La nueva producción dirigida por Eusebio Calonge y protagonizada por Francisco Sánchez, Gaspar Campuzano y Enrique Bustos lleva a sus personajes al límite
VALÈNCIA. La Zaranda siempre ha tenido debilidad por llevar a sus personajes a las pasiones más extremas encima de las tablas. Miedo, soledad, incerteza, fracaso y muerte son algunos conceptos que suelen tratar, siempre desde la objetividad, sin juicios, sin malos ni buenos, para que el espectador pueda extraer sus propias conclusiones. La reflexión y la empatía son claves en sus obras. Piensan en el teatro como un fenómeno que viaja desde la soledad del escenario hasta la soledad de cada espectador.
Su nueva obra, La batalla de los ausentes, pone sobre la mesa todas estas cuestiones. Tres soldados vuelven del frente tras perder una batalla. La realidad adversa les lleva a reflexionar sobre su fracaso, sobre la vida e, inevitablemente, sobre la muerte. En su recorrido conversan sobre la belleza de la derrota, sobre el triunfo de quienes pese a ella no pierden su sentido del destino. Porque La Zaranda, pese a teatralizar siempre situaciones adversas, tiene como objetivo extraer el pequeño foco de luz de la oscuridad. Como explica el director de la obra Eusebio Calonge, “estos soldados han tenido un sueño, el gran sueño. Así que, solo por eso, merecen algo más que pasar a formar parte del polvo del olvido”.
La batalla de los ausentes se podrá ver este fin de semana (días 1 y 2 de mayo) en el Teatre el Musical a las 19 horas. Culturplaza conversa con Eusebio Calonge, quien lleva trabajando con La Zaranda desde 1985, sobre la obra y los significados que oculta. Está protagonizada por Francisco Sánchez, Gaspar Campuzano y Enrique Bustos, los tres actores por excelencia de la compañía.
Una de las claves de La batalla de los ausentes es la capacidad de trascendencia que poseen sus personajes. Estos soldados, en cierta manera hundidos tras un fracaso bélico, nunca dejan de estar dispuestos a que “su sueño les lleve más allá de lo material”, en palabras de Calonge. En este sentido, “ese sueño no se traduce en un reconocimiento en honores de hombría, ni nada así. Eso solo reflejaría la necesidad de ser mediocre. Se basa en aspirar a que ese ideal trascienda más allá de su propia vida. Su última guerra es contra la muerte”, añade.
El sentido espiritual siempre ha sido una constante en las obras de La Zaranda. Su teatro siempre posee un fuerte componente simbólico. “Nos gusta dejar abierta la imaginación para que el espectador interprete lo que sucede sobre el escenario como considere, para que encuentre lo que está en su propia soledad”. Esos soldados, por lo tanto, seríamos nosotros mismos, los seres humanos, arrojados a una existencia plagada de incertezas pero no por ello fatídica, puesto que La batalla de los ausentes también es un alegato “a la afirmación de la dignidad del propio quehacer artístico y espiritual del ser humano”, comenta el dramaturgo.
Según él, cuando alguien quiere expresar algo íntimo e intenso, eso siempre es “un canto a la esperanza y a lo humano”. En esa línea, los protagonistas de la obra nunca dejan de buscar “la belleza y la luz de entre la muerte y la oscuridad”.
La Zaranda siempre ha planteado cuestiones extrapolables a nuestra realidad. Con La batalla de los ausentes lo hace de manera más explícita que de costumbre. La historia narrada contiene correspondencias con nuestra realidad, desde el punto de vista del universo interior de los individuos. “En un mundo en el que todo lo artístico y espiritual se quiere abolir -explica el dramaturgo-, en el que todo se basa en datos y máquinas, esta obra busca devolver la dignidad al artista y a la persona. Hay mucho teatro que habla directamente de lo que quiere oír el público. Nosotros no somos complacientes. Somos críticos hasta con la crítica”.
Calonge añade que muchas veces “esos batalladores -que somos nosotros mismos- por cobardía, rabia o parálisis, se ven abocados al fracaso”, que en nuestra realidad se reflejaría en “el espíritu sesgado por la comercialidad, la venta o la búsqueda del éxito; cuestiones que no atañen al arte”. El dramaturgo, esta vez, pretendía que el simbolismo fuera más directo y con menos pudor, “que se amparara menos en lo estético y más en la reflexión y la crítica”.
Es curioso que La Zaranda, alrededor de cuestiones tan complejas y abstractas como las que trata en sus obras, siempre integre un componente humorístico en ellas. Eusebio Calonge explica que “se da por naturaleza”. Es una hilaridad “muy perturbadora”, según él, en cuanto a que “surge de los propios personajes al enfrentarse al autor”. Además, es algo que “está en nuestras constantes en la realidad, es humano”.
A esa naturalización del humor contribuye en gran medida el elenco. Francisco Sánchez, Gaspar Campuzano y Enrique Bustos llevan décadas protagonizando las obras de La Zaranda, lo cual ha permitido que la compenetración entre ellos, en palabras de Calonge, “no se vea en otros sitios”. Explica que la forma de trabajar con ellos “es incomparable” a otras situaciones, “no solo por el modo que tienen de interpretar sobre el escenario, sino por el conocimiento absoluto que tienen sobre el cuerpo del resto. Generan un lenguaje que no se encuentra en otra parte”.
El dramaturgo hace balance de las casi cuatro décadas que lleva trabajando en La Zaranda: “Siempre he pensado que lo importante no son los resultados, sino el camino. Esa es la grandeza de las compañías, y quedan muy pocas así. Hoy por hoy, desgraciadamente, casi todo se hace a base de dinero, con la mira puesta en permanecer el máximo tiempo posible en cartel. La Zaranda está aquí para probar, indagar y desarrollar un lenguaje; porque el lenguaje se da en una compañía, no en una producción. Al final, aunque pueda sonar frívolo, se trata de vivir, no de buscar logros ni de acumular premios que acaban enmoheciendo, ni buenas críticas en periódicos que con el tiempo se quedan amarillentos”.