y triste”.
Han pasado 60 años, pero el texto ha alcanzado la condición de clásico. “Sucede como con los conflictos que aborda Shakespeare: los humanos no pasamos de moda. En los años cincuenta se censuraba la homosexualidad, y en Canal 9 nos censuraban scketches de Autoindefinits”, compara Caballero.
Carme Portaceli también aprecia una condición “atemporal” en el corpus del autor de Misisipi, “que permite que el paso de los años se puedan hacer mil millones de lecturas desde el hoy”. Precisamente, la dramaturga y directora valenciana prepara una relectura contemporánea de La rosa tatuada. que subirá al escenario del Teatro María Guerrero de Madrid del 29 de abril al 19 de junio del año próximo.
“Podemos aportar otras ópticas y desde mi visión, esta obra es un canto a la vida. Veo humor por todos los sitios, su protagonista, Serafina, es una heroína positiva y su estado de ánimo lo tiñe todo”, avanza Portaceli.
La viuda italo-americana se somete a un encierro para guardar luto a su marido, acatando las normas impuestas por la sociedad. “Pero, poco a poco descubre la hipocresía de su vida y, sin proponérselo, afloran sus deseos no reconocidos. Tiene que elegir entre el sexo y la muerte, entre la vida y el ostracismo. Y elige vivir, no puede dejar pasar su vida como si tuviera otra, porque no la tiene”, detalla la directora.
Al frente de la obra se encuentra Aitana Sánchez-Gijón que no se arredra ante las posibles comparaciones con Anna Magnani que se hizo con un Óscar por su papel de Serafina en la película de 1955 dirigida por Daniel Mann. Tampoco lo hizo la actriz española en 1995 al interpretar a Maggie en La gata sobre el tejado de zinc en una versión de Manuel Ángel Conejero dirigida por Mario Gas.
Tampoco le ha desalentado a Silvia Marsó el recuerdo de Katharine Hepburn en la producción televisiva de 1973 de El zoo de cristal, firmada por Anthony Harvey, o el de Joanne Woodward dirigida por su marido Paul Newman en la versión cinematográfica de 1988. La versión teatral de este drama se despidió de Madrid este verano y ahora se encuentra de gira. La trama guarda un paralelismo con la crisis económica actual, puesto que está ambientada en los años de la Gran Depresión.
“La vigencia del texto también reside en el mundo de los sentimientos y en el de las emociones. Esto es, en la búsqueda de nuestro propio camino desde jóvenes, en el enfrentamiento generacional entre padres e hijos y en el carácter soñador del protagonista, porque, afortunadamente, sigue vigente la ilusión”, resume el autor de esta adaptación, Eduardo Galán, quien además de recurrir a la elipsis para hacer más digerible la intensidad del drama, ha potenciado la veta del humor como válvula de escape.
“La obra subraya la necesidad de independencia y es un escrito exculpatorio de Williams ante el desprecio que le despertaba una madre posesiva que no sabía respetar a su hijo”, aclara Galán.
El texto es el más autobiográfico de Tennessee Williams, que proyecta su sentimiento de culpa en el protagonista, y sube a escena a su sobreprotectora madre y a su hermana, una mujer tímida y afectada por un desequilibrio emocional que, en la vida real fue sometida a una lobotomía.
Su padre era distante, su hermana, esquizofrénica, y él se descubrió gay y se aficionó a la bebida. El también dramaturgo Arthur Miller, resumía su trance personal así: “Eligió una vida dura que requiere la piel de un caimán y el corazón de un poeta”.
El veterano actor cumple sobre las tablas del Teatre Principal de València medio siglo de profesión. En esta ocasión, en la primera cita de la gira de un montaje que ha adaptado del clásico Juan Cavestany y que dirige Andrés Lima. Las críticas hablan de "inmensa", "memorable" y "soberbia" producción