Entrevista a la solicitada actriz argentina, que recala en Valencia este fin de semana tras hacerlo en abril, y regresará en mayo
VALENCIA. En 2010, Rosana Torres señaló a Fernanda Orazi como el relevo de grandes creadores escénicos argentinos de la talla de Daniel Veronese, Rafael Spregelburd y Claudio Tolcachir. Hacía un lustro que la actriz, autora, docente y directora bonaerense se había instalado en nuestro país. Han transcurrido seis años y su talento ya no es emergente, sino un sello de calidad escénica que garantiza honestidad, investigación actoral y desafío. Tras hacerse un esforzado hueco en la dura escena madrileña con una actividad estajanovista, en la que ha intercalado las salas alternativas con las institucionales, las giras han revelado en otras capitales españolas lo que era un secreto a voces. En Valencia, en concreto, Las Naves se reiteran en la ISO Orazi. En abril, la actriz formó parte del elenco del último estreno de La Tristura, Cine; este próximo fin de semana, protagoniza A-Creedores, una cruda relectura del clásico de Strindberg; y en junio, es una de los cuatro integrantes de una familia franquista a vueltas con la Transición en 40 años de paz, programada en el Festival Tercera Setmana.
Fernanda se instaló en nuestro país en 2005, tras una gira de Ars Higiénica, del director y dramaturgo argentino Ciro Zorzoli. Arrancó entonces su periplo por bares y pequeñas salas, donde no sólo actuaba, sino que también se atrevía a cantar, y en italiano. “Era como un homenaje a mi mamá, porque desde que tengo memoria en casa el fin de semana sonaba música italiana: Mina, Ornella Vanoni, Iva Zanicchi, Milva… y mi mamá nos despertaba cantando con unos pulmones y una potencia increíbles. Yo canto mal, me da vergüenza, pero me pongo a hacerlo en escena y el teatro me salva”, arguye.
El encuentro a finales de 2008 con su compatriota Pablo Messiez, último Premio Max a la Mejor Dirección por La piedra oscura, supuso el inicio de una fértil simbiosis creativa que ha dado hasta cinco estimulantes frutos: Muda, Ahora, Los Ojos, Las Palabras, Las Criadas y La Palabra Verde. Y de la que ahora, adelanta la actriz, brota un nuevo tallo, Todo el tiempo del mundo. La pieza en construcción es una obra dedicada al abuelo zapatero del actor, director y dramaturgo. De ahí que en el despliegue de pasado, presente y futuro familiar estén cobrando fuerza los pies y el concepto de camino. Ella misma también está trabajando en una idea para un proyecto que va a dirigir, y que gira en torno al origen de las grandes pasiones que nos tuercen el cuerpo hacia un lugar de apariencia animal.
- ¿Quién es Pablo Messiez en tu vida?
- Es una de las tres personas más cercanas en Madrid, es como mi hermano, mi familia, y también un compañero de actividad. Nos potencia mucho trabajar juntos. Es parte de mi vida y de mi identificación con el teatro. Si bien hay periodos en los que no compartimos tantas obras, nos acompañamos en los procesos.
- ¿Cómo viviste la entrega de los Max la semana pasada?
- Con una emoción inmensa. en sus talleres, Pablo ha generado un movimiento escénico relevante. Pensaba en la emoción de su familia en Argentina. Fue muy lindo. Más allá de la relación crítica que tengo con los premios, porque siempre me parecen una cosa muy rara y desapruebo su lógica, el Max a Pablo significa un reconocimiento a su relevancia en el circuito teatral madrileño, independientemente de su origen. Muchos actores no sólo hacen obras con él, sino que se forman
- La piedra oscura aborda la memoria histórica, Cine trata el robo de niños durante la dictadura y en los primeros años de la democracia, y 40 años de paz recrea los ecos de la Transición en nuestro presente. ¿Cómo resuena en ti el relato dramatúrgico del pasado español?
- No lo vivo desde la extrañeza, porque la historia de España me resuena absolutamente. Como argentina me dio una emoción enorme poner mi cuerpo, mi imaginario y mis asociaciones al servicio del texto de Pablo Remón (autor de 40 años de paz). La viuda franquista que interpreto me resulta muy reconocible, ese tipo de familia, ese tipo de idiosincrasia, y no porque lo vea desde fuera y me posicione en otro lugar, a salvo, sino porque de lo que hablan tanto Cine como 40 años de paz es de las lógicas de nuestras sociedades, cómo se fue construyendo el sentido común de nuestro pueblo. En realidad lo que pasa a través de nosotros, más allá de que se cuente una historia anecdótica, son esas grandes cuestiones que atraviesan Occidente. Cada vez estoy más convencida de que el problema es casi el mismo en ambos país. Los que la pasaron peor fueron los mismos y los intereses alrededor de los cuales las cosas se organizan, idénticos.
- También Argentina está echando la vista atrás. Se me ocurre, por ejemplo, el caso de la película El clan, por la que Pablo Trapero ganó el premio al mejor director en la pasada Mostra de Venecia, y que trataba sobre una familia de criminales que no son más que la herencia del gobierno militar.
- Ese gesto de mirar al pasado es mirar el presente, ver de qué estamos hechos, reparar en qué lógicas nos tienen atrapados. Vivimos en un mundo que produce la ilusión de la libertad individual, pero de repente te pones a leer un poco y descubres que estás construido por unas dinámicas constituidas en el pasado. Tanto en Argentina como acá lo que ocurrió está absolutamente larvado en la conciencia y se volvió ideología constitutiva de las maneras de pensar y relacionarse. Si no podemos mirar eso, no podemos entender lo que nos pasa. El discurso de los que no quieren que se mire atrás es una trampa.
- ¿Cómo has vivido el reencuentro con la escena en cada ocasión que has vuelto a Buenos Aires?
- Cada vez que voy no puedo estar ahí y no actuar. Me muero. Mi relación con esa ciudad está absolutamente mediada por la actuación. Hay algo que echo de menos y es que allí hay un pensamiento muy fuerte en relación con la interpretación. Casi todo lo que ocurre en el teatro viene de la actuación. Hay un pensamiento y un lenguaje que viene de la propia práctica. Siempre invito acá a que hagamos grupos de gente para pensar al respecto y en los talleres de entrenamiento lo subrayo. El pensamiento que te da la actuación no tiene tanto que ver con la lógica del teatro desde la autoría y la dramaturgia, es de otro orden.
- Después de tanto tiempo instalada en España, ¿tienes idealizada la actividad teatral de allí?
- No. Admiro muchísimo a mis amigos y compañeros de trabajo, y es verdad que se hace mucho más teatro en Argentina, pero hay de todo y entiendo cuáles son sus dificultades. Es fácil idealizarlo cuando no has de remar en ese río que a veces se vuelve de piedra.
- Cuando se ensalza el teatro argentino suele destacarse su frescura y su falta de artificios.
- Hay gente que puede quedar atrapada en la idea de que trabajar con dos sillas y una mesa es guay, es precario, pero eso no garantiza para nada que la obra sea buena. Si el uso mínimo de elementos escenográficos se convierte en una moda, en una suposición de que eso vuelve el teatro más interesante y más vivo, es una porquería. No obstante, si habla de otra cosa, si forma parte del relato de la obra, adelante. Lo potente es ver el acto de alguien que no tiene recursos y va y hace teatro, esa es la locura del teatro.
- ¿Coincides con los que critican la precariedad con la que se trabaja en Buenos Aires?
- Yo también me implico en proyectos donde no cobro. Si quiero hacer algo no voy a esperar a que haya dinero para hacerlo. No obstante, una vez ese trabajo se arroja, tiene su aparición, lo que se complica es la circulación y la sostenibilidad, y ese es un problema en el que hay que pensar. Si bien creo que las políticas culturales tienen necesariamente que existir y repensarse, y que tiene que haber mucho dinero público para la cultura, también pienso que es muy complejo abarcar todas las expresiones y emergencias artísticas. Es obvio que no puede haber dinero para toda la gente que hace teatro, es como si todos los arquitectos tuvieran que disponer de dinero para mostrar sus proyectos, pero hay que reparar en que el teatro tiene otras lógicas. Muchas veces las subvenciones están pensadas para una sola manera estandarizada de hacer teatro, que es la misma de la lógica de los premios y de los críticos, pero el teatro es múltiple.
- Eso conecta con una frase que te he leído, consideras el teatro como un acto voluntario y colectivo.
- No tengo ninguna relación romántica con el teatro, pero mantengo una relación afectiva muy fuerte. Si no hago teatro me quedo un poco huérfana de identidad, siento que mi cuerpo desaparece. Necesito esa práctica que me devuelve la existencia, pero me sucede porque es una práctica colectiva, donde aparece el mundo desde un lugar de sentido. Y para colmo, el teatro juega en relación al sentido, pone en cuestión al otro, a la identidad, miles de cosas. Para mí es necesario vivir en esa dinámica. En otras cosas soy torpe. Cuando estoy ensayando pienso bien, y cuando no, me cuesta, me siento tonta, inferior, que debía haber estudiado en la universidad (carcajadas). Lo escénico siempre es una experiencia de intensidad, donde pasa algo extraordinario, donde hay una relación con la potencia muy fuerte. Y cuando dejo de tener esa relación, me angustio mucho.
- ¿Qué aspectos del teatro argentino te gustaría que se extrapolasen al español?
- Ninguno. En general, me da pena cuando alguien quiere parecerse a otro, importar ciertos procedimientos, porque se pierde la oportunidad de poner a dialogar el teatro con su contexto. Si el teatro dialoga con una idea de cómo debería ser es un pedo que se escapa en el aire. Si el acontecimiento teatral no hace algo a nivel de comunidad, no es nada. Lo interesante es que los creadores, actores y directores de aquí escriban desde su idiosincrasia. Pablo Remón lo hace así y el resultado es que su elaboración poética se eleva, se evapora y se vuelve más comprensible universalmente. Es súper español, como también lo es el teatro de Alfredo Sanzol.
- ¿Qué otras taras tiene el teatro actual?
- En general lo que uno ve en el teatro es malo. Me canso de aburrirme en el teatro. Hay grandes producciones con grandes ideas con carga de cultura enorme, gente que ha leído mucho y sabe mucho, pero el resultado no se vuelve un acontecimiento, porque es una reproducción de un mismo tipo de teatro.
- ¿Qué evitas en tu trabajo?
- La pedantería, la soberbia, la solemnidad. Rehúyo esa mirada de creerte un poco mejor, sobrada con respecto a otro teatro. Es algo que sucede cuando no comprendes donde estás ni lo que ves, cuando crees que lo que haces es genial. Es una actitud muy limitante.
La influencer afincada en Castelló encara el año de su consagración como actriz