VALÈNCIA. Vuelve la momia. No, no es que vayamos a hablar otra vez de Waren Beatty. Ni que pensemos rendir homenaje a Kirk Douglas, que en diciembre cumplirá cien años. Y ojo, que el diccionario español admite el término momia para hablar de una “persona que se encuentra físicamente desmejorada, muy delgada o demacrada”. Sin embargo, esta vez nos referimos a su acepción más común: “Cadáver que, de forma natural o porque se le han aplicado ciertas sustancias, se conserva desecado, sin pudrirse”. Cuerpos muertos envueltos en vendas que inmediatamente relacionamos con la milenaria cultura del Antiguo Egipto, pero que no son exclusivos suyos (sin ir más lejos, fue una práctica habitual entre los guanches de las Islas Canarias). Su asociación con sucesos terribles es consecuencia directa del descubrimiento, en 1922, de la tumba del faraón Tutankamon. En algo más de una década, murieron más de veinte personas relacionadas con el hallazgo arqueológico, y la prensa sensacionalista británica de la época (Íker Jiménez es un mero aprendiz) no dudó en aprovechar la circunstancia para inventar historias sobre una supuesta maldición.
Al mismo tiempo, la literatura ya se había encargado de atribuir carácter maldito a las momias. Autores célebres como Bram Stoker, Sax Rohmer, Sir Arthur Conan Doyle o Rudyard Kipling fueron algunos de los que sintieron la tentación de escribir sobre ellas, pero no los únicos. La editorial McFarland & Co. publicó en 2002 un estudio titulado The Mummy in Fact, Fiction and Film que, en palabras de Antonio José Navarro en su reseña del libro para la revista Imágenes de Actualidad, “es un memorable volumen que explora con minuciosidad la realidad histórica que subyace tras las momias egipcias, analizando las motivaciones religiosas que alentaron tan elaborado método de conservación de los cuerpos, así como sus implicaciones culturales a los largos de los siglos hasta nuestros días”. Sus autores, Susan D. Cowie y Tom Johnson, “efectúan un esmerado análisis de los mitos y creencias forjados a partir de la interpretación, sesgada, alucinada, de papiros y hechos accidentales, y su influencia en la literatura y, sobre todo, el cine”. Y aquí, claro, es donde queríamos llegar. Porque esta semana, la maldición de la momia regresa a las pantallas.
Tom Cruise contra la princesa egipcia
La nueva versión de La momia (The Mummy, Alex Kurtzman, 2017), presenta una variante muy poco utilizada, ya que el monstruo de los vendajes es esta vez una mujer. Para más señas, una antigua princesa egipcia (interpretada por Sofia Boutella) cuyo destino fue arrebatado injustamente y que despierta en la época actual trayendo consigo la preceptiva maldición, que después de miles de años ha crecido hasta límites insospechados. Todos los que permita la CGI, de hecho. El encargado de enfrentarse con ella será Tom Cruise, lo que ya permite intuir que, más que ante un film de terror, estamos, sobre todo, ante una película de aventuras con algún que otro susto sobrenatural, donde no faltan los elementos heredados de la tradición y los ingredientes folletinescos. El marine protagonista, por ejemplo, tiene algo de Indiana Jones. Y también hacen acto de presencia la heroína de aire clásico (Annabelle Wallis), los paisajes desérticos, los laberintos subterráneos o las visitas al Museo de Historia Natural de Londres. El rigor histórico o las interpretaciones neocolonialistas no cuentan cuando se trata, sobre todo, de entretener y sobresaltar al espectador. Y, contra todo pronóstico, las momias siguen haciéndolo como el primer día.
De hecho, pocos hubieran predicho que la anterior resurrección de la leyenda resultaría tan rentable. En 1999, Stephen Sommers dirigió La momia (sí, lo de buscar títulos imaginativos no parece una prioridad en este caso), una nueva versión del mito adaptada a tiempos de entretenimiento digital y con cierto toque de humor cómplice. La elección de Brendan Fraser como protagonista fue, quién lo iba a decir, todo un acierto, y su excelente resultado en taquilla dio pie a la consiguiente trilogía, que se completó con El regreso de la momia (The Mummy Returns, Stephen Sommers, 2001) y La momia: La tumba del Emperador Dragón (The Mummy: Tomb of the Dragon Emperor, Rob Cohen, 2008), una tercera parte ya sin Arnold Vosloo, que había dado vida al temible Imhotep en las dos primeras entregas de la saga. Porque, ya se sabe, sin un oponente de entidad, el héroe es un poquito menos héroe. Alex Kurtzman tomó buena nota, y su princesa Ahmanet no se queda atrás cuando se trata de sembrar el caos, la muerte y la destrucción. Las lecturas sobre la condición femenina del ser que trae todos los males al mundo, que no son nuevas y vienen de lejos, las dejamos para los estudios de género. En todo caso, la momia se convertía definitivamente en franquicia, y era cuestión de tiempo que alguien se encargara de traerla de nuevo a la gran pantalla. Si tenemos un nuevo Spider-Man cada tres o cuatro temporadas, ¿por qué no otra momia ocho años después? Y ojo, que hablamos de cine mainstream estadounidense, porque ya en 2014 se había rodado American Mummy, una serie B dirigida por el inclasificable Charles Pinion…
Será por momias…
Y es que las momias abundan en la historia del cine de terror casi desde su origen, con una primera y obligatoria escala en el ciclo clásico del género que produjo la Universal. Incluso podría decirse que, por muchos que hayan pasado, y por modernos que sean los efectos especiales que acompañen sus peripecias, la momia siempre será Boris Karloff, el mítico actor que también pasaría a la posteridad por encarnar al monstruo de Frankenstein. Lo envolvieron en vendas en 1932, en La momia (¿hemos hablado ya de la originalidad en los títulos?), firmada por Karl Freund, director de fotografía alemán que llegó a Estados Unidos huyendo de un terror mucho más real (el ascenso de los nazis) que el que había filmado para directores como Paul Wegener, Murnau, Fritz Lang o, ya en el exilio, Tod Browning (el Drácula de Bela Lugosi), John Ford, James Whale o George Cukor, entre otros. La momia fue su primer largo en América, y adaptaba una historia de Nina Wilcox Putnam y Richard Schayer. Ambientada en una atmósfera irreal, se ha convertido en un clásico romántico, ya que Im-hotep regresa de la tumba más de tres mil años después de haber sido embalsamado vivo para tratar de resucitar a la virgen vestal de la que estaba enamorado, ofrecida en sacrificio.
Y si el terror de los años treinta y en blanco y negro es sinónimo de Universal Pictures, la hegemonía del cine de género en color durante los cincuenta y los sesenta se traslada a Inglaterra, donde la Hammer revitaliza los mitos clásicos incluyendo, claro está, a nuestros queridos faraones. Su director emblema, Terence Fisher, y sus dos actores fetiche, los insustituibles Peter Cushing y Cristopher Lee, también rodaron su versión de la historia, titulada (¿lo adivinan?) La momia (The Mummy, 1959). En su completo estudio sobre la productora editado por Calamar Ediciones en 2003, Juan M. Corral señala que la película no se basa tanto en la de Freund y Karloff como en las secuelas que generó, como La mano de la momia (The Mummy’s Hand, Christy Cabanne, 1940), o La tumba de la momia (The Mummy’s Tomb, Harold Young, 1942), por lo que “pierde cualquier profundidad romántica y pasional sobre el mito para tender a un simple productor de terror con su correspondiente monstruo asesino”.
Pese a todo, la Hammer retomaría el personaje en La maldición de la momia (The Curse of the Mummy’s Tomb, Michael Carreras, 1964), que bien podría considerarse el precedente directo de las versiones más recientes, ya que su inicio rememora el cine de aventuras clásico y no ahorra en secuencias explícitas y de inusitada violencia. En el terreno de la comedia, por el contrario, se sitúa una de las incursiones mexicanas en el tema, El Santo contra las momias (Las momias de Guanajuato, Federico Curiel, 1972), donde los más famosos enmascarados del país centroamericano (Santo, pero también Blue Demon o El Mil Máscaras) se enfrentan con Satán, un luchador del siglo XIX que vuelve a la vida y dirige un ejército de momias inspiradas en un conjunto real de cuerpos momificados naturalmente, descubiertos después de la exhumación de varias tumbas en el cementerio de Guanajuato entre 1895 y 1958 que, a día de hoy, son una de la mayores atracciones turísticas de la zona. Por su parte, el británico Mike Newell, muchos antes de alcanzar la fama gracias a Cuatro bodas y un funeral (Four Weddings and a Funeral, 1994), probaría suerte en el tema con El despertar (The Awakening, 1980), donde la mujer de un arqueólogo que ha encontrado la tumba de la faraona Kara da a luz una niña prematura y teme que la maldición de la momia caiga sobre ella. Como se puede comprobar, el cine nunca ha dejado de invertir en vendas. Hasta el imprevisible Don Coscarelli (responsable de la saga Phantasma) se dio el gusto en Bubba-Ho-Tep (2002), divertido delirio de bajo presupuesto donde unos avejentados Elvis Presley (interpretado por el gran Bruce Campbell) y John F. Kennedy (en realidad, un afroamericano que dice serlo) se enfrentan a una momia egipcia con malas pulgas. Sí, hay que verla para creerla.
Operación revival
La nueva versión de La momia protagonizada por Tom Cruise es un film con ambición de blockbuster, escrito por guionistas de prestigio como Christopher McQuarrie (Sospechosos habituales, Valkiria, Al filo del mañana) y David Koepp (Parque Jurásico, Atrapado por su pasado, Mission: Impossible) y dirigido por Alex Kurtzman, que hasta ahora solo contaba con un largometraje (el discreto Así somos, de 2012), pero posee un impresionante currículum como productor de televisión (con series como Alias o Fringe) y también está detrás de películas como Star Trek (J.J. Abrams, 2009). A la vista de sus próximos proyectos, la mayoría aún sin director asignado, Kurtzman parece empeñado en volver a convertir a la Universal en la casa de los clásicos del terror. En La momia ya tiene una aparición especial el Dr. Henry Jekyll (encarnado por Russel Crowe), pero es que, además, este mismo año tiene previsto poner en marcha producciones como Van Helsing, una nueva vuelta de tuerca al Drácula de Bram Stoker inspirada, agárrense, en Mad Max: Fury Road (George Miller, 2015); El hombre invisible, que protagonizará Johnny Depp; La mujer y el monstruo, con Scarlett Johansson; y La novia de Frankenstein, que contará con Javier Bardem y tendrá tras la cámara a Bill Condon, una elección afortunada, teniendo en cuenta que fue el responsable de Dioses y monstruos (Gods and Monsters, 1998), sobre los últimos días de James Whale, el director del Frankenstein protagonizado por Karloff. De este modo, el bucle vuelve a cerrarse. O la historia da una vuelta más. De un modo u otro, los mitos del terror siempre regresan. Por eso son inmortales.