Corren rumores de que se venden viñedos, bodegas e identidad.
¿Y qué hay de Castellón? Ya no es un libro en blanco y ya conocemos muchos proyectos agroalimentarios y gastronómicos que están dibujando un camino, que es posible. No todos estarán dispuestos a asumir el reto de ser Castellón sin victimismos ni inseguridades. En el sector enológico en concreto, me resulta fundamental parar y analizar qué es lo que sucede porque mientras algunas bodegas independientes avanzan en calidad y logran posicionarse como marca, la IGP trabaja para conseguir socios mientras anhela la Denominación de Origen como quien espera una salvación, la cuestión es: ¿Qué somos capaces de hacer por una DO?
A pesar de toda la historia vinícola entre los siglos del XV al XIX hace muy poco que los pueblos de Castellón retomaron la actividad entendida como proceso para elaborar vinos de calidad. La cuestión es que en el año 1984, de 41.300 hectáreas quedaron solo 6.000. La mayoría de familias que vivían del cultivo de la vid como herencia del esplendor de los siglos anteriores por vinos como el Carlón, se vieron obligadas a replantar con cepas híbridas como el muy nombrado Señorito (de procedencia francesa que lo trajo un señorito andaluz) para sobrevivir a la famosa plaga. Entre heladas y filoxera y por regulaciones que de sobra conocemos, en torno a 4.500 familias con estos cultivos como su principal o exclusiva fuente de ingresos quitaron la vid y plantaron olivos y almendros. “Fue un desastre” recuerda Miguel Juan Boix, apodado como Miguel el bodeguero como su padre, quien fue el bodeguero de la Cooperativa de La Vall d’Alba (trabajaban con embolicaire y cariñena). Con el arranque, se cerraron todas ellas excepto la Cooperativa de Les Useres, que sigue en activo. Miguel (el hijo) tenía 16 años cuando vio cómo todas las infraestructuras se inutilizaron y cómo el paisaje cambió ocasionando también una pérdida del sabor y de la tradición del cultivo.
Si tenemos en cuenta, como dice Ponce en El viñedo alicantino como terroir en crisis, que la mengua de la viticultura, a la par que la agricultura, afecta directamente a la vinculación emocional entre paisano, paisaje y país; hablamos de una ruptura que supone el desapego hacia el terroir, la falta de atención, el abandono y la indolencia general ante el avance de otros usos del suelo con elevado impacto ambiental. En crisis durante 40 años, y aún recuperándose, la vid de Castellón pasó por una ruptura con la viticultura de todo el territorio, ocasionando un problema de raíz. Tanto fue así que la mayoría de los que decidieron apostar por el viñedo se guiaron por las modas, por lo que conocían y por desconocimiento para garantizarse una posición en un mercado aparentemente al alza.
A finales de los años 90, con Patricio Ferrer de El Grau de Castelló apareció El Celleret, un pequeño espacio entre la Barona y Les Useres que sirvió de vivero para los que vendrían después. Aquí se vinificó la primera etiqueta de la que sería IGP Castelló en un contexto en el que “la moda era la merlot, la barrica y la crianza”, esta botella era de Tempranillo, cuenta Patricio. La primera botella de vino en este territorio mediterráneo fue una Tempranillo. Lo cual nos recuerda al primer vino de Vicent Flors (ahora bodega Flors en Les Useres), quien resulta que también comenzó a vinificar en El Celleret, con el Clotàs F y que también es Tempranillo de cepas de unos 90 años y que ha demostrado un poder de envejecimiento que mejora exponencialmente su resultado. Esto fue cuando la familia Tárrega (más adelante Mas de Rander en Torreblanca) adquirió el Celleret en 2006. Miguel Juan recuerda sus primeros vinos allí con Barranc dels Cirers (ahora en Benlloc) gran selección, incluso Gilberto Albella con viña en Villahermosa del Rio.
Ya en el año 2000 comenzaron a aparecer más nombres como Clos d’Esgarracordes (Les Useres) con Sergio Garrido, quien afirma que “en aquella época tenía la emoción de quien recién acaba de estudiar, con el conocimiento que tengo hoy en día no plantaría las mismas variedades y apostaría por la Samsó, la Garnacha blanca y la Bonicaire /Embonicaire que son más de aquí”. Él y Patricio, junto a otros, fueron de los que promovieron la asociación de viticultores para formalizar una figura de calidad que se forjó en un contexto en el que no se tenía demasiado conocimiento y se siguieron las pistas conocidas. Se unieron para retomar una historia que prácticamente había desaparecido asumiendo, o quizá sin saber, las consecuencias de este desapego emocional. “No tuvimos la suerte de tener a un Álvaro Palacios como en el Priorat” dice Patricio que tuvieron que picar mucha piedra para que las administraciones les apoyasen y entendiesen el valor y dimensión de este proyecto.
Por citar algunas: Malbec, Mencía, Mazuelo, Riesling, Verdejo, Pedro Ximenez, Semillon son variedades que aún contemplaba el pliego de condiciones de la IGP Castelló. “Comenzamos en un territorio sin marca con un hueco social que no sabía que Castellón tenía vino” sentencia Juan Domingo Tárrega de Mas de Rander, quien decidió invertir en una bodega bioclimática, única, con instalaciones punteras asesorado por Michel Podou (2010) porque “el negocio de la uva, es ruinoso”. En ese momento y con los años se ha atrevido a mejorar en calidad ampliando sus referencias como el Columbreta o su línea de A Maru o el Pousolé. Aun así, echa de menos una variedad local que los identifique. La mayoría de viñedos por estas zonas tienen entre 10 y 30 años y si analizamos la evolución del vino que comenzó como mercancía y como práctica agraria productiva, derivó hacia la viticultura por el valor emocional y sumamos las inversiones que revalorizaran el producto, finalmente llegamos a la necesidad de una regulación como industria en favor de la calidad; las bodegas han pasado de ser meramente una producción a consolidarse como empresas que ofrecen servicios. Y como empresas responden a números. Es aquí cuando se observa la diferencia de flexibilidad, entendida como libertad, a la hora de determinar un camino que avance hacia la identidad.
Recapitulemos. La Indicación Geográfica Protegida ampara vinos en Castellón elaborados en un total de 250 hectáreas (recordemos que hablamos de unas 41.000 en su momento). Las cuales están trabajadas por 14 bodegas, dos de ellas cooperativas con sus respectivos viticultores. Y de las que salen una media de 90.000 botellas anuales con una tendencia lenta pero constante al alza. Si bien es cierto que se ha observado una tendencia hacia la recuperación de variedades locales, siendo Vicent Flors uno de los pioneros en vinificar monovarietales de Embolicarie y Monastrell. Se escuchan otras como la Pampolat, Morenillo, Mondragón, etc. Y, en este sentido, la Cooperativa de Viver está trabajando en un proyecto con el asesoramiento de Pepe Mendoza para buscar ese terroir.
Patricio (El Celleret) afirma a día de hoy, con su embotelladora móvil como único vínculo con el sector, que la viticultura va por modas, que como comenzaron las vinificaciones por la zona ya es moda pasada, pero dentro de 20 años en vez de terroir, lo ancestral, las tinajas y las lías, la moda será los vinos con burbujas y de color azul. Él se mueve por toda España con su embotelladora y parte de dos premisas para poner la mano en el fuego por la calidad de los vinos de Castelló a pesar de no tener la tan ansiada DO. Una de ellas es que en todas las Denominaciones de Origen hay vinos extremadamente buenos y otros malos, por lo que una DO no garantiza el Santo Grial y la otra es que una DO necesita una gran inversión por costes de gestión y que en Castelló no existe tal volumen como para que el coste por botella sea justo para el consumidor final. Si comparamos la densidad de Castellón con (240 hectáreas) con la DO Bullas provincia de Murcia, que se instauró en 1994 y agrupa a 14 bodegas; cuenta con unos 700 viticultores y tiene una extensión aproximada de 2.350 hectáreas de viñedo en sólo ocho municipios.
Si hablamos de cifras, es necesario contextualizar que muchos se han quedado por el camino Masía de la Hoya (Segorbe), Bodega Almarós (Soneja) o Castells y Montoliu en La Torre d'en Doménec que venden bodega y viñedos; Vega Palancia en Azuébar se jubiló y Barranc dels Cirers también busca socios. Corrían rumores de que bodegas como la Mas de Rander también estaban en venta, sin embargo, Juan Domingo, desmintiendo el tema entre risas, confesaba que nunca se sabe qué pasaría si llega algún día una cifra que pueda cubrir todo el trabajo emocional de generar un vínculo desde cero.
La mayoría de viticultores empujan para conseguir la Denominación de Origen desde hace años, por marca y posicionamiento, por ventas, para continuar, argumentan. Si bien es cierto que ayuda a vender en el extranjero, el gran reto de Castelló siempre ha sido la clara afección a la idiosincrasia y al paisaje como herencia. Así, el gran reto del vino de Castelló siempre ha sido comunicarlo para generar vínculo y ser valorado en su propia tierra. Contrariamente a esto, Sergio Garrido de Clos d’Esgarracordes fue uno de los que copó las cartas de Castellón con sus tintos de barrica y crianza y las cifras de sus ventas siguen siendo del 80-90% para los restaurantes de la provincia. Y, para más contradicciones, su tinto joven del 2023 ha sido premiado con medalla de oro por Proava. ¿Qué hace Sergio distinto? Siempre ha apostado por comunicar en casa, por crear enoturismo de calidad y enseñar su bodega más allá de los vinos, como presidente de la Federación de Enoturismo de la Comunitat Valenciana y, además, ahora cuenta con enóloga en plantilla, Sonia Valero aporta tanto a la bodega como a la región una frescura y sensibilidad muy necesarias. Otro de los nombres, que en este sentido que les sonará, es el de Alma Nebot, que trabaja junto a Vicent Flors y que ya tiene su proyecto propio que recupera garnachas en la zona del Penyagolosa. Y existen más proyectos, con mucha calidad, con futuro, son los que vienen o los que están dispuestos a mejorar. Garrido confiesa que está plantando otras variedades tradicionales de la zona, con calma y paso a paso será su hijo quien pueda ver el viñedo transformado con una identidad 100% Castelló.
Citando a Ferran Centelles, responsable de Sapiens del Vino en elBullifoundation, si hablamos de calificar “tiene que ver más con el valor que las personas les damos. Hay bodegas que han sido capaces de dar mucho valor a determinadas botellas, y la gente las adquiere a este tipo de precios por una cuestión emocional”.