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'La Voz del Amo', o cómo sería el primer contacto según Stanisław Lem

El escritor polaco nos ofrece su visión de lo que podría ocurrir si nos enfrentásemos a la compleja y potencialmente peligrosa tarea de comunicarnos con una inteligencia ajena a la Tierra.

20/03/2017 - 

VALÈNCIA. El cine nos ha enfrentado recientemente a una situación que quizás habíamos pasado por alto en demasiadas ocasiones al abordar un primer contacto desde el plano de la ficción, o si la habíamos contemplado, casi siempre se había resuelto con algún deus ex machina simplista que en absoluto refleja la profundidad y complejidad del problema real. Si en alguna ocasión nos encontrásemos cara a cara con otras formas de vida inteligente, ¿qué les diríamos? ¿Cómo podríamos entendernos? Esta cuestión debería ser sin duda nuestra prioridad, aunque es fácil imaginar que a este asunto antepondríamos el descubrir cómo matar a nuestro interlocutor. Debería ser nuestra prioridad, decíamos, porque como bien muestra La llegada (2016) de Villeneuve, un error de interpretación podría resultar catastrófico. Lo que pudiésemos ofrecer como muestra de respeto podría ser percibido como una amenaza, o a la inversa. Para entender las consecuencias de una equivocación en este terreno resbaladizo tampoco es necesario trasladarnos a un evento tan improbable -al menos, a corto plazo-: los malentendidos entre distintas culturas humanas darían para escribir un libro, si es que no existe ya.

La capacidad para comunicarnos entre nosotros de la que hacemos gala como especie nos ha llevado hasta el punto en que ahora mismo nos encontramos: desde un telegrama hasta un poema, pasando por un mensaje militar encriptado, una locución radiofónica, o este mismo artículo, hemos podido transferir voluntad y conocimiento con mayor éxito que otros seres con los que cohabitamos este planeta y que genéticamente hablando, no están tan lejos del ser humano. Sin embargo, por muy optimistas que queramos ser, los códigos que empleamos tienen limitaciones que afectan incluso a la transmisión del sentido de algo tan básico y habitual para alguien con el sentido de la vista operativo como es un color. Si las barreras lingüísticas entre individuos que manejan el mismo idioma aparecen tan pronto, ¿qué cabe esperar si tuviésemos que entendernos con seres cuya biología y cultura fuesen tan lejanas a las nuestras como la distancia entre nuestros hogares planetarios? Seguramente algo como lo que se plantea en la cinta Mothman (2002), cuando un estudioso de los hombres polilla en torno a los que gira la película, ante la pregunta de por qué unos seres tan avanzados no se comunican con nosotros para informarnos de su existencia, le explica a un consternado Richard Gere que él, que es un ser muy avanzado, nunca podría explicarle a una cucaracha esta diferencia.

Las posibilidades de salir airosos de un contacto con seres extraterrestres inteligentes son, como podemos comprobar, bastante reducidas. Al margen de las dificultades técnicas, sería un error presuponer que podemos comprender sus motivaciones, cuando tal vez ni siquiera conciban los que para nosotros son los conceptos más básicos. Este realismo que cae como una losa ante la euforia de gran parte de la divulgación científica menos rigurosa, es uno de los pilares de la obra del genio polaco Stanisław Lem (Polonia, 1921-2006), un Julio Verne cuyos pronósticos probablemente tarden todavía varios siglos en cumplirse. Si bien es cierto que en Astronautas (Impedimenta, 2016), novela de la que ya hablamos aquí hace un tiempo, Lem hacía una excepción y dibujaba un futuro más halagüeño del habitual para el ser humano, en La Voz del Amo, novela que acaba de ver la luz, de nuevo en el catálogo de Impedimenta, el polaco nos ofrece una narración mucho menos optimista, en sintonía con otras obras suyas como Fiasco -el título ya lo dice todo-, Edén o Solaris. 

En esta ocasión, la humanidad capta accidentalmente un misterioso mensaje procedente de las inmensidades del espacio. Lo que en primera instancia parece ser simple ruido, acaba revelándose como un descubrimiento de una importancia capital: nada más y nada menos que la prueba que refutaría el Silentium Universi, el Gran Silencio cósmico en el que habíamos estado sumidos hasta entonces. Con el fin de desentrañar el mensaje, el gobierno de Estados Unidos traslada a un nutrido grupo de científicos -los mejores en sus respectivas disciplinas-, a unas instalaciones abandonadas de la era nuclear en el desierto de Nevada en las que trabajarán en el proyecto secreto Master's Voice, MAVO, La Voz del Amo. Pese a contar con una cantidad ingente de recursos económicos, tecnológicos y humanos, la dificultad de la tarea es extrema: quien sea que ha enviado el mensaje procede sin duda de un civilización infinitamente superior a la nuestra. Sin conocer sus intenciones no podemos asegurar ni lo más elemental, como quién es el destinatario real de la misiva cósmica o si nos conviene tratar de desencriptar su contenido.

Además de una historia brillante y asombrosamente lúcida, como son todas las obras de Lem, en La Voz del Amo encontramos también los grandes temas recurrentes en su producción literaria, las preguntas trascendentales a las que se enfrentó incansablemente relato tras relato, novela tras novela: hacia dónde vamos, qué peligros corremos, qué posibilidades reales de empujar los límites que nos constriñen tiene nuestra especie. Esta actualización literaria del Proyecto Manhattan demuestra una vez más que la mente del polaco era tan vasta como el universo que nos invita a admirar, de ella surgen conceptos como el psicoanálisis termodinámico o la astroingeniería, solo él es capaz de alternar una crítica feroz a las pseudociencias con unos breves apuntes sobre el interés antropológico de los rituales científicos en un laboratorio, una reflexión sobre la saturación del mercado editorial con un encendido debate acerca de las soluciones al desmedido crecimiento de la población mundial. De la misma manera que el cosmos se expande, La Voz del Amo se expande hasta alcanzar dimensiones que van más allá de las estrictamente necesarias para llevar a buen puerto el relato principal, porque cualquier historia de Lem siempre es más de lo que nos pueda anticipar una sinopsis o un resumen. Sus narraciones son siempre un espejo donde mirarnos, páginas reflectantes que nos hacen preguntarnos si de verdad somos, como Oppenheimer, destructores de mundos, o si acaso algún día llegaremos a ser algo tan bello como las entidades que él imaginó esperándonos en los confines del universo.

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