VALÈNCIA. Vestidos de monja, cruces gigantescas, tambores de Calanda. Pudiera parecer la mente de un Buñuel introspectivo, pero en realidad se trata de Sonoma, el nuevo montaje de La Veronal, que recala este fin de semana en el Teatre Martin i Soler de Les Arts. El coreógrafo valenciano Marcos Morau llena el auditorio con una propuesta que toma como referencia la figura del autor aragonés “imprescindible para cualquier persona que cree imágenes” y lo transforma en una pieza de hora y media.
Sonoma es su juego de palabras más evidente, pero también bebe de las dos posibles raíces: contiene partes del griego soma (‘cuerpo’) o del latín sonum (‘sonido’). Las raíces son la materia prima de este espectáculo, y más en concreto, el folklore. Nace de la pieza de 2016 El surrealismo al servicio de la revolución, de medio formato. “Quería retomar a Buñuel en una de gran formato donde pudiera mantener esa misma esencia. De repente, además, lo que hemos estrenado ha quedado afectadísimo por la pandemia”, explica Morau. Parte de los textos tienen un tono apocalíptico, las bailarinas se desatan como si necesitaran liberarse de algo, pero no se trata de 2021, es nuestra mirada: “El confinamiento nos ha hecho amplificar todo, y ahora cualquier obra va a ser diferente porque está atravesada por la experiencia de la pandemia, que sobrevuela todas las creaciones”.
Buñuel pasa de ser autor a ser un personaje invisible pero protagonista. Se hace presente su mirada, que es el punto medio entre el creador, la persona y el personaje. “Buñuel siempre echa mano de sus orígenes y tiene una mirada desacomplejada e incluso terrenal de estos que lleva desde Calanda hasta Madrid, París o México DF. Es una fascinación genuina por la religión, lo divino y lo rural, pero desde una visión revolucionaria, con una mirada oblicua que adivina cómo se va construyendo el cine”, explica Morau. Estas son las cuestiones que toma del director para Sonoma.
La revisión y la utilización del folklore en la historia del arte es diversa y sus discursos incluso contrapuestos, desde el ensalzamiento nacionalista hasta la ironía chabacana. “Se suele utilizar como símbolo de identidad y de exclusividad, pero por mi experiencia, cuanto más atrás viajas e investigas, más cosas en común se tienen”, opina el coreógrafo. Los elementos de distintas épocas se van mezclando en la propuesta de Sonoma, casi en una revisión histórica del folklore aragonés. Pero no se trata de adoptar una moda pasajera: “Lo más moderno es irse al origen en tiempos en los que estamos tan influenciados por las novedades tecnológicas: nos encontramos cosas de aquel tiempo que se han perdido y construimos un mecanismo creativo que nos lleva al hoy. Es muy interesante el hecho de que el arte sea capaz de trazar líneas entre el pasado y el presente para mirar al futuro”, subraya.
Si el folklore es algo divino, de mística y de carácter eminentemente social y popular que se hereda y que construye una cosmovisión concreta del mundo, que las personas que estén sobre el escenario sean nueve mujeres, pone el foco en más cuestiones. “En nuestras sociedades machistas, cuando se ha visto a muchas mujeres reunidas siempre se ha sospechado de ellas: akelarres, brujería… Desde lo medieval hasta nuestros días siempre ha habido una visión negativo de ese fenómeno, así que demostrar que nueve mujeres pueden soportar todo el trabajo de llevar al espectador desde las Bienaventuranzas hasta el presente terminando en un sinsentido era importante”, argumenta Marcos Morau. Y añade: “La perspectiva de género ayuda, en este caso en el que la obra termina de manera tan contundente, a remitir al concepto de revolución. La revolución siempre es una suma de personas. Mujeres vestidas con trajes regionales rompiendo un tambor y chillando es un arco muy radical”.
En este sentido, la obra, que ya ha viajado por varias ciudades españolas y europeas, adquiere un sentido especial en lugares como Aragón o la Comunitat: “Cuando el público que no conoce este folklore dialoga con la obra, lo lee como una excentricidad, como algo exótico por desconocimiento. Por eso, presentarlo en el lugar a cuyo imaginario pertenece lo cambia todo. Estoy ansioso por saber cómo va a recibir el público esta obra en lugares como Aragón o ahora en València”.
Sonoma también bebe del propio método de trabajo de La Veronal, la danza kova, una herramienta que descodifica la composición del cuerpo desde la improvisación. Sin embargo, según adelanta Morau, “aunque kova está presente, el trabajo coreográfico de Sonoma es mucho más libre. La idea del grupo aniquila al individuo, el lenguaje de la compañía se aparta algo en favor de una narrativa mucho más desacomplejada porque la temática de la pieza lo pedía. El lenguaje es mucho menos importante. Lo crucial aquí es que bailen libres”.