VALÈNCIA. Los diarios de Philip K. Dick no podían ser unos diarios normales. El escritor que con más imaginación ha trabajado para el género de la ciencia ficción y desarrolló unos diarios insólitos en los que registraba buena parte de sus experiencias visionarias y religiosas desde el año 1974 hasta el año 1982. Según cuenta el propio Dick, tras la extracción de una muela del juicio comenzó a ingerir un medicamento que su farmacéutica le había suministrado. Desde aquel momento experimentó con alucinaciones extrañas. Según él, un rayo de color rosa le había golpeado. Pensó que era Dios. Aquella mujer -la farmacéutica- llevaba un collar con la palabra y el símbolo de Ichthys. Dick se interesó por aquello. La farmacéutica le dijo que era un símbolo utilizado por los primeros cristianos. A partir de ese momento, algo cambió en la mente de Dick.
Durante años he sabido que no sabía lo que estaba haciendo. Tenía que ver mis actividades y deducir, como un extraño, lo que estaba haciendo. Mis novelas, por ejemplo, los lectores dicen que representan mismo mundo una y otra vez, un mundo reconocible. ¿Dónde está ese mundo? ¿En mi cabeza? ¿Es lo que veo por mi cuenta e inadvertidamente transfiero a mis novelas y al lector?
Este fragmento forma parte del comienzo de Exégesis, una compilación de los diarios alucinatorios de Philip K. Dick que ocuparon más de 8.000 páginas y que pretendían ser una racionalización de sus paranoias. Dick pensaba que si las escribía les dotaría de un orden y una consistencia que, en principio, no poseían. Entre algunas de sus excentricidades y gustos literarios estaban los evangelios gnósticos, el Pentateuco y el arameo. Mezcló como pocos ciencia y religión. Escribió algunas de las obras más brillantes del género fantástico puesto hasta arriba de anfetaminas y fue diagnosticado de una severa esquizofrenia hacia el final de sus días.
Por un corto tiempo, tan duro como esto es creer o explicar, vi desvanecerse al ver los contornos negros (…) Me acordé de Jesús, que acababa de estar con nosotros, y se había ido fuera por un tiempo y regresaría muy pronto.
El diario alucinatorio de Dick ha sido editado por el también escritor Jonathan Lethem que afirma que algo sucedía por las noches en la cabeza del autor de Ubik (1969), pues escribía de la orden de 100 folios de modo compulsivo. Sus diarios suponen una zambullida apasionante en una mente sin bordes y repleta de abismos.
Tengo mi propio mundo especial. Imagino que están en mi cabeza, en cuyo caso son una buena pista para mi identidad y para lo que está sucediendo dentro de mí: son impresiones cerebrales. Esto me lleva a mi premisa de iluminación. Parece que estoy viviendo en mis propias novelas más y más. No puedo averiguar por qué. ¿Estoy perdiendo contacto con la realidad? ¿O es la realidad la que se está deslizando hacia una atmósfera tipo 'Philip K. Dick'?
Esa atmósfera es rabiosamente actual. La nueva versión Blade Runner 2049 de Denis Villeneuve o la serie The Man in the High Castle producida por Ridley Scott para Amazon Prime son dos buenos ejemplos de que sus relatos siguen apasionando en pleno siglo XXI. Muchas de sus novelas han sido leídas en clave política y lo cierto es que Dick jamás mostró una clara preferencia en este sentido. De lo que no cabe duda es que se obsesionó con Richard Nixon hasta tal punto que pensó que el FBI le espiaba. No andaba desencaminado pues más tarde se supo que, en efecto, los servicios secretos le estuvieron vigilando en los años 50 por su posicionamiento izquierdista. Dick, sin embargo, era un pacifista que empleaba la palabra para advertir de los futuros males del planeta. El totalitarismo y la consiguiente pérdida de libertad del individuo eran sus mayores temores.
Mis libros son falsificaciones. Nadie los escribió. La maldita máquina de escribir lo hizo, es una máquina de escribir mágica. O como John Denver dice de sus canciones: las obtuve del aire. Como sus canciones, aquellos -mis libros- ya estaban ahí. O lo que sea que eso signifique.
Ya desde pequeño comenzaron algunos de sus traumas: no solo por la presencia constante de una hermana gemela que murió al poco de nacer, también el contacto alienígena y una tendencia a la depresión que a las 44 años le empujó a su primer intento de suicidio. El caso de Dick recuerda por su mesianismo al del juez Daniel Paul Schreber, el Presidente de la Sala en la Corte de Apelaciones de Dresde quien se despertó una mañana con la extraña idea de que sería placentero tener relaciones con dios como si él mismo fuera una mujer. A medida que su psicosis se complicaba, pensaba que Dios lo convertía en mujer enviando rayos para que le hicieran "milagros" como, por ejemplo, un grupo de hombres pequeños que querían torturarlo.
El elemento más ominoso de mis libros con el que me encuentro en mi vida real es este. En una de mis novelas, Ubik, ciertas anomalías presentes prueban a los personajes que su entorno no es real. Esas mismas anomalías se me presentan ahora a mí. Por la lógica de mis propias novelas debería concluir que mi o, tal vez incluso, nuestro entorno colectivo es solamente un pseudo-ambiente.
Si como llevamos demostrando una decena de semanas en esta sección sumergirse en la mente de un escritor supone un acicate inigualable, hacerlo en la de Philip K. Dick es especialmente perturbador y adictivo, casi tanto como las novelas que escribió. Unas que siguen conquistando a públicos de todo el mundo.