VALÈNCIA. Fue hace casi treinta años cuando, durante un viaje por Guinea Ecuatorial, casi de casualidad, el periodista y documentalista Pere Ortín conoció una historia en la que acabaría enfrascado durante horas, días y años. No era el primer español en llegar con una cámara a esa zona del país, le contaron entonces los locales, pues hace mucho tiempo una expedición de fotógrafos y cineastas viajó al país africano, entonces colonia, para retratar su vida. Más tarde descubriría que esa expedición había estado capitaneada por el cineasta madrileño Manuel Hernández Sanjuán y fue impulsada por el gobierno franquista entre 1944 y 1946, un viaje que dejó un catálogo de más de 30 películas y miles de imágenes. Este archivo ha sido el punto de partida de Diez mil elefantes (Reservoir Books), la novela gráfica que firma junto al ilustrador ecuatoguineano Nzé Esono Ebalé, quien fue arrestado en 2017 tras realizar La pesadilla de Obi, una novela gráfica en la que denunciaba los abusos del dictador Teodoro Obiang. Bolígrafo en mano, Ortín y Esono viajan a esa Guinea Ecuatorial de los años 40, aunque cambiando el enfoque y poniendo en el centro del relato a los colonizados.
"El pasado no lo podemos cambiar, pero sí podemos construir un futuro diferente para la relación entre un europeo y un africano. Se puede hoy hacer las cosas de otra manera", reflexiona Ortín en conversación con Culturplaza. Hace dos décadas que comenzó a investigar sobre esa expedición, un trabajo basado en numerosos documentos que, también, deja una puerta abierta a lo desconocido -"quién sabe qué pasó allí"-, un relato que nada entre lo real y lo imaginado, en el que se cruzan cartas, mapas o collage, dibujos que miran casi desde la poesía a una época oscura de su historia. En Diez mil elefantes la selva es a veces rosa y los hombres blancos caminan sin contorno, casi como una sombra que representa a un occidental genérico. Fue años después de conocer la expedición de Hermic Films a Guinea Ecuatorial que, tras iniciar la investigación, Ortín encargó, tal y como explica, un cuento corto sobre la misma al escritor guineano Juan Tomás Ávila Laurel, un texto que le serviría de base para desarrollar después el guión de una película y la novela gráfica que, junto a Nzé Esono Ebalé, ha publicado este año.
"Evidentemente Nzé y yo representamos culturas diferentes, maneras de entender el mundo diferentes. Esto es muy interesante, aunque también pueda ser conflictivo", relata el periodista. El resultado de esta colaboración es un cómic que muchos consideran ya una de las novelas gráficas del año, un viaje a esa expedición impulsada por la dictadura franquista que ahora quiere cambiar el enfoque desde el que se relata. Será este fin de semana, en el contexto del festival de cómic Splash Sagunt -que se celebra hasta el día 20-, que Ortín presente la novela, aunque no solo, pues el evento acogerá una exposición que reunirá algunos de los originales que componen el libro.
-Cuando contactó con Manuel Hernández Sanjuán lo primero que le dijo fue: ¿y usted cómo sabe todo eso? Yo le lanzo la misma pregunta.
-Esta es una historia que lleva veinte años de investigación. La descubrí la primera vez que fui a Guinea Ecuatorial, en un viaje como reportero a finales del siglo pasado. En ese primer viaje unos ancianos me contaron que hacía muchos años habían venido unos fotógrafos y unos periodistas como nosotros a filmar allí. En este tipo de situaciones muchas veces piensas que la gente te dice lo que quieres oír, pero cuando volví a España empecé a investigar sobre esta presencia de fotógrafos en la Guinea colonial española, lo que hoy es Guinea Ecuatorial, y me encontré con que era verdad. Hubo una expedición que recorrió Guinea entre 1944 y 1946 y que documentó lo que se vivía allí. Evidentemente se trataba de un viaje propagandista, a imitación de lo que hacían las grandes metrópolis coloniales en África, como Francia o Gran Bretaña, que enviaban a sus equipos documentalistas a registrar lo que llamaban el "sueño colonial", un sueño que luego descubrimos que fue una pesadilla colonial. La dictadura franquista hace lo mismo y envía un grupo a documentar lo que allí pasaba.
-¿Cómo fue ese primer encuentro con Hernández Sanjuán?
-Gracias a la ayuda de una técnica de la Filmoteca Nacional conseguimos los nombres del grupo de personas que había estado allí, un grupo dirigido por el cineasta madrileño Manuel Hernández Sanjuán. Estuve intentando localizar a las personas que íbamos encontrando, pero todos los nombres me llevaban a personas que ya habían fallecido. Al final di con Hernández Sanjuán, que según parecía vivía retirado en Almería. Ahí tomo una decisión interesante: ir a conocer al señor a puerta fría, sin llamarlo. Me presento en su casa, toco a la puerta y me abre una señora a la que pregunto por él. Tras explicarle mi intención, la mujer, que era su esposa, gritó al fondo de la sala: "¡Manolo, te buscan!". Fue una situación muy ibérica, muy tierna. Lo primero que me dijo fue ese "¿Y usted cómo sabe todo eso?". Estuvimos charlando todo un fin de semana y luego en visitas recurrentes que hice durante unos años para profundizar. Es una de esas grandes historias con las que te topas en la vida, le agradezco mucho que me diera la oportunidad de contarla. En el fondo los periodistas solo somos lo que las personas que nos cuentan sus historias quieren que seamos. Manuel me hizo el regalo más bonito de mi vida, que fue contarme esa historia. Unos años después, también me hizo el regalo físico más bonito que me han hecho. En una de mis visitas, en las que él estaba ya muy mayor, me regaló una maleta de madera en la que guardaba las 5.500 tiras originales de los negativos originales de la expedición a Guinea del año 44.
-En esos dos años de expedición se realizaron una treintena de películas, ¿qué se encuentra en ellas?
-Evidentemente es cine propagandístico, de archivo colonial clásico, con matices y tintes que desde nuestra perspectiva de 2022 podemos calificar sin duda de racista y supremacista blanco. Es un cine, también, que hay que verlo desde la perspectiva de la época, porque recordemos que otras sociedades como Francia o Gran Bretaña estaban haciendo exactamente el mismo tipo de cine. Lo que sí es cierto es que, trabajando con él [Hernández Sanjuán] y con el material de archivo, observo una evolución en su proceso de pensamiento sobre los africanos. Él descubre, más allá de los tópicos y los clichés racistas, criaturas sensibles, cultura, artesanía, arte... Manuel va dirigiendo su mirada hacia enfoques más sofisticados. Él mismo lo reconoce en las entrevistas. Lo que tienen esas imágenes es un genuino interés desde la curiosidad por aquello que está sucediendo frente a la cámara. Uno no se pasa dos años haciendo fotos en un lugar si al tercer día está colapsado. Él descubrió un universo que no pudo olvidar, le marcó para toda la vida.
-¿Tuvo esta expedición algún impacto?
-Ninguno. La expedición no acabó bien del todo, se acabaron los fondos, la Dirección General de Marruecos y Colonias perdió interés…. Además, son años muy complicados para la dictadura franquista tras el fin de la guerra, está en una situación total de aislamiento. Esto del cine y de África no le importaba a nadie y menos a las autoridades. Se estrenaron en un par de ocasiones en los cines de la Gran Vía, como noticiero, pero no tuvo ningún impacto. Era un exotismo curioso pero que no tuvo ninguna repercusión en la sociedad real.
-Hablamos de un material de mitad del siglo XX que tratáis con la perspectiva de 2022, ¿cómo ha sido este proceso?
-Yo lo que me planteo es: aquí hay un material muy valioso de la memoria del pasado. La memoria colonial de los europeos en África sigue sin estar memorizada, y esa memoria no memorizada es lo que más me interesa, seguir el rastro -con pensamiento crítico- de lo que hay detrás de esa memoria, de cómo se construye nuestra imagen de los africanos, también los tópicos y cómo se inventan las verdades nuestras. Es un continente del que desconocemos todo porque gran parte de lo que hablamos sobre África, en general, nos lo hemos inventado los blancos. Hay mucho desconocimiento e ignorancia, hemos pensado de manera pretenciosa que nuestra manera de ver el mundo es la única válida. Me interesaba mucho enfocarme a lo que el músico nigeriano Fela Kuti llamaba 'la mentalidad colonial', que es profundamente persistente hoy en los discursos habituales, cuando hablamos de ayudas al desarrollo o cooperación con África, o esa idea de limosna con la que abordamos en general todos los asuntos relacionados con el continente africano y sus gentes. Abordar esa construcción de esa memoria no memorizada, utilizando mecanismos de hoy en día como puede ser una novela gráfica, es el gran trabajo mediante el que, espero, hayamos podido aportar algo.
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