La antigua fábrica de El Águila fue parte del paisaje de su niñez, y también un presagio de su futuro profesional. Hablamos con Rafael Sánchez, el maestro cervecero que ha creado la nueva receta de Amstel que ya circula por toda España
VALÈNCIA. Rafael Sánchez nació en el barrio de El Cabanyal, a tan solo 25 metros de distancia de la antigua fábrica de cervezas El Águila. Recuerda vívidamente aquel olor característico a fermentación –un aroma como de pan recién hecho que también inunda el ambiente en ciudades de tradición cervecera como Edimburgo-. En su memoria se ha grabado también a fuego el ave de porte imperial que daba la bienvenida a los visitantes desde su jaula, situada en la puerta de entrada de la cervecera. A principios de los años sesenta, esta factoría –dotada de distintas plantas de fermentación, envasado y bodega- era junto a la pesca el principal motor económico de este barrio de extracción humilde. De hecho, la mayoría de los trabajadores de la fábrica eran vecinos de El Cabanyal. Entre ellos el padre de Rafael, que después de trabajar en su construcción pasó a formar parte del departamento administrativo de la empresa. “Mis primeros regalos de Reyes los recibí allí dentro”, recuerda este bioquímico valenciano, que nunca hubiera imaginado que acabaría convirtiéndose él mismo en uno de los maestros cerveceros más reconocidos de la industria en España. Tanto es así que podemos encontrar su retrato en las contra etiquetas de la nueva Amstel Original que comenzó a comercializarse el pasado mes de septiembre en todo el país. La receta, que da lugar, a una cerveza “de color algo más intenso y sabores caramelizados”, es para él un reconocimiento a sus 32 años de trayectoria. Su biografía ha descrito un recorrido circular, puesto que aquella fábrica de El Águila tan arraigada en su familia pasó en 1984 a formar parte del grupo holandés Heineken, donde él trabaja desde 1987.
Ahora mismo la cerveza es la reina de los bares, pero a principios de siglo, cuando se fundaron las primeras empresas del sector en España, este derivado de la cebada era más bien un producto exótico, al alcance de pocos. Se cuenta que lo consumían burgueses de gran ciudad y, un poco más tarde, familias de clase media que lo ofrecían a las visitas con las que querían demostrar cierto estatus. El cambio de paradigma es evidente: en 1901 se consumieron 15 millones de litros de cerveza en España. Hoy en día superamos los 3.300 millones de litros anuales.
València jugó un papel importante en la popularización exponencial de la cerveza tras la Guerra Civil Española, y en especial durante los años cincuenta. Tenía sus propias marcas, como La Huertana –una pequeña empresa familiar de Tavernes Blanques que vendió su licencia a El Águila, trasladando ésta la producción a Alicante bajo el nombre de “El Neblí”- y El Turia, la del logo con las Torres de Serrano, que comenzó su actividad en 1947 en su planta de la Cruz Cubierta –en unos terrenos colindantes a las líneas ferroviarias que hoy forman parte del proyecto del Parque Central-. Después vendrían otras marcas locales como Trinkal, Oro, Norte o El Ciervo, fabricadas en El Puig pero cuya matriz estaba en Bilbao.
Según explica en su blog Raúl de Mingo, “en 1936, al estallar la Guerra Civil, algunos directivos de la sede central en Madrid de El Águila fueron asesinados y la fábrica fue incautada por el bando republicano. En marzo de 1939, tras la toma de Madrid, volvió a manos de sus dueños, que la pusieron nuevamente en producción”. Parece que la empresa sí recibió mejor trato por parte de la dictadura franquista durante la posguerra –fue la primera marca a la que le concedieron la categoría “Especial” en España-, lo que facilitó su estrategia de expansión nacional que tuvo en la capital del Turia un enclave fundamental.
La fábrica de El Águila en el Cabanyal, diseñada por el arquitecto Mariano García Morales, acabó de construirse en 1954. Era un edificio imponente de ladrillo cara vista y volúmenes sobrios y simétricos, que incluía viviendas del personal directivo y estaba coronado por un depósito elevado de aguas con celosía de hormigón que se distinguía desde lejos. El actual polideportivo de El Cabanyal, que aún conserva sus paredes originales, fue en su día una planta de envasado. Esta fábrica –que fue demolida en 1990- se percibió en su época como un ejemplo de modernidad arquitectónica.
Como ocurre con todos los productos de diseño industrial, la cerveza también ha experimentado una interesante evolución estética que hoy conocemos gracias a la labor de los coleccionistas. Cada marca tenía su propio modelo de botella, y los dibujos a menudo estaban serigrafiados (las etiquetas de papel adheridas vinieron después). El Águila, fundada en Madrid en 1900, siempre tuvo un ave como distintivo de marca, aunque con distintas variaciones. Por ejemplo, en los años cincuenta ponía un escudo diferente para señalar si la botella en cuestión procedía de la fábrica de Madrid, de la de Córdoba o la de València. La chapa era metálica como en las botellas de ahora, pero el interior era de corcho, y entre los niños estaba de moda jugar con ellas y coleccionarlas. Otro hito importante fue 1962, año en que se sustituye el tradicional barril de madera por el de aluminio y se pone en circulación la “litrona”.
Con la entrada de El Águila en Heineken en 1984 –grupo que en 2000 absorbería también a Cruzcampo-, comenzó también un pausado proceso de rebranding. El escudo del águila –que en los primeros tiempos era de una cabeza y posteriormente se representaba como una criatura bicéfala- fue sustituyéndose por los dos leones representativos de la ciudad de Ámsterdam. Lo mismo ocurrió con el nombre. Águila pasó a llamarse Águila Amstel, para quedarse únicamente al final con el nombre del popular río holandés.
Volvemos de nuevo con Rafael Sánchez, con quien nos encontramos en la fábrica de Heineken de Quart de Poblet, un complejo de 230.000 metros cuadrados inaugurado en 1975. Esta fábrica –una de las más importantes del sector en España- produce 80.000 botellas y 60.000 latas cada hora. Cerca de 250.000 millones de litros de cerveza al año de distintas variedades que se distribuyen después al resto del país. Una de ellas, además, ha sido formulada enteramente en València.
A principios de 2018, la empresa convocó un concurso interno para que los cuatro maestros cerveceros que trabajan para el grupo en Sevilla, Jaén, Madrid y València presentaran su propuesta para renovar la receta de Amstel. La de Rafa -que da lugar a una cerveza “de color algo más intenso y sabores caramelizados”- resultó elegida como la mejor, después de superar varias catas ciegas y un estudio de mercado. Ha sido bautizada como la nueva Original, y lleva el subtítulo de “Hecha en València”. En el etiquetado de la producción destinada a consumirse en la Comunitat aparece, además, su rostro. “Me siento muy orgulloso porque me gusta que por fin se entienda que la cerveza que bebemos no es de fuera sino de aquí. Que en España tenemos muy buenos técnicos, y no tenemos nada que envidiar a lo que hacen en Bélgica o en Holanda”.