“Hay otros mundos, pero están en este”
Paul Eluard
VALÈNCIA. Existe una València que se contempla mirando hacia abajo y, periódicamente, como un goteo, aumenta el grosor de un libro que hay que ir actualizando y que nos habla de esa ciudad que parece otra, pero que no es otra que la nuestra, tan auténtica como la actual, puesto que es una València que no es fruto de la construcción sino del descubrimiento de lo que ya existe. Conocemos básicamente el complejo subsuelo de esta ciudad, pero nuestra capacidad para sorprendernos debería permanecer intacta. La ciudad que contemplamos mirando hacia arriba es la cobertura de una tarta de distintos sabores, la piel de la cebolla (pónganle el símil que les parezca) si avanzamos hacia su interior.
En cuanto a la visibilidad y conservación de los hallazgos arqueológicos la situación que viven muchos de estos es paradójica: existe una especial protección, cuasi reverencial, cuando emergen: se cita a los medios, se publicita a los cuatro vientos, hablan este o aquel especialista, y sin embargo, con el tiempo, se convierte en muchos casos en la hermana pobre del patrimonio, pues, una vez ha pasado el momento de los flashes, no se sabe bien qué hacer con estos restos y en el peor de los casos son abandonados por no tener una finalidad definida. En nuestra ciudad hay ejemplos de ello: el celler rehabilitado junto a la plaza del árbol o los restos del palacio Real, partes de la muralla islámica o los restos arqueológicos junto a la iglesia del Salvador (con el hallazgo, en este caso de un tramo de la Via Augusta). En el peor de los casos esperan, tras las vallas, ser puestos en valor y la vegetación se convierte en selvática (véase la plaza junto a la Iglesia del Salvador, del que hablamos hace dos semanas). Recuerden que La Almoina tardó veinte años y pasó toda clase de vicisitudes hasta que se dio un uso museístico a la plaza.
Se trata de un patrimonio que surge en muchas ocasiones por sorpresa. Un ejemplo de la amalgama de estilos y épocas que se entrecruzan bajo tierra es el reciente descubrimiento en el mencionado Palacio de Calatayud en la calle Micalet de un importante muro de origen romano de los siglos I y II y una lápida con inscripciones. Pero antes de de ello fue un pequeño tesorillo de monedas medievales. Como no podía ser de otra forma, el pasado islámico también está presente en esta excavación con una fuente, tuberías una derivación de la Acequia de Rovella e incluso unos probables baños árabes. Lo romano, islámico y medieval suele ir de la mano en estos casos. Hallazgos que nos permiten leer el pasado.
Es imposible hacer aquí una descripción mínimamente detallada de todo lo que encierra este espacio. Constituye un libro abierto que podría titularse “aquí empezó todo”. La Almoina es el punto en el que se encuentran el cardo maximo que venía desde el ‘Norte por la calle del Salvador y el decumanus, que lo hacía desde el Oeste por la de Cavallers. La iglesia medieval era propietaria de un edificio desaparecido que se hallaba precisamente donde hoy se encuentran los restos arqueológicos, en el que se daba la almoina (limosna) a los pobres de solemnidad. Fue derribado a finales del siglo XIX, existiendo, incluso, alguna fotografía testimonial del mismo. Veinte años de campañas arqueológicas han dado lugar al museo que hoy se encuentra en el subsuelo de la plaza y que necesitaríamos todo un artículo para dar una visión aproximada de lo que contiene.
Uno de los ejemplos más llamativos de superposición arquitectónica lo encontramos en la conocida como "Presó de Sant Vicent Màrtir". Encofrada en un edificio moderno, junto a la plaza de la Almoina, hallamos una capilla funeraria visigoda con planta de cruz y cubierta abovedada, se piensa que ahí se enterró a un obispo a mediados del siglo VI. Ya en época islámica se convirtó en unos baños ¿Cuántos baños habría en València en época musulmana?. Jaime I al poco de la llegada a la ciudad mando edificar una capilla, dedicada a San Vicente Mártir, que no es otra que ésta, y a la que hoy en día se puede acceder por la citada plaza de la Almoina para su más que recomendable visita.
Cuando un proyecto cae en el abandono o no se le da el uso para el que estaba proyectado se genera un espacio que nos produce un sentimiento de cierta tristeza: la suciedad y el abandono contrastan con unos restos, impasibles, que en muchos casos han sido ejemplarmente recuperados. Durante los años del cambio de siglo el Instituto Valenciano de la Vivienda restauró la bodega de una casa medieval del siglo XIII hallada con ocasión de la excavación arqueológica en la Plaza del Árbol en el corazón del Barrio del Carmen a raíz de la construcción de una serie de viviendas. Se decía que podría ser el celler más antiguo de la ciudad: campanas al vuelo y un descubrimiento que generó una ingente cantidad de hemeroteca. Los proyectos sobre su uso se sucedían. Hoy el abandono es la mejor definición.
Los paulatinos descubrimientos de lienzos de las murallas tanto la islámica del siglo XI como la posterior medieval han ido generando un rosario de espacios dominados por estos lienzos. Por ejemplo en la llamada Sala de la Muralla del IVAM, cuyo acceso se realiza por una puerta adyacente al edificio principal y que ha configurado una atractiva sala alargada para la exposición de obra, o en la Plaza del Tossal, donde se encuentra la galería bautizada con este nombre y en el que puede contemplarse los restos de una torre y un buen número de metros de la muralla islámica del siglo XII. Se piensa que estas ruinas formaban parte de la puerta de AL Hanax que era una de las cinco puertas de la ciudad en el siglo XI. Junto a ello, una bóveda en ladrillo nos indica que estamos ante un ramal de la acequia de Rovella que hasta bien entrado el siglo XX actuó como colector de la ciudad antigua. A pocos metros, en el Colegio Mayor Rector Peset en la plaza del Horno de San Nicolás también se hallaron restos de la muralla islámica que han sido convenientemente restaurados. Trece metros de esta muralla y una torre de planta cuadrada fueron descubiertos en la rehabilitación del Centro Cultural Octubre situado en la Calle San Fernando.
Como se habrá adivinado, cuando se inicia una obra en el subsuelo las cosas están planificadas de una forma y, a raíz de lo que se descubre, se produce el cambio de planes que para que nos entendamos, depende del agente, se convierten en un dolor de cabeza o en una buena noticia.
Con ocasión de la rehabilitación del museo de la Seu lo que tenía que pasar, pasó. Que bajo la catedral aparezcan restos arqueológicos es lo obvio: se descubrieron interesantes restos arqueológicos a unos tres metros de profundidad pertenecientes a tres vivienda y una calle de época romana de los siglos I y II. La visita al museo incluye la bajada a este pequeño mundo que se nos muestra de forma ejemplar a través de pasarelas.
La pequeña iglesia de San Juan del Hospital, en la calle Trinquete Caballeros, es otro pequeño parque arqueológico. Siendo la primera iglesia de reconquista que se levantó con la llegada de Jaime I, contiene restos de la spina del circo romano, descubierta en los años noventa, lo que supuso un vuelco a la hora de valorar la importancia de la ciudad de València en su época imperial.
Los Arcos de Alpuente es considerado Yacimiento Arqueológico y declarado Bien de Interés Cultural (BIC), en la categoría de Monumento