El restaurante de este icónico emplazamiento hotelero ha ido virando de una contundente cocina castellana a su amplio abanico de posibilidades, en un entorno apacible y en el que todavía se conservan los ecos del trato afable que atrajo hasta su sala a Lola Flores, Rocío Jurado, Felipe González o Juan de Borbón
VALENCIA. Hace 45 años no había ningún motel en la provincia de Valencia, aunque los más cinéfilos de la época habían tenido su primer contacto con el modelo de hospedaje a través de la popular Psicosis (Psycho, Alfred Hitchcock). El cine contemporáneo made in Hollywood iba a ejercer un papel decisivo en la creación de una suerte de "leyenda negra" a la que Arturo Tornero, director de La Carreta, todavía le carga cierta responsabilidad para que esta tipología de hotel no se haya extendido más por España. Incluso, para que nuestra percepción psicosocial sobre lo que es un motel tenga poco que ver con este complejo de 11 edificios blancos de estilo mediterráneo, con su porche para el vehículo, su tele, su minibar y su aire acondocionado en las 80 habitaciones, exactamente como en No es país para viejos (No Country for Old Men, Joel y Ethan Coen) pero con Lola Flores, Rocío Jurado o Juan de Borbón entre sus clientes.
El 20 de diciembre de 1971 se inauguró este motel, el único hasta el nuevo siglo en Valencia. 15.000 m² sobre un antiguo campo de algarrobas, propiedad del ideólogo y fundador Miguel Gómez Blay. La Carreta pasaba a convertirse en una postal recurrente para cualquier valenciano: la villa casi ibicenca pero con unas ruedas de carro en su fachada que acompañaban el tedioso camino hasta Cuenca o Madrid a su paso por la Nacional 3. "La peor crisis que vivimos no fue ni la de los 80 ni la de ahora; la peor crisis fue la construcción de la A-3", apunta Tornero. El ahora máximo responsable del complejo hotelero -se le puede llamar así- ya era el segundo de abordo en los citados 80 y vivió "cómo durante cinco o seis años de obras la gente tenía que desviarse casi cinco kilómetros para llegar hasta aquí".
Pero sí, los había. Había familias que habían aceptado las comodidades de este protoresort en mitad del secano de Cheste y Chiva. Por ejemplo, las familias de los componentes de Mocedades, que pasaban allí unas semanas en verano. El complejo de edificios con habitaciones individuales compartía los espacios comunes de la piscina, pero también las bondades de un restaurante que es el primer indicio de cómo La Carreta se actualiza a los tiempos. Este mismo año 2016 ha realizado su mayor obra de adecuación, con 300.000 euros de inversión y una actualización definitiva de su negocio, so pena de un cambio de socios propietarios (que siempre estimula la inquietud).
La estrategia empresarial de Gómez Blay fue la de emular el modelo de La Carreta que, con el mismo nombre, había a la salida de Barcelona y de Alicante, dirección Valencia. "Aquello no cuajó", apunta Tornero. Los directores Enrique Cordón, Manuel Soler Cortell y finalmente quien ahora está al frente del complejo, fueron virando el tiro a dos arietes para el negocio casi desde sus inicios: la discoteca y el restaurante. La discoteca tuvo fama y esplendor en la zona, hasta que las normativas de acceso a menores, ventas de alcohol, etcétera, según apunta Tornero, fueron complicando el desarrollo de la actividad. El restaurante era importante entonces y todavía lo es más ahora, siendo el negocio más regular a lo largo del año para La Carreta.
Han cambiado las formas, pero también ha cambiado la oferta. En este caso, sobre todo, por el cliente: "ahora ya sabemos que nuestro cliente no quiere irse lleno a reventar. Y antes, de alguna manera, era así", apunta Tornero. Pocos rastros de aquella comida castellana contundente por utilizar algún eufemismo. De callos, higadillos o caracoles. ¿Cuál es la nueva propuesta? Una notable variedad de arroces, incluso también por la noche (a los extranjeros, cuentan, no les preocupa tanto como a los locales). Son habituales los gazpachos, las ensaladas, los entrantes elaborados en los que se cuela alguna inquietud más internacional, y, con todo, siguen destacando los pescados y las carnes. Sobre todo, el cordero asado o el secreto de angus, el vacuno irlandés.
"Los clientes son mucho más exigentes en la sala que antes. Entre otras cuestiones, porque han viajado y porque saben bien lo que cuesta un vino en un supermercado. Incluso saben de técnicas de cocción por la explosión de información a través de los programas de televisión", apunta el director de La Carreta. Así se ha adaptado a los tiempos una cocina que, eso sí, todavía se permite un eco de aquellas farteras por las que era conocida: si durante la semana tiene un menú de degustación a 19,50 euros, el domingo, por el mismo precio, el menú se convierte en buffet libre. Y, adecuado en la semana, sigue siendo un reclamo.
La Carreta llegó a acumular 400.000 euros de pérdidas en cinco años y se salvó de la quema gracias a una ampliación no fructificada: "en la época de bonanza estuvimos a punto de iniciar un proyecto de ampliación, pero el banco dijo no y las reservas de aquel momento sirvieron para aguantar el envite de la crisis". No obstante, desde los años 90, hablar de La Carreta o de su modelo de negocio es hacerlo de un milagro que apareció a exactamente 500 metros de aquel lugar de paso de la antigua N-3: el Circuit Ricardo Tormo. El Gran Premio de Motociclismo "supone el 10% aproximado de nuestra facturación anual". Eso sucede en apenas una horquilla de 10 a 15 días que acaban de iniciarse, ya que este año se celebra los días 11, 12 y 13 de noviembre.
Con todo, el Circuit eleva ese porcentaje hasta el 40% de peso en su negocio con el rodaje de equipos de todo tipo (y no solo de motociclismo, de turismos y de otro tipo de vehículos) y particulares que llegan hasta La Carreta tras rodar. Particulares que vienen incluso de otros países europeos, "donde, como en el caso de algunos clientes rusos, por ejemplo, es imposible rodar durante los meses de invierno". Y también peñas que alquilan el circuito, empresas que prueban coches de alta gama en carretera, entrenamientos y otro tipo de competiciones con vehículos a motor, empresas que prueban neumáticos, eventos que se organizan en el amplio parking junto a las gradas de Tribuna...
La cuadratura del círculo en esta nueva etapa se completa con los clientes que aportan las urbanizaciones (Atalaya, Olimar y Carambolo) el fin de semana y, sobre todo, en verano. Se completa también con la treintena de bodas y el resto de eventos sociales con servicios de exclusividad. Entre semana, los que se sientan a su mesa suelen ser los vecinos de polígonos industriales de los municipios de la comarca de la Hoya de Buñol o los que sea apean momentáneamente de trayectos más largos entre Valencia y Madrid.
Esos son los mimbres de un complejo desconocido para los valencianos que acaba de actualizarse y cuyo concepto hotelero y gastronómico es una experiencia al alcance de la mano de cualquier valenciano. Un espacio desconocido, que aunque sea en una ocasión bien merece regalarse su cocina y su trato, pero también sumergirse en un concepto de hotel y borrar esos fantasmas de las películas de terror norteamericanas.