VALÈNCIA. Tengo un amigo que es un sabio en lo que al mundo del vino se refiere. De hecho, se dedica profesionalmente a su divulgación y comercialización y, de vez en cuando, quedamos con él para degustar unos cuantos de esos zumos fermentados, lo que genera animadas e interesantes tertulias. Suele llegar a la cena algún trueno bajo el brazo, uno de esos vinos que te dejan noqueado, usualmente de origen francés, y que nos deja un gran recuerdo durante un tiempo. En una ocasión, hablando sobre el hecho de compartir las experiencias, comentó que hay pocas cosas más frustrantes y melancólicas que abrir y descubrir un gran vino en soledad y bebérselo en compañía de uno mismo, sin poder hacer partícipe de ello, al menos a otra persona.
El arte es una actividad o manifestación del espíritu que se casi siempre se practica en soledad pero tiene con vocación social, comunitaria. Raro, extraño, es el artista que crea exclusivamente para sí mismo, y poco habitual el coleccionista que compra arte para el disfrute individual. Como el protagonista de la película de Giuseppe Tornatore, La mejor oferta, que atesora en una gran sala cientos de retratos de mujeres que sólo admira él. Incluso si el artista creó para sí o como mucho para su comitente, aquella vocación queda anulada con el tiempo y si la obra lo merece acaba colgada en un espacio visitado por cientos de personas.
Hubo un tiempo…, bueno, van a pensar que me voy a remontar a tiempos de 'maricastaña'. Comenzaré de nuevo: un amigo, ya jubilado, me contaba recientemente que allá por los años setenta y hasta los primeros noventa los aficionados al arte y a las antigüedades de València dedicaban buena parte de los fines de semana a su pasión: los viernes y sábados salían a visitar galerías de arte (o bien los jueves cuando había inauguración), generalmente situadas en el ensanche e intramuros de la ciudad, hoy muchas desaparecidas. Las mañanas de los domingos el punto de encuentro, con otros colegas de afición, era el rastro, al que se acudía a primera hora, cuanto más temprano más posibilidades de 'cazar' y donde caía el primer café del día. Por entonces-época dorada de aquel mercado de antigüedades y toda clase de curiosidades al aire libre- ocupaba la plaza de Nápoles y Sicilia y las calles que desembocaban en esta. Desde allí en agradable paseo, 'esmorzaret' mediante, se daban cita en el Círculo de Bellas Artes que en aquellos años ocupaba parte de un edificio en la Plaza Mariano Benlliure, un rincón hoy en día atiborrado de terrazas destinadas al refrigerio turístico, donde se celebraba el popularmente conocido como “zoco”. Allí se subastaban pinturas que habían estado expuestas toda la mañana, sobretodo de artistas valencianos. El golpe de martillo adjudicaba varias decenas de lotes cada semana, y el comprador, con cara de indisimulable satisfacción salía, previo pago del precio, con el cuadro bajo el brazo entre escrutadoras miradas de los asistentes que se dividían en coleccionistas competidores y simples curiosos. De objetos y obras de arte que salían de estos lugares están surtidas las paredes de muchas viviendas de València. Personalmente tengo un vago recuerdo de esas mañanas con mi padre: aquel local siempre estaba animado, sobretodo el bar, e inmerso en una perenne y densa nube de humo. El caso es que todavía voy a muchas casas en las que herederos de un familiar fallecido me dicen “le encantaba ir al rastro y al Círculo los domingos y siempre acababa trayendo algo”.
El caso es que, en cualquier esquina se podía formar una improvisada tertulia en las que se hablaba con poco orden, o si era preciso se discutía con ardor. En esto del arte hay más vehemencia de lo que parece: cuadros, artistas, precios, historias y anécdotas, de estas muchas y algunas hilarantes. Allí se mezclaba una variopinta fauna de compradores, marchantes, anticuarios, pintores y escultores. Y eso era porque en esos días en València existía una comunidad, en la que el arte actuaba de aglutinante entre unos y otros, y de la que nacían lazos afectivos intensos.
Todo sucedía allí en la calle, las galerías, en los anticuarios, en el Círculo. Nada de dispositivos móviles. ¿Quieres ver el cuadro que he comprado?, ven a mi casa a cenar, “ tengo que presentarte al artista, su estudio está en el barrio del Carmen”. Lo oral frente a lo virtual. Confieso que he conocidos algunos artistas y su obra, con los que incluso he intercambiado mensajes… Y todavía no he estado físicamente con ellos. Esto es un desastre, ¿no? Qué les voy a decir que no sepan ya sobre las redes sociales, de las visitas virtuales a exposiciones y museos, y de las compras apretando un botón en la intimidad de su despacho, habitación o del salón de su casa mientras con un ojo está en su tablet y con otro ve un partido de fútbol. El aficionado se ha replegado en sí mismo, se han acabado las tertulias y de alguna forma se ha diluido aquella comunidad, el mundo de ayer.
Para crear afición es preciso socializar y compartir experiencias de nuevo. Quienes me escuchan últimamente me oyen eso de crear “comunidad”. De hecho, reconozco que me estoy poniendo un poco pesado con el asunto. Una comunidad física, por supuesto. Los foros de internet, los blogs, están muy bien pero eso es la vida a medias. Me gusta cuando mi galería se convierte en una improvisada y caótica tertulia. Ojalá sucediera en más ocasiones. En aquellos tiempos el notario se juntaba con el chamarilero, el médico con el pintor, el anticuario con el abogado. El mismo Círculo de Bellas Artes se ha visto afectado por el signo de los tiempos y ni que decir del rastro, una sombra de lo que fue. Con internet a nuestro servicio, ese es el rastro de nuestros días.
Los mejores clientes de galerías y anticuarios suelen ser parte de una pequeña comunidad de amigos que comparten intereses. En otros países europeos, como Inglaterra, Países Bajos o Alemania por no hablar de los EEUU, son habituales las asociaciones de coleccionistas y aficionados. Próximamente visitará València una asociación de coleccionistas de cerámica de los Países Bajos. Esta misma semana me decía un joven coleccionista de cerámica valenciana que el hecho de enseñar sus adquisiciones, de compartir con otros sus piezas, es uno de los principales alicientes para seguir incrementando su colección. Vivir con intensidad la experiencia del arte conlleva compartir. Busquen a quienes pueden ser sus compañeros. Dejen aparcados un tanto los viajes virtuales, por mucho que el programa le permita ampliar las fotografías hasta la pincelada más inverosímil. La realidad está ahí fuera, esperándoles.