Fruto del amor, el de la solana y la ombría, el del corazón de la Serra d’Espadà; amor como el del abuelo que enseña a su nieto, el mismo que crea vínculo con el pueblo, por la naturaleza, por Aín. Así nace Celler de la Ibola con el impulso ante la necesidad de Román y Ainhoa por crear un entorno vivo.
Collao de la Ibola es un valle rodeado de montañas a 700 metros de altitud, hacia el pico de Espadà. Es una de esas zonas que no exigen desconectar de la rutina. Antiguamente, estaba tintada de vid y por motivos de sobra conocidos, desaparecieron todas las parcelas excepto un par que ahora custodia Román, el visionario que quiso recuperar la viticultura y los micro viñedos de xarel·lo de su abuelo.
En la zona sur de Castelló, al interior y por una carretera con vistas a multitud de matices verdes, que serpentea hasta la población de Aín, se llega a la bodega ubicada entre dos parcelas: la solana y la ombría. Mimetizada con el entorno, deja pasar a los visitantes que esperan un gran letrero identificativo. Aquí prefieren ser discretos. Es la zona de “Los Corrales”, con gran cantidad de construcciones de piedra en seco a lo alto y ancho de las laderas rocosas. A mano izquierda, aparece una distinta, con un ligero toque de sensación a humanidad. ¿Es esto? Pasen y vean.
Cerca de esta zona de Los Corrales se ubica la parcela de solana, destinada a las garnachas. Aquí suele aparecerse un zorro sin maldad en busca de calidez. El GR36 es el tinto. Con su nombre recuerdan el sendero que atraviesa todo el enclave natural de la Serrà d’Espadà. Desde la Vilavella a Montanejos, o a la inversa, y que cruza justo por el viñedo. Es una bodega pequeña y muy singular, artesanal, de una producción de 5.000 botellas anuales, algunas de ellas siguen reposando hasta aviso del enólogo. Ardua tarea la de equilibrar vinificaciones y finanzas para una bodega de escasa edad.
La bodega está preparada para el enoturismo aunque superficialmente no lo parezca. Lo de que lo importante está en el interior, aquí se cumple con todas las letras. Pequeña y coqueta, rural, resiliente y con largo potencial. Una pasada corta por ambas salas y una rápida divulgación del método de la casa abre las puertas al jardín del Edén. No hay datos en el móvil, ni falta que hace. Remanso de paz, de vida y de felicidad. Montañas rocosas apiladas de árboles, vistas a las construcciones de piedra en seco, los antiguos corrales. Es una terraza de un año de vida, que antes era la casa de muchos conejos. Es una bodega que busca vida, ruralidad con la voz propia de dos jóvenes llenos de amor: Román y Ainhoa. Ella es gestora de profesión y a pesar de poder trabajar con su madre, decidió el camino menos cómodo. Lejos de idealizar lo rural, que es bonito, sí, eligieron el camino largo con piedras por no renunciar a sus raíces. “Nuestra ilusión era vivir en el pueblo”. Quizá ahora sea una frase más común a pesar de la gran despoblación, sin embargo, hace cinco años, cuando ellos empezaron, se escuchaba mucho menos. Burocracias, complicaciones por exceso de protección, inversiones, poca fe en el proyecto, proveedores y productos muy lejanos a la población y mismos impuestos que el resto.
Los padres de Román les ayudan en días festivos, sirven platos y también cocinan, a pesar de no trabajar directamente en el proyecto, no hay malas caras: todo lo contrario. El jardín está lleno de sonrisas, de un borboteo que no sobrepasa la música, por debajo del viento. Nadie mira el móvil, la gente mirándose a los ojos brinda con el xarel·lo. De la de ombría viene el blanco, hacia el castillo de Aín que se puede ver desde la terraza.
Blanco vibrante, xarel·lo speciality. La única en Castelló y vinificada sin espumoso. El 90% de la producción de la xarel·lo va destinada al cava, pregunten al Penedés. Román aprendió de su abuelo, quien elaboraba con esta variedad. Su inversión de tiempo y dinero le ha valido para conseguir distintas versiones y un gran blanco crianza. Color amarillo dorado, con aromas avainillados, toques de mantequilla y tropical en boca es ácido, con cuerpo, lácteo frutal, persistente. Seis meses en barrica de roble francés aportan el toque justo. Este vino será de los mejores puntuados de Castellón por la Guía Peñín, si no el mejor, con 89 puntos. En camino viene el fermentado en barrica que promete si le permitimos al tiempo trabajar en botella.
Estos vinos apuntan todo lo necesario para sobresalir, rodeados de 31.000 hectáreas que forman el enclave natural de la Serrà d’Espadà, que pocos la conocen y que en Celler de la Ibola están dispuestos a poner en valor. Precisamente, aquí se concentran alcornoques de los que sacan un corcho natural de gran calidad, el mismo que utilizan para sus vinos Román y Ainhoa.
El compromiso de esta pareja es inenarrable. Su estrategia enfoca hacia un Aín con más jóvenes, con un entorno autogestionado y trabajado para evitar incendios. Sinergias, con huerta y de paso, con más proyectos que sumen servicios. Irradian pasión y con sus vinos contagian vibras de nueva ruralidad.