El legendario saxofonista junto a su quinteto y la Orquesta de Valencia, dirigida por Vicent Alberola, inauguran hoy el Festival de Jazz del Palau de la Música
VALÈNCIA. Contaba Paquito D’Rivera en su biografía Mi vida saxual, publicada en 2000, que en el aquel viaje que iba a significar el gran cambio de rumbo en su vida, metió y facturó en la supuesta maleta de viaje trastos viejos y después pasó un vuelo terrible, comido por los nervios y sometidos gracias al ron. Viajaba de gira desde la Cuba castrista hacia Suecia junto a aquella representación jazzística que el formó y dirigió llamada Irakere y embajadora musical de la nueva y “revolucionaria” música cubana. Pero había que hacer seis horas de escala en Madrid.
Corroído por la ansiedad y mientras sus compañeros caminaban hacia el embarque, D’Rivera tomó el camino inverso. Bajó a toda prisa por unas escaleras mecánicas de subida repletas de viajeros y se dirigió hacia la zona de control aduanero. Enseñó su pasaporte y le dijo al policía: “Me persiguen los comunistas, me pisan los talones...”. El agente, continúa narrando, miró la documentación de su pasaporte y tras unos segundos de silencio le contestó. “Ah, debí haberlo entendido. Ahora está todo claro…usted es polaco…¡Bienvenido a España!”.
El tenía entonces algo más de 30 años. Corría 1980. Ahora ha cumplido recién los 70. Pero cuando le preguntas si toda la historia como las decenas y decenas de anécdotas que incluye en el libro narradas con esa fina ironía y mucho desparpajo son tal como las cuenta ya que algunas son casi inverosímiles contesta con una honda carcajada y añade. “Por supuesto, y más. Y en ese viaje se me puso el pelo afro que llevaba entonces todo blanco por la caspa que me salió de golpe por culpa de los nervios”. Y entonces vuelve a reír a carcajadas.
Desde entonces Paquito no ha vuelto a su Cuba. Ahora está en una masía en lo alto del valle de la Valldigna hasta donde lo han llevado a él y a los músicos que le acompañan a comer una paella entre un grupo reducido de amigos del director de orquesta Vicent Alberola que hoy lo dirige junto a su quinteto y la orquesta de Valencia en la inauguración del Festival de Jazz del Palau de la Música.
Cuenta el compositor, Grammy y arreglista argentino residente de Nueva York Daniel Freiberg, quien también lo acompaña en este viaje ya que estrena una de sus obras, que él también desconoce de dónde saca la vitalidad este músico cubano, una de las grandes leyendas del jazz latino.
“Mire, él venía de Panamá. Pasó por casa. Se cambió de ropa. Se fue al aeropuerto y aquí está sin haber pasado apenas el jet lag”, comenta. “A veces me llama para sugerir algún arreglo que se le acaba de ocurrir. Y yo le digo, coméntamelo. Pero él dice, no ahora voy pallá'”. Y viene. Vive para la música. No sabe descansar ni un momento”. Esa es la vida del músico. Un no parar.
Y además a Paquito no sólo le gusta escribir música en sus viajes, sino literatura. Pero no anota, confiesa. Simplemente recuerda. Con una vida así no hace falta tomar apuntes. Sólo le preguntas vivencias y no cesan de aparecer. Contadas por él ya relajado por la cazalla que corre por la mesa ganan altura y son una especie de fábulas musicales, algunas más que picantes, otras más que inesperadas, como esa de Ella Fitzgerald a la que confunden con una mujer de alegre vivir o la de Tete Montoliu, Lionel Hampton, Dizzy Gillespie, entre tantos, o la del batería ciego que conoce a otro que es sordo y ambos forman parte de una escuadra de jazz…
Hace poco, el miembro fundador de la Orquesta Cubana de Música Moderna publicaba Letters to Yeyito: Lessons from a life in music. La vida de un estudiante de música imaginario que le pide consejos y al que contesta a través de cartas. Eso, entre el centenar de discos que posee el clarinetista y saxofonista. No entra a repasar el pasado, ni la situación política actual de su país, pero sí deja claro que no le gustan los populismos.
Que le pregunten también por ese ritmo de vida al propio Alberola, un músico de Benifarió de la Valldigna, quien dirige a Paquito cada vez que viene a España. Lo conoció al frente de la Orquesta del Vallés y él le dijo: “Usted sí saber marcar. Lo quiero conmigo”, cuenta.
Alberola es otro ejemplo de la diáspora de músicos valencianos. Con 19 años se fue a estudiar a Amberes. Su abuelo le daba 20 duros para que se centrara en la música y estudiara. Lo hacía en una banda. Ahora es primer clarinetista de la Mahler Chamber Orchestra, pero al margen de actuar con las principales sinfónicas del mundo como solista, hace años que lleva adelante su carrera como director musical. Algo que ha de ser sólo su destino.
“Muy pronto volveré a vivir a Valencia. Me tira. Ahora con el AVE estás en una ratito en Madrid, coges un vuelo y vas donde quieras. Vivir aquí con estas vistas es único en el mundo”, añade. Y Paquito y sus músicos asienten frente al paisaje y una ligera brisa ante tanto calor del mediodía.
Corre la cerveza, los tramussos y las guindillas. Todos quieren saber algo de la estrella, pero ya se sabe: cuando un grupo reducido de músicos se juntan si de algo no se habla es de música en sí -salvo algún detalle de notas o técnicas- pero sí de otros músicos. Son tremendos. Y hay para todos. Así que corren las anécdotas y Paquito que ha tocado con todos los grandes del jazz tiene para no parar. Y allí se ríe y ríe sin descanso. Entre chistes, claro, también de músicos que uno no sabía que existían.
-“¿Es tanta verdad que allá en Norteamérica las cosas están tan mal con el presidente como nos cuentan aquí?”.
-“Imagine, mi mujer le llama el 45 no quiere ni mencionar su nombre. Si al menos hubiera sido Bernie”, comenta el músico que desde hace muchos años reside en New Jersey.
“Es como a doña Celia que a Fidel le llamaba ‘ese’ “, añade el pianista Pepe Rivero, un joven músico que lleva carrera de ser figura mundial como ya lo es el joven trompetista venezolano “Pacho” Flores casado con una valenciana.
Llaman a Paquito que no ha parado de contar historias cada una más imprevisible de esta, aquel, el otro, sus viajes por el mundo, sus anécdotas en Japón, sus bromas, sus enormes risas que contagian al resto de invitados. Eso entre fotos de recuerdo, vídeos, partituras compartidas, autógrafos, preguntas tópicas y largos silencios de escucha rotos por las carcajadas de la tropa que se va animando.
Es entonces cuando sale desde la cocina. Y al ritmo del pasodoble 'El Fallero' aparece él con la paella. La esperada paella que había pedido nada más pisar suelo español y come con el resto de la misma con pasión y deleite.
Lo demás sólo es resumible en una frase: ¡Menuda tarde, que vitalidad! Lo que pueden dar de sí unas horas con un tipo con ese ritmo y experiencia. Y eso que no había traído su saxofón. Aún estaríamos allí.