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MEMORIAS DE ANTICUARIO

En la guerra contra el cambio climático, la batalla por el patrimonio cultural 

19/05/2019 - 

VALÈNCIA. El arte es un vehículo de expresión de aquello que a una generación le aflige, preocupa, reivindica, de aquello por lo que en un momento dado se lucha. Son ya numerosos los artistas que han hecho del cambio climático un tema en torno al cual gira parte de su producción. Interesante tema que da para un artículo pero, mejor comencemos por el objeto de preocupación. La gran cuestión, vamos. Si asumimos las tesis de los más importantes expertos en la materia el clima está experimentando una importante alteración en las últimas décadas, el principal causante de ello es la actividad del ser humano y su acción directa sobre el entorno que habita es constatable. Si enumeramos y describimos los efectos devastadores que se pronostican, que en el peor de los casos cuestionan, incluso la supervivencia del hombre en grandes regiones del planeta, y por supuesto, la viabilidad de hasta un millón de especies animales y vegetales, ponernos a hablar de los efectos del cambio climático sobre el patrimonio artístico parece una broma. Sin embargo, el arte y el patrimonio es el tema para el que me citan todos los domingos y pienso que no dar una voz más de alarma que se sume a las millones ya emitidas, en mi caso desde esta privilegiada plataforma dominical sería desaprovechar una oportunidad. Parece indiscutible que estamos abocados a la destrucción de parte de nuestro patrimonio histórico y artístico por la negligente irresponsabilidad del hombre. Respecto del patrimonio las consecuencias del cambio climático se empiezan a ver de forma directa, en la capa más delicada de la arquitectura, es decir en los elementos decorativos de edificios, y la situación se tornará alarmante (si no lo es ya) en un futuro no demasiado lejano. El ritmo de los efectos parece pausado, engañosamente adormecedor, pero imparable y, finalmente, sin marcha atrás posible, demoledor. Hay documentos gráficos por millares.

Obviamente, el patrimonio artístico que se encuentra al albur de los elementos climáticos por hallarse en el exterior tanto en calles como en parques, jardines y edificios es el que está empezando a mostrar los estragos del cambio climático sobre las frías carnes del mármol, piedra o alabastro que los conforman, así como en las policromías, y que, a pesar de su apariencia, los diversos agentes dañinos van afectando lenta y silenciosamente sus facciones. Hay que hacerse a la idea de algo que les va a parecer oscuro y fatalista, pero que no hay que dejar de asumir: si no se remedia con ambiciosos planes de prevención y protección, en las próximas décadas parte del patrimonio histórico y artístico se va a perder, y será la fotografía la que nos ayude a reconocer la verdadera factura de éste.

Hace pocos días hemos conocido que la concentración de CO2 en la atmósfera ha batido su record histórico desde que se realizan mediciones. La química que “flota” en el éter es cada vez más tóxica y el agua de lluvia se ha venido llenando de impurezas conforme fue avanzando el siglo pasado. El mayor de los enemigos se llama ácido carbónico y su concentración en el agua es cada vez es más elevada. El efecto principal es la corrosión de los materiales que se emplearon de base en las esculturas existentes en el exterior de iglesias, palacios o grupos escultóricos de jardines. Podemos hablar de lluvia ácida destinada a devorar el mármol y las piedras calcáreas. En el mejor de los casos la corrosión se muestra en el desgaste que hace cada vez menos reconocibles las facciones y en el peor van emergiendo pequeñas fisuras que en periodos de lluvias torrenciales, fenómenos cada vez más extremos en tiempos de cambio climático, pueden incluso dar lugar a roturas traumáticas de las partes más delicadas de las obras.

Se trata este de un tema que hay que abordar sin plazos ni demora, o en un par o tres de décadas el deterioro será irreversible y muchos de los elementos ornamentales irreconocibles. Como sucede en otra clase de obras de arte como la pintura sobre lienzo, el paso del tiempo juega a la contra puesto que el avance del deterioro no se detiene, y cuando se decida a abordar su restauración, el trabajo va a tener que ser, por tanto, más intenso, más caro, y a la postre, la parte preservada de la obra original paulatinamente menor. Cuanto más grave sea el daño, el original estará más cerca del recuerdo que de la realidad. Como han vaticinado especialistas, a corto y medio plazo vamos a comenzar a ver actuaciones dirigidas a instalar  cubrimientos de algunos elementos situados en el exterior o incluso la realización de réplicas que permanecerán en el lugar original, trasladando, bajo techo, en espacios museísticos, las obras de arte originales, puesto que lo que no parece tener visos de solución es que de forma radical se reduzcan las emisiones de CO2.

La elevación del nivel de las aguas de muchas zonas podría dar lugar también a la inundación de elementos arquitectónicos levantados en su día junto a las costas. Todos tenemos en mente la llamada “aqua alta” que se produce periódicamente en Venecia. Aunque se trata de un fenómeno que se viene produciendo desde tiempo inmemorial (de hecho el record se produjo en 1966 con una subida del agua de casi dos metros), sin embargo hay cada vez una mayor preocupación por la situación de una ciudad que según los últimos estudios se está hundiendo poco a poco. Para ello se puso en marcha el ambicioso “Proyecto Moisés” que deberá proteger a la ciudad de las futuras inundaciones derivadas del cambio climático puesto que se vaticina que la subida de las aguas será cada vez mayor y durará más tiempo. Más allá de la ciudad de los canales, las previsiones menos halagüeñas hablan de una subida del nivel de las aguas que podrían anegar amplias zonas que se encuentren a nivel del mar.

El fenómeno del calentamiento global, y sus consecuencias sobre los episodios atmosféricos, no sólo está afectando a la “calidad” del agua que reciben los miles de bienes culturales que se hallan en el exterior, sino también a la cantidad y fuerza con la que esta se precipita, lo que provoca daños sobretodo en el ámbito más propio de ciudades pequeñas y pueblos situados en espacios configurados por la especial orografía. En este caso los corrimientos de tierras, y aluviones pueden afectar a la estructura de edificios situados en determinados lugares como cercanías a cauces, barrancos y zonas escarpadas. Italia, de hecho, a través de su Consejo Nacional de Geólogos está llevando a cabo un estudio sobre los deslizamientos de tierra a consecuencia del cambio climático dado que las trombas de agua son cada vez más violentas. El último informe del organismo público Ispra (Instituto Superior italiano para la Protección y la Investigación Ambiental) ha puesto sobre la mesa un dato terrorífico: casi dos de cada diez bienes culturales italianos se encuentran en peligro de hacerse añicos a causa de corrimientos de tierras y avalanchas, cifrando en unas 12.500 obras artísticas las que están al albur de esta situación de riesgo”.

El patrimonio artístico es quizás el mascarón de proa que por sus especiales características se ve afectado de forma llamativa por una situación que ya está mostrando su peor cara. No creo que sea ponerse tremendista afirmar que el principal objetivo de luchar contra el cambio climático es la supervivencia del hombre, como especie, en su planeta, pero esta gran guerra sin cuartel tiene en su haber pequeñas batallas, y una de estas es sin duda la de hacer eterna la belleza que el hombre viene legando, como herencia, desde tiempos remotos.


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