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TRES GENERACIONES: DEL QUINQUI AL ECLECTICISMO

Estas son algunas de las tatuadoras 'valencianas' por las que merece la pena dejarse la piel

Desde la más veterana, Andrea Hacon, hasta las de la generación del nuevo milenio. Sus testimonios nos ayudan a perfilar la historia más reciente de un sector que en España ha estado prácticamente copado por hombres hasta finales de los años 90

15/06/2017 - 

 VALÈNCIA. Aunque la primera tatuadora profesional de la que se tiene constancia –Maud Stevens Wagner (en la foto lateral)- vivió entre finales del siglo XIX y mediados del XX, lo cierto es que la plena introducción de la mujer en el arte de la tinta es muy reciente. Hoy, metidos ya de lleno en el siglo XXI, los estudios de tatuajes están llenos de ellas, tanto cediendo la piel, en la faceta de clientas, como en el de ejecutoras. Pero en los años ochenta del siglo pasado –lo que en términos históricos es un “antes de ayer” en toda regla-, en España apenas existían referencias femeninas en este campo profesional. De hecho, es muy probable que la primera tatuadora en España fuese Andrea Hacon, propietaria del estudio Tatuarte de València, fundado en 1984 junto a su entonces marido, Antonio Yepes. Nacida en Arabia, criada en Inglaterra e instalada en la capital del Turia hace más de treinta años, Andrea aprendió el oficio de la mano de su padre, Will, quien a su vez había empezado a tatuar durante sus años de servicio en la Real Fuerza Aérea Británica (RAF) en Irán e Irak. [Will eventualmente se instalaría también en València, donde abrió su propio estudio durante diez años, antes de volver de nuevo a su país natal].

“Siempre me había gustado dibujar, y me atraía el mundo del tatuaje, así que yo y mi marido decidimos viajar a Inglaterra para que mi padre nos enseñara. Poco después volvimos y empezamos a trabajar en un piso. Eran principios de los años ochenta, y por aquel entonces en España nadie tatuaba. Solo había un estudio en la base militar norteamericana de Rota (Cádiz), el de Mao&Cathy”. Al principio, nos cuenta, chocaba eso de ver a una mujer blandiendo la aguja: “Alguna vez, cuando el cliente veía que me sentaba en el taburete de tatuar me decía: ¿Pero me lo vas a hacer tú? Yo les contestaba: “Claro, ¿por qué no?” (ríe).

 Como hija y madre de tatuadores (su hijo Jerónimo ha continuado la tradición familiar), Andrea ha sido testigo del enorme desarrollo experimentado en el mundo del tatuaje durante la última década. Para empezar, es obvio que la actitud social hacia esta forma de modificación corporal ha cambiado radicalmente. Los dibujos endelebles sobre la piel han pasado de ser un estigma quinqui a convertirse en un complemento estético común tanto para el “macarra” como para el más pijo de la uni. “Ahora incluso viene gente que no tiene ni un tatuaje en el cuerpo y se tatúa directamente la mano o el cuello; algo que antes era impensable”, agrega Hacon, matizando que “no hay que despreciar a nadie por tatuarse, aunque sea solo por moda. Cada persona tiene su razón para hacerlo, y todas son igualmente válidas”.

“El perfil de cliente ha cambiado absolutamente –continúa-. Siempre ha sido algo típico de gente marginal, carcelarios, legionarios, marineros, etcétera, aunque en los años ochenta ya se vivió un pequeño boom con la aparición de punks, rockeros, skinheads, moteros… la gente moderna de entonces. Como no había internet, las tarjetas de visita las hacíamos a mano, aunque principalmente nos dábamos a conocer por el boca-oreja. Venía gente a València a tatuarse desde toda España, así que por ejemplo no cerrábamos en Pascuas, porque venía mucha gente de Madrid aprovechando las vacaciones”.


A nivel técnico y artístico, la profesión también ha dado un giro de 180 grados “Antes comprábamos diseños en Inglaterra y Estados Unidos, y solo alguna vez lo customizábamos. Ahora prácticamente todo lo que se hace es personalizado. Por otra parte, tanto las máquinas como los colores han evolucionado muchísimo, y vemos cómo la gente joven (entre ellos muchas chicas) hace cosas increíbles. Yo por ejemplo empecé a hacer retratos por aquel entonces, pero ¡guau!, nada que ver con el realismo que se hace hoy en día”.

A lo largo de sus tres décadas de historia, Tatuarte ha tenido varias sedes en la capital del Turia: en la calle San Ramón, Ripalda, Museo, Blanquerías y finalmente Plaza dels Furs. Allí dieron sus primeros pasos algunos de los tatuadores más consolidados de la actualidad. Uno de ellos fue Sento, quien tras más de diez años trabajando en su estudio privado, abrió el año pasado en la calle Lepanto No Land Tattoo Parlour, un estudio de amplias dimensiones donde llama la atención la presencia de mujeres tatuadoras, tanto en el equipo de residentes (Isa Santana, Mónica Kiddo) como en el de artistas invitadas habituales (Paz Buñuel, Esther de Miguel, María Roca). “En España, las mujeres se incorporaron bastante tarde a la profesión. En los años noventa había muy pocas en València, pero después del boom del tatuaje del año 2005, y sobre todo a partir de 2010, se puede decir que se meten en ella tantas chicas como chicos”, opina Sento.  

Las tatuadoras se han sumado con fuerza a un sector que vive su momento más boyante en todos los aspectos: nunca tanta gente se había tatuado tanto; nunca se había trabajado con mejores herramientas ni con semejante perfeccionismo técnico. Tampoco se había generado tanto dinero ni la competencia había sido tan feroz como en la actualidad. 

El hermetismo de los años noventa

 Las cosas eran más complicadas cuando Desi López (imagen de la izquierda) comenzó a tatuar en 1997, a la edad de 17 años. Aprendió a manejar la aguja a costa de buscarse las habas por su cuenta. “Lo tuve muy difícil porque yo vivía en un pueblo, La Alcudia, donde no tenía ningún tipo de referente. Tampoco tenía amigos o familiares que pudiesen introducirme en ese mundo. Pero yo estaba convencida de que quería dedicarme a esto. Aprendí a base de leer mucho, comprarme muchas revistas, viajar y dejarme tatuar para observar cómo se hacía. En esos años el mundo profesional del tatuaje era muy hermético. Ahora hay un montón de tiendas, material de todo tipo, escuelas especializadas y redes sociales donde puedes seguir el trabajo de otros artistas y promocionarte. Pero en aquel entonces nadie quería ayudarte. Varios tatuadores me cerraron la puerta en las narices cuando les pedí que me dejaran entrar como aprendiz. Creo que había un poco de machismo… solo te tomaban en serio cuando demostrabas que realmente querías y sabías tatuar. Hubo otros, como Tigre de Ontinyent o Xam, que sí me enseñaron algún truquito para soldar las agujas con estaño y cosas así. Me costó ocho años aprender lo que ahora la gente joven aprende en dos. Los de la vieja escuela teníamos que apañárnoslas como podíamos. Antes, para hacer un tatuaje tenías que dedicarle una mañana entera; ahora ya te venden cajas de 50 agujas prefabricadas de todos los tipos, y por ejemplo tienes muchos productos para marcar el dibujo. Los de mi generación aprendimos a hacerlo con desodorante de barra”. 

Las nuevas generaciones

La experiencia de Desi es muy diferente a la que relatan las artistas que iniciaron su carrera en el siglo XXI. Isa Santana es una de las representantes más veteranas de esta nueva generación de tatuadoras valencianas. Con el cómic, el cine clásico, el punk y el rock and roll como principal fuente de inspiración, así como los pioneros del tatuaje tradicional norteamericano, con sus líneas sólidas y colores planos, el trabajo de Isa se ha decantado con los años hacia el estilo neotradicional con mucha profusión de color. Cuando representa a una mujer, lo hace como una figura “fuerte y poderosa”.

Su primer contacto serio con el sector tuvo lugar en 2007 en Australia, un país conocido por la calidad y el gran número mujeres tatuadoras. Durante los cuatro años que vivió en Melbourne, Isa “rompió mano” con la aguja y también comenzó a tocar la batería como miembro del grupo Midnight Woolf. Eventualmente regresó a València, ciudad en la que ha pasado por varios estudios hasta recalar en No Land Tattoo Parlour. “Sinceramente, ni mi motivación para ser tatuadora ni para tocar la batería se apoyó nunca en tener referentes femeninos. Nunca he visto el género, más allá de que fuéramos pocas y parece que tuvieras que luchar un poco más que los demás”. “En el primer estudio en el que trabajé era la única mujer y muchas veces me confundían con la recepcionista –recuerda-. No era una sensación grata, pero con los años esto ha ido cambiando a mejor”. 

“En el siglo que vivimos, las mujeres estamos igual de consideradas que cualquier hombre”, opina Mónica Kiddo, compañera de Isa Santana en No Land. Ella comenzó su aprendizaje en 2013 en un estudio de México DF. Allí empezó a labrar su estilo dentro de los parámetros de una nueva vertiente del old school caracterizada por ser más oscura, simplificada, con línea muy gruesa y colores más sólidos. Sus referentes en el tatuaje son Joe Ellis, Gonzalo Muñiz, Jemma Jones y Dani Queipo

“Bajo mi punto de vista, en el tatuaje se valora por encima de todo el talento, la habilidad y la originalidad por encima del género. En mi caso nunca he recibido un trato diferente (creo) por parte de mis compañeros”, añade Julia “Zombi”, tatuadora residente en Flamingo Tattoo Shop.  Su trabajo se mueve principalmente en la línea old school, con líneas sólidas y los colores saturados, aunque “me gusta incorporar más detalles y gamas de colores, así que el resultado final es una combinación de varios estilos”.

Tattoo hecho por Julia "Zombi"Paz Buñuel es un nombre a tener en cuenta. Con una sólida formación académica en el dibujo como licenciada en Bellas Artes, esta tatuadora de Vinaròs está labrándose un buen nombre en el “mundillo” a costa, entre otras cosas, de viajar mucho como artista invitada por estudios de toda Europa. En su caso, el primer contacto con el arte de la tinta le llegó a través de su hermano mayor, que es tatuador. “Le veía dibujar, y me llamaban la atención los diseños de estilo tradicional, aunque no me gustaba todo. Me atraía la línea gorda de los tatuajes de los años cincuenta, pero me aburría tanta repetición de los mismos motivos. Años más tarde conocí el trabajo de gente como Deno o El Monga, artistas que creaban su estilo dentro del tradicional, con una simbología e imaginería propia. Ahí vi un camino”, nos cuenta esta tatuadora, que habitualmente trabaja en La Joven Carmen de Castellón, pero que el próximo mes de octubre abrirá un estudio propio en Vinaròs.

El paso por la universidad ortogó a Buñuel un buen “fondo de armario” a nivel técnico y cultural. Sus diseños toman ideas tanto de la iconografía clásica del tatuaje como de corrientes artísticas como el románico o el arte sacro de la India. “Cogiendo de aquí y de allá trato de hacer algo nuevo, pero que funcione visualmente”. “Pasar por Bellas Artes me ha ayudado mucho también a la hora de dibujar, sombrear o saber cómo salir del paso en determinadas situaciones”, comenta. 

Finalizamos este recorrido intergeneracional con dos figuras incipientes, pero prometedoras, dentro del circuito profesional del tatuaje en València. Ambas poseedoras de un estilo muy personal.

Una de ellas es Nathalie Magdenel, tatuadora que trabaja a nivel privado y realiza visitas puntuales a estudios de Barcelona y Madrid. Sus diseños –que ejecuta con máquina o sin ella (es decir, empleando la técnica handpoked)- se mantienen fieles a una línea iconográfica muy reconocible, en la que la figura femenina juega un papel clave. “Las mujeres que represento se muestran libres, realizadas y en armonía con el universo. Admiro y me inspira el tatuaje tradicional americano, pero a menudo representaba a la mujer desde un punto de vista masculino, como un simple objeto de belleza decorativo. Creo en el poder de los símbolos, capaces de cambiar la dirección de la mente. El tatuaje se puede convertir a su vez en un símbolo viviente, también efímero como nuestras vidas, sobre la piel de cada persona que tatúo”.

Su estilo, cercano al denominado blackwork debido a que únicamente utiliza el color negro, se caracteriza por el minimalismo y la prioridad de la forma y el diseño por encima de cualquier otra consideración. “Me gusta que se aprecie lo esencial de un solo vistazo, y practico el menos es más todo lo que puedo”, señala. 

En el caso de Nathalie, la inspiración de sus dibujos procede de corrientes artísticas de principios del siglo XX como el art decó, las vanguardias de entreguerras como el dadaísmo, la ciencia-ficción, la mitología y las civilizaciones ancestrales. 

Cohete Fernández es otro “verso suelto”. Desde el estudio en el que trabaja actualmente, Cabanyal Tattoo, esta murciana instalada desde hace años en la ciudad desarrolla un estilo de tatuaje que hasta cierto punto una prolongación de su propia obra como ilustradora: perturbadora, oscura y de estética añeja, con profusión de motivos vegetales y animales (“me encanta el trabajo de Fauna de Joan Fontcuberta y los bestiarios medievales”), objetos extraídos del imaginario religioso y mujeres representadas en actitudes “intensas” (armadas con escopetas o cuchillos).

“Mi estilo está en evolución continuamente. En un principio era más ilustrativo y simbólico (por ejemplo, me gustaba hacer juegos de palabras que derivaban en dibujos como “Matar suave”, que era un cuchillo con el mango de pelo). Pero, poco a poco, conforme me acerco más al tatuaje, voy alimentándome del lenguaje propio que éste tiene, siempre con la premisa de usar únicamente el color negro. Mis referentes son bastante variados, tanto de género como de estilo: Cezilia Hjelt, Liam Sparkes, Caleb Kilby, Alexander Grim, Katya Krasanova…”

“A mis manos llegó una máquina de tatuar el día de mi 21 cumpleaños, aunque el tatuaje siempre me había llamado la atención –explica-. Mi padre llevaba en el pecho un pergamino taleguero del que renegaba cada vez que podía. Mi madre igual, tenía el típico del punto en la mano. Un día se lo rebanó con una cuchilla, y bueno, sus mensajes siempre fueron: Nunca te tatúes, bla, bla, bla. Así que pequé a los 16 años. La psicología inversa siempre funciona rápido”.

En opinión de esta artista, “las mujeres aportamos una mirada fresca al tatuaje. La nueva generación es más andrógina y mixta, y eso enriquece el panorama. Lo bueno de esta generación es la pluralidad de género, y con ello de estilos. Tenemos menos convencionalismos y somos menos doctrinarios”. 


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