Detrás de este proyecto, tan romántico como minúsculo en volumen, está Amparo Martí, una agricultora “de raza” que ha llevado por primera vez a Meliana la variedad griega koroneiki.
Solo son 210 árboles, apenas siete hanegadas y media, pero pasarán a los anales de la historia local por haber servido el fruto del primer aceite de oliva elaborado en el municipio de Meliana. El primero del que se tiene constancia, al menos. Se llama La Gaiana y destaca sobre todo por sus aromas a huerta y su sabor suave y dulzón. Las catas de esta primera cosecha apuntan también a la existencia de matices marinos; parece lógico, si tenemos en cuenta que estamos a pocos metros del mar y que el nivel freático está a dos palmos del suelo donde inician su camino las raíces de los olivos. Pep, propietario del vecino restaurante Ca Pepico, lo describe de forma muy expeditiva: “¡Está brutal!”. Él, que de estas cosas sabe un poco, ha sido el primer hostelero del barrio de Roca en incluir este aceite en su restaurante.
Amparo Martí nació y creció en el barrio de Roca en una familia dedicada al cultivo hortofrutícola. Sus recuerdos más felices de infancia la retrotraen al momento de la recogida de la patata y a la recompensa que recibía tras una jornada de trabajo ayudando a sus padres y en comunidad con sus vecinos: un almuerzo al aire libre a base de botifarreta amb oli.
Los años pasaron y, por circunstancias de la vida, Amparo dejó de cultivar las tierras que había heredado de su madre y que anteriormente habían pertenecido a su abuela. Durante casi una década, Amparo se limitaba a visitar estos campos yermos para limpiarlos y mantener a raya las malas hierbas. Ella y su marido tenían otras ocupaciones profesionales y dos hijos a los que criar; en principio, no tenían ninguna necesidad de complicarse la vida. “Pero al final me lié -reconoce-, y mucho más de lo que tenía previsto”.
Aunque existen registros escritos que certifican la abundancia de olivos en la vecina población de Almàssera durante la Edad Media, Amparo no ha encontrado ningún libro que hable de la elaboración de aceite en Meliana. “La primera razón por la que decidimos echarnos a la aventura es que queríamos reactivar estas tierras, pero buscábamos un tipo de cultivo que no diera tanto trabajo como el hortícola. Tampoco nos interesaba plantar naranjos, porque si luego no eres capaz de vender la producción, a ver cómo se come una familia tantos kilos de fruta. Con el aceite sería distinto, porque puedes almacenarlo. No tienes mucho que perder, una vez está elaborado”. “Además -continúa-, nos animó el hecho de que la familia de mi marido, que es de la Sierra del Segura, siempre ha tenido olivos”.
Sin embargo, el factor determinante para que este proyecto haya salido adelante fue la elección de la variedad, que resultó ser todo un acierto. “Hice un curso de agricultura ecológica en la Unió de Llauradors, y allí una persona me aconsejó que cultivase una variedad griega llamada koroneiki, que es muy resistente a la sequía y a las altas temperaturas. Lo único que no aguanta es el frío, y aquí de eso tenemos poco (ríe)”. La koroneiki es muy popular en el país heleno (representan aproximadamente el 60% de sus olivos). El fruto es pequeño, tiene un intento color vino cuando madura y crece en pequeños racimos. Su forma es elíptica, parecida a la de la cornicabra.
En 2021, Amparo introdujo los primeros plantones repartidos entre las dos tierras que tiene en el barrio de Roca. Nadie podía esperar el rápido crecimiento y la productividad que demostrarían. “Me habían dicho que en cuatro o cinco años tendría mi primera cosecha, pero llegó 28 meses después”. Algunos ejemplares estaban tan cargados de oliva que sus ramas, todavía jóvenes y frágiles, se quebraron por el peso. El viento, que este año ha arreciado con especial virulencia, llegó a tumbar algunos olivos, que después han sido reemplazados.
Estos arbolitos vigorosos de 50 centímetros de altura llegan hoy hasta los dos metros y medio. Los encontramos en pleno florecimiento primaveral, rodeados de abejas y de plantas autóctonas aromáticas (16 variedades diferentes) cuya función es crear el ambiente biodiverso que proteja a los árboles de las plagas y de la contaminación cruzada. Cuando llegamos a casa y catamos el aceite, comprobamos la claridad con la que expresa el contexto en el que han crecido los olivos. Nos invaden aromas a tomate verde, a alcachofa, a calabaza… es pura huerta. Tiene un sabor suave, muy diferente al que presentan los conocidos hojiblanca andaluces, por ejemplo, pero funciona de maravilla en crudo, ya sea en una ensalada de tomate o para aliñar un buen bollit valenciano.
La Gaiana acaba de nacer y por tanto necesita otras dos cosechas para conseguir el certificado de agricultura ecológica, así como el de oliva virgen extra. “Tanto yo como estos árboles somos todavía novatos -dice Amparo-, pero poco a poco vamos a ir aprendiendo y cada cosecha será todavía mejor”. Por el momento, esta producción -4.600 kilos de oliva de la que han salido 950 botellas de medio litro- se está vendiendo a gran velocidad a pesar de contar con una red de distribución pequeñísima. Se puede adquirir en restaurantes de la zona como Ca Pepico, El Baret y Ca Xoret en el Barrio de Roca; El Racó, Ca Ceba y la verdulería El Tossal de Meliana; Més que Vins, en Moncada; Herbasana en Foios y Museros; Hortet La Masieta, en Cases de Bárcena, así como la tienda Original CV que está situada frente al Mercado Central de Valencia. “Pero, en realidad, la mayoría se ha vendido por el boca oreja. De hecho, ya solo me quedan 260 botellas, ¡quién me lo iba a decir!”.