VALÈNCIA. Es una de las grandes instituciones culturales españolas y, sin embargo, en cierta medida es una desconocida para el público general. Por ella han pasado artistas de la talla de Joaquín Sorolla, Antonio Muñoz Degraín o el arquitecto Rafael Moneo, creadores que han aprendido, reflexionado y crecido gracias a ella. Sus talleres son, además, reflejo de la historia del país, pues fue creada bajo el paraguas de la Primera República española, en el año 1873, y se ha mantenido, con sus luces y sus sombras, en activo desde entonces. Y de eso hace ya 150 años. Hablamos de la Academia de España en Roma. Dependiente del Ministerio de Asuntos Exteriores, la institución ha servido durante décadas como puente entre la escena artística nacional e internacional, un puente del que se han beneficiado distintas generaciones de artistas españoles. También se ha erigido como una suerte de termómetro de la creación nacional, incluido durante los periodos más oscuros de la dictadura franquista.
El patrimonio generado desde la Academia -tanto físico como intelectual- se despliega ahora con una gran exposición en el Museu de Belles Arts de València (Mubav), que acoge la muestra La huella de Roma. 150 años de la Academia de España en Roma, un proyecto expositivo que se enmarca en los actos conmemorativos por el aniversario de la institución y que presenta una gran panorámica artística que viaja desde finales del siglo XIX hasta la actualidad. “No hay tantas instituciones culturales que hayan sobrevivido de manera tan limpia durante siglo y medio, que hayan aguantado, reflejando ellos mismos cada uno de los cambios sociales o económicos y en la Historia del Arte”, explicó la comisaria de la muestra, Dolores Jiménez-Blanco Carrillo de Albornoz, quien presentó la muestra junto a la directora de la Academia, María Ángeles Albert; el director del Mubav, Pablo González Tornel; y a la directora general de Patrimonio Cultural, Pilar Tébar. La convocatoria, sin embargo, contó con una ausencia ya que, pese a lo anunciado, el conseller Vicente Barrera finalmente no asistió a la presentación a medios, pues viajó a Madrid para participar en el acto empresarial por el Corredor Mediterráneo.
Fondos del Museo del Prado, del Museo Reina Sofía o de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, junto con los del propio Mubav y la Academia de España en Roma, dan forma a un ambicioso proyecto expositivo que quiere contar una historia del arte a partir de la huella de los más de mil artistas pensionados, un relato que va más allá de algunos grandes nombres de la cultura sobre los que, señaló la comisaria, se suele construir el relato hegemónico del arte en España. “Picasso o Miró, en realidad, estaban muchos más lejos del tejido de la cultura española que la que emerge de la Academia, que tiene más que ver con las preocupaciones del arte en este siglo y medio […] Hay otra historia posible de arte español, más rica y matizada que la que tópicamente se nos ha enseñado”, apuntó.
En esta ‘otra’ historia del arte, por supuesto, muchos guiños a una València que también ha nutrido la historia de la Academia, con nombres como Mariano Benlliure y José Benlliure Gil, pensionados y directores de la Academia, o el propio Joaquín Sorolla, del que este año se conmemora el centenario de su fallecimiento y del que se presentan dos piezas correspondientes a la beca de la Diputació de València que lo llevó a Roma, un viaje que cambiaría por completo su trayectoria. También, además, acoge la muestra el anteproyecto para la construcción del Ateneo Mercantil, firmado por Fernando García Mercadal y Emilio Moya Lledós.
El discurso que se diseña, en todo caso, no es cronológico, sino que juega a contraponer las miradas de los distintos creadores que han dado forma a la Academia de España en Roma, puntos de vista diferentes a veces sobre las mismas cuestiones que ponen negro sobre blanco la evolución del relato global del arte a través del trabajo individual de los artistas. Esta contraposición se muestra de manera explícita con la disposición de dos esculturas que hablan del cuerpo. La primera, una pieza de Vicente Beltrán que representa el cuerpo humano desde el hedonismo, una figura femenina danzante que data del año 1931. A pocos centímetros se sitúa la propuesta de Pepe Espaliú, en este caso de 1993, que mira al cuerpo desde su ausencia, desde la enfermedad, siendo él una figura clave para desde el arte luchar contra la estigmatización del SIDA.
Si la exposición se presenta como un reflejo de la escena cultural y social española del último siglo y medio también lo es por lo que respecta a las desigualdades, entre ellas las de género. Que el acceso de las mujeres a los sectores artísticos ha sido tardío y torpedeado está claro, una cuestión que se muestra negro sobre blanco en la propia Academia. La primera mujer pensionada llegó en 1928, la compositora María de Pablos, no siendo hasta 1965 cuando llegó la segunda, en este caso la artista Teresa Peña. “Casi un siglo de la vida de la Academia pasa sin mujeres”, se lamentó la comisaria, quien subrayó que la muestra presenta una presencia “razonable” de firmas femeninas, principalmente en los ámbitos más contemporáneos, con cerca de una treintena de piezas.
Con todo, esta exposición se plantea como un histórico que, en realidad, también tiene mucho de futuro. Así, ese Sorolla o Benlliure conviven con piezas de reciente producción creadas por Carla Berrocal o Brais Rodríguez. Es, precisamente, ese “patrimonio de futuro” que cultiva la Academia su mejor legado, un patrimonio que se sigue construyendo, pues continuan desembarcando en Roma nuevos pensionados que darán forma a la generación del 24. Del 2024, se entiende. Pero, este relato de futuro, ¿qué lo caracteriza? Tanto la directora del centro de la comisaria lo tienen claro, para encontrar la respuesta hay que mirar a las propias preocupaciones de la sociedad. De las nuevas generaciones de pensionados destacan el interés por cuestiones de género, cambio climático, migrantes o el foco en las minorías sociales, temas que, seguramente, también interesen a los espectadores de sus obras. Porque, al final, la Academia es pasado pero, sobre todo, presente y futuro.
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