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Grindr y otras ficciones. De Marguerite Duras a Alberto Fuguet

16/07/2018 - 

VALÈNCIA. Decía Marguerite Duras en El amante que hacer el amor durante el día era siempre el preludio de la tristeza. “Tanto si se ama como si no se ama, siempre es terrible”. Esa novela maravillosa ambientada en Indochina convertía el sexo en el catalizador de todos los conflictos de sus protagonistas y en el lugar de encuentro de todas sus contradicciones: la pobreza y la riqueza, el prestigio y el desprestigio, la juventud y la madurez, la superioridad y la subordinación. Ella, adolescente descendiente de franceses colonos venidos a menos, observa con desprecio la atracción que le produce él, un chino apuesto, misterioso y elegante.

En una de las escenas, ella le pregunta por qué después de hacer el amor está tan triste. Y la maestría de Duras no pontifica contra el racismo, ni contra la lucha de clases, y él responde que se debe al calor. Pero uno sabe que no, que esa respuesta lo contiene todo: la capacidad destructiva del sexo, el poder de la violencia ejercida sobre otro cuerpo, el instinto de infringir dolor sobre otra mente o la necesidad de someter a otra persona. O quizás por reafirmar nuestra propia supervivencia, quién sabe.

Debe de hacer mucho el amor para luchar contra el miedo, piensa la protagonista observando a su amante cómo fuma y bebe whisky, y al fondo fluye el Mekong, un río que transcurre evocando todos los mitos de la muerte, de la vida, del paso fugaz del tiempo, de la imposibilidad de atrapar aquello que amamos. El Mekong, un río marrón lleno de plástico, también es susceptible de alzarse como emblema del amor.


Young, dumb and full of cum

El amor plástico es una de las debilidades de Alberto Fuguet, ese escritor chileno capaz todavía de sacudir el cono sur de América Latina. Lo tildaron de frívolo, porque lo era, como si la frivolidad fuera censurable. Lo acusaron de superficial, por hablar de familias bien sin ningún remordimiento progre. Renegó en su juventud de todos aquellos intelectuales que integraban la ola magicorrealista del continente: García Márquez, Vargas Llosa, Miguel Ángel Asturias o su compatriota Isabel Allende.

Y superando con cinismo y osadía la colección de retratos sociales que hablaban sobre el periodo de la dictadura, él mismo escribió en Mala onda sobre Pinochet y el Chile de mierda que impondría su régimen. Pero lo hizo desde una mirada imperdonable: la de un adolescente de bien que acaba de regresar de un viaje de amigos a Río de Janeiro y encuentra que Santiago es gris, apática y retrasada, donde se ve obligado a traficar con discos de los Rolling Stones y a drogarse en las fiestas de los amigos. El sexo se manifiesta como una extensión del aburrimiento. Lo que nunca le perdonaron es que dijera lo mismo de la política y del compromiso intelectual.

 Pero nada hay más político que el sexo. En No Ficción salía del armario (si es que estuvo). Y en Sudor relató la voracidad de los cuarentones que siguen disfrutando con el olor íntimo de los veinteañeros, de los vericuetos de los parques cuyos caminos serpentean como el Mekong y en los que aparecen maduros enseñando u observando.

Nada más político que el cruising, porque supone hablar de la fugacidad del deseo, de la transacción clandestina de sudor y fluidos a cielo abierto o de la permanente soledad que nos atenaza. De la marginalidad y del morbo. De la extraña inclinación de los seres humanos hacia lo prohibido. Y hacerlo además evitando el tono moralista y dando rienda suelta al desparpajo y al goce, añade autenticidad a el relato.

¿Cómo es el dicho?

Young, dumb and full of cum.

[…] Amaba a los chicos con anteojos con marco de carey aunque sólo leyeran novelas gráficas y colecciones de cuentos debut de sus amiguitos de taller. Una cosa sí aprendí con todo lo que sucedió: la empatía es algo que se adquiere con el tiempo, con los años, con la edad. Cuando se es aún muy joven, sólo te ves a ti mismo.

Sobre todo cuando te estás mirando al espejo.

Me gustaban los chicos-selfie.

En la novela Alf, un editor en crisis, se ve obligado durante la Feria Internacional del Libro de Santiago a hacerse cargo del hijo de uno de los escritores invitados. Y ese hacerse cargo se convierte en un romance vertiginoso. El protagonista se conectará a Grindr, la aplicación móvil más conocida para mantener encuentros sexuales entre hombres, y rastreará las posibilidades de disfrute en un entorno geolocalizado. Y esa búsqueda constante le devuelve una imagen de su mundo comprometido con la banalidad y militando en el vacío y el desconcierto.

Nada más político que visibilizar el sexo homosexual y sus prácticas menos convencionales en novelas realistas, plagadas de conversaciones de whatsapp y referencias tecnológicas. Y todo lo que ello conlleva: el goce de los cuerpos vigorosos, la obstinación en el deseo, la obsesión mezclada con la edad, el sexo deportivo.

“Grindr indica que hay muchos tipos cerca que están alterados y duros por el calor. Cada edificio es un panal y cada uno tiene una abeja reina alfa que se ha follado a los de cada piso”.

Alberto Fuguet ha dirigido sus textos contra la sociedad pacata de Chile y del mundo. Ha descrito situaciones y personajes hasta incomodar, con una insistencia parecida al ensañamiento. Ha sido capaz de colocar de nuevo el sexo en el centro de todos los conflictos personales y sociales. Sin dogmatismos. O al menos no con los dogmatismos acostumbrados.

 Porque lo mejor del amor y del sexo es cuando acontece, cuando irrumpe dejando inermes a sus protagonistas, cuando no existe más respuesta para tales misterios que mencionar el pegajoso calor de Indochina. Ese calor tropical que se espesa una vez ha pasado la tormenta, y que ni siquiera el fluir del Mekong, la presencia de abundante agua y de palmeras enormes, puede mitigar.

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