Decenas de municipios y empresas privadas de la provincia de València ofrecen pequeñas parcelas agrícolas en régimen de alquiler
En otoño e invierno, ajos, alcachofas, cebollas, espinacas, guisantes y habas. En primavera y verano, berenjenas, boniatos, calabacín, pimientos y tomate. Acelgas y lechugas, siempre que quieras. Son los productos habituales en la cesta de los agricultores de última generación, una creciente estirpe de urbanitas con conciencia medioambiental y ganas de mancharse las manos de tierra. La cultura del autoconsumo agrícola penetra poco a poco en todas las etapas evolutivas, partiendo de los huertos escolares hasta las parcelas agrícolas que alquila un número creciente de jubilados.
Son muchas las razones que explican la proliferación de huertos urbanos en España durante los últimos diez años, fenómeno que tiene precedentes en otros países como Inglaterra o Alemania. Se calcula que, sumando también los de carácter privado, en estos momentos en España operan cerca de 15.000 huertos de ocio.
En el caso de la Comunitat Valenciana, las bondades de la tierra, la abundancia de sol y la tradición agraria constituyen de por sí una ventaja de partida, aunque es la cultura del “kilómetro cero” y la creciente fobia hacia los productos químicos los que mejor explican el auge de los huertos ecológicos enfocados al autoconsumo. En estos momentos, más de veinte municipios de la provincia de València disponen de parcelas agrarias de titularidad pública en régimen de alquiler, a los que habría que sumar los que están en fase de estudio y las pequeñas empresas privadas.
Este tipo de actividad -cuyos beneficios directos e indirectos la sitúan a medio camino entre la terapia anti-estrés y el anhelo de recuperar el sabor de las frutas y verduras “de verdad”- atrae sobre todo a dos colectivos: el de jubilados y el de las familias con hijos. En el caso de los huertos municipales –como el de Albal, Aldaia, Almussafes o los del Parque de la Torre (Sociópolis), en València-, donde los precios son más económicos y las parcelas se conceden por sorteo normalmente, es habitual encontrar listas de espera.
En los huertos privados, la ocupación también es alta. Los precios son algo más elevados –el metro cuadrado suele arrendarse aproximadamente a 60 céntimos o 1 euro-, pero a cambio ofrecen servicios adicionales, como la utilización de aperos y herramientas comunitarias, el riego (a manta o por goteo), el asesoramiento y el disfrute de zonas de recreo como barbacoas o espacios para los niños.
Nos acercamos a uno de ellos, Huertos del Túria, cerca del Parque Natural del Túria. Allí, cuando alquilas una parcela tienes derecho a disfrutar también de dos o tres naranjos. Zumos frescos de cultivo ecológico a pie de árbol. Existe también la posibilidad de apadrinar un naranjo a distancia, y que la empresa te envíe a casa cajas con sus frutos. “Algunos se sorprenden por lo dulces que son o por el sabor que tienen las hortalizas, pero la razón no es que sean de producción ecológica, sino el hecho de que se recogen en el momento óptimo de maduración”, explica la propietaria, Rosa Borja. Una de sus principales funciones es la del asesoramiento a agricultores primerizos. “La mayoría de ellos viene sin tener ni idea; algunos no han visto una planta de tomate en su vida. Pero te aseguro que todos aprenden al cabo de tres meses”.
“Cuidar de un huerto ecológico es más difícil y desde luego te da menos producción –reconoce Rosa-, pero te garantizas consumir un producto sano, natural y sin sabores diluidos típicos de los productos de agricultura intensiva”. Aquí la clave está en prevenir y ser constante. Los arrendatarios de estos huertos no dejan pasar más de una semana sin venir a cultivar, recolectar, quitar malas hierbas o mantener a raya las plagas.
“Hay que estar pendiente y tratar de que la planta esté fuerte para que cuando arrecie una plaga se pueda defender mejor. Una buena medida de prevención son los cultivos asociativos. Dentro de este paisaje de caballones y cañas vemos tomates junto a plantas de tabaco, que actúan como “maniobra de despiste” al atraer hacia sí la mosca negra. Siguiendo la misma lógica, algunos huertos han plantado caléndula o hierbas aromáticas al lado de las hortalizas. Las flores son también imprescindibles, porque a ellas acuden las mariposas que luego se encargarán de la polinización. Una vez ya ha llegado la plaga, podemos combatirla
con productos de extractos vegetales como ortiga y cola de caballo, aunque su eficacia es mucho menor que la de un producto químico. “Hay gente que se queja de que planta diez lechugas y solo recoge la mitad de ellas. Yo siempre razono con ellos que también hay que compartir la comida con los bichos ¿Por qué no?”
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