VALÈNCIA. Con la sentencia del caso de los ERE se ha cerrado uno de los grandes culebrones judiciales de esta década. Gürtel o el 3% en Cataluña acompañarían en el podio, cada uno según sus manías dirá en qué posición debe ir cada uno. Con el impacto que el estallido de estos casos causó al principio, en una época en la que la crisis de deuda golpeó fuerte, casi toda la oferta cultural estaba marcada por el fenómeno. Una generación se ha hecho mayor de edad y, desde que tuvo uso de razón, solo ha oído hablar de crisis y corrupción.
En el cómic nacional no faltaron propuestas que se quejasen por el agujero en el que nos habíamos metido. Como tantos intelectuales, periodistas, expertos, ensayistas y escritores, estaba claro lo que iba a pasar y ellos lo vieron, efectivamente, después de que ocurriera.
Estos productos ahora no pasan muy bien la prueba del algodón, pero si se busca algo que haya resistido el paso del tiempo, podemos rescatar Intachable del valenciano Víctor Santos, publicado en 2012 por Panini. Era un thriller que reunía todos los ingredientes que se podían ver en los informativos y documentales de la época con intriga y suspense.
Sobre todo, estaba circunscrito al Mediterráneo, donde la especulación urbanística relacionada con el turismo y el acomodo de criminales rusos en la zona permitía echar a volar la imaginación con las limitaciones de que seguramente la realidad fuese peor y más inverosímil que cualquier cosa que se le ocurriera al autor. En el caso hipotético que planteó, estaba la edificación de La ciudad del progreso, que admite algún que otro paralelismo bastante conocido.
Es interesante ver ahora todo lo que llamaba la atención entonces de la actualidad. El transfuguismo de los concejales, su pasión por la cartera de urbanismo, los programas ultraderechistas de la TDT y el sexo, por supuesto, siempre presente. De hecho, la faceta sexual del caso de los ERE si se hubiese llevado a la ficción hubiese parecido una exageración incluso de mal gusto por chusca.
No obstante, más allá de lugares comunes, lo que merece un marco de esta novela gráfica es el pulso que toma a la opinión pública cuando relata cómo se recogen declaraciones de los transeúntes sobre un candidato "chico perfecto" alrededor del que gira la historia.
El primero es un obrero, con su mono y su casco. Su opinión sobre el candidato: "es un hombre que dice las cosas como son. No tiene pelos en la lengua. Ya era hora de que alguien hablara claro, cojones". O el autor no se dejaba llevar por las corrientes dominantes o la mentalidad romántica de la izquierda que atribuye que todos los obreros son arquetipos de izquierdistas todavía no había regresado de los años 80.
El otro personaje que saca es un anciano, jubilado. Con bigotillo franquista, sostiene que lo que hace falta es "mano dura" y habla de un pasado edénico, como todos los fascistas, porque "antes no había tanta delincuencia" y "podías irte a la cama tranquilo porque había estabilidad y trabajo". Un mensaje que escuchábamos con frecuencia hace unas décadas, cuando se intentaba equiparar la democracia a paro, drogadicción y terrorismo. Se decía "pero lo bien que se vivía antes" para edulcorar el franquismo. El vivo ejemplo fue cuando el ministro del Interior se tuvo la desfachatez de hablar de "extraordinaria placidez".
Y mi favorito es el tercero, un bakala. Su respuesta también es puro realismo, dice: "Bah, yo no voto, soy apolítico (...) No sé, mi vieja dice que es guapo". Por aquí iban los tiros en una parte nada desdeñable de la juventud. El desentendimiento de la política alcanzaba a ejemplos como este y también de extracción social más culta. A los indies no te los ibas a encontrar hablando de Zapatero tampoco.
La mafia rusa estaba demasiado estereotipada para mi gusto, pero en la Policía Judicial colocaba a un policía que llegaba del País Vasco, donde había sufrido los años 80, que tenía bastante fuerza como personaje. Estaba curado de espanto, tenía su barriguita y bigote y gustaba de emplear métodos expeditivos. Sus compañeros le recibían con un post-it que le dedicaba la palabra "txakurra" (perro) que le dedicarían muchas veces en su anterior destino.
La TDT surrealista de aquellos años, que todavía colea, se parodia con un programa titulado Alta tensión. El déjà vu más intenso es cuando se ven en pantalla los típicos sms con faltas de ortografía mientras hablan los contertulios. Ahora lo que sacan los programas son tuits. El patrioterismo barato, el moralismo y las denuncias de la corrección política, sin embargo, ahora mismo están a la orden del día. La TDT ultraderechista ha perdido influencia, pero su mensaje ahora está más presente.
El argumento partía de los 80 y estaba dividido. Por un lado un chaval, al que seguimos desde sus primeros días en el colegio, toma el camino de trepar en la política y, por otro, está su mejor amigo que hace lo propio en el mundo del crimen. Santos quiso mostrar que esas dos elecciones vitales, a priori tan alejadas, confluyeron perfectamente en la España de la Burbuja. El poso que deja es el de una justicia con las manos atadas y políticos corruptos que, en el fondo, son invulnerables o, como dice el policía, que aunque los metan en la cárcel vuelven a salir elegidos. En muchos casos, la realidad ha desmentido este tópico, pero bien es cierto que en algún caso público y notorio, no.
Al margen de la historia, también merece destacar el dibujo. Mejor en los planos generales que en los cortos, tenía viñetas que perfectamente podrían recortarse, ampliarse y colocarse en la pared de casa. Un atractivo que es, quizá, a lo máximo que puede aspirar una viñeta. El plano de una discoteca, donde en los sillones los clientes se ponen hasta arriba rodeados de chicas, los dibujos de la policía moviendo vallas delante de un juzgado o la vista cenital de un chalé con terraza que da a una playa eran excepcionales. En resumen, un thriller que quien viviera la época sabrá apreciar.