¿Es verdaderamente útil la app Yuka para medir la calidad de los productos alimentarios?
En casa usamos Yuka, porque hay un niño de 9 años, Pol, que tiene una fe inquebrantable en la matemática del mundo. ¿Cuánto sueño tienes, del 0 al 10?, ¿cuánto te ha gustado la película, del 0 al 10?, ¿Cuánto temes a la muerte, del 0 al 10? ¿Cuánto tienen los berberechos en el Yuka?
Nada más llegar de la compra, Pol escanea todos los productos. Y a mí me enternece esa confianza en la verdad de los números.
Yuka es una aplicación que crearon tres jóvenes franceses para desentrañar de forma rápida la composición de productos alimentarios y cosméticos. Se descarga la app y con la cámara del móvil se escanea el código de barras y se obtienen unos datos relativos a la calidad nutricional o química.
Yuka, que es independiente, y no tiene ningún tipo de publicidad, clasifica los alimentos en excelentes, buenos, mediocres y malos, según la cantidad de sal, de azúcar, de aditivos, de grasas, etc, que contengan.
Simplifica la vida del consumidor a golpe de colorines y números categóricos, redondos, abstractos.
¿Simplifica? Pues sí, ese es el problema.
Que la vida era compleja, uno lo empieza a comprender más tarde. Como todos los jóvenes, yo vine a llevarme el matiz por delante, hubiera escrito hoy Jaime Gil de Biedma.
El niño Pol, que es muy listo, ha empezado a darse cuenta y le vuela la cabeza que el fuet, con lo que le gusta, tenga 0, que el jamón serrano del Consum lo mismo, mientras el Colacao obtiene 46, y la Coca Cola light 41.
¿Que el agua Fontvella tiene sólo 50?, ¿pero cómo va a ser mala el agua?, se pregunta, incrédulo. Se enfada, desconfía, algo no le cuadra. Y dicen que esa crema te hace alérgico a los rayos del sol, jajaja, cómo si eso fuera posible.
El problema de ese atajo llamado Yuka es que solo el 60% de la nota que da a los alimentos se corresponde con una clasificación nutricional reconocida y fiable, como es la Nutriscore, El resto no obedece a criterios científicos ni objetivos, más bien a eslóganes o canciones del verano. Cuanto más eco y con menos aditivos mejor, algo en principio razonable si obviamos que natural es el veneno de serpiente, que natural es la salmonella, que existe la muerte natural. Y para asegurarnos de cuán natural es el producto, qué mejor que medirlo con nuestro Iphone 11, cultivado lentamente en los campos de Apple, y madurado al sol.
Un 30% del total de la nota depende de la presencia o no de aditivos, que califica en “sin riesgo”, “riesgo limitado”, “riesgo moderado” o “riesgo elevado” a los productos. Y así, cuando te duchas con ese gel de guayaba y miel que ha arrojado una nota de cero en Yuka, ya sólo piensas en Hiroshima, cuando ese yogur que tanto te gusta que tiene una nota muy baja por los aditivos, en Cleopatra y el áspid.
Un poco alarmista, sí, sobre todo teniendo en cuenta que todos los aditivos del mercado son seguros según la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria, y que nos negamos a comprar a diario, queremos alimentos que se conserven bien pero sin aditivos, que viene a ser como querer la velocidad prescindiendo del movimiento.
El último 10% de la nota depende de lo eco que sea el producto, lo cual tampoco quiere decir mucho: un kiwi venido de nueva Zelanda o un mango de Costa Rica pueden ser muy ecológicos y haber maltratado la tierra con el combustible empleado para llegar hasta aquí mucho más que el agricultor de la esquina que ha fumigado sus frutales.
Yuka es útil, sí, pero hasta un niño de 9 años pronto empieza a verle las grietas a la app.
Seguramente la aplicación no es más que un reflejo de los tiempos paradójicos que vivimos: por una parte, buscamos lo mensurable, lo cuantificable científicamente, por otra despreciamos el análisis profundo de esos datos, y nos conformamos con el cocinado rápido e insulso de la realidad.
La intolerancia a las ideas complejas crece al ritmo de la intolerancia al gluten.
Queremos aprehender de forma tan fácil y rápida la realidad, que eso nos lleva precisamente a alejarnos de ella y caer en la pura ficción ¿Coca Cola light un 41?
Y es que está de moda la ficción, y no la literaria precisamente. La política, las noticias, la alimentación se nos han llenado de ficción, mientras la literatura se ha ido adelgazando de ella.
Afortunadamente, nos quedan los niños de 9 años, reales como el sol, como la tierra, como un tomate maduro.