En uno de los solares de la parte más recientemente rehabilitada del barrio de Velluters, se encuentra este proyecto de huerto urbano que une a vecinas, colectivos y entidades
De la nada, del asfalto y de años de abandono y especulación inmobiliaria, surge L’Hort de la Botja, un huerto urbano en el número 33 de la calle de Balmes que es el resultado del trabajo de diversos colectivos, entidades y asociaciones vecinales por transformar un solar en un espacio de producción agrícola, educación medioambiental, terapia ocupacional y cultura de barrio.
Hace diez años, la plataforma Ciutat Vella Batega inició el proceso para la ‘rehortificación’ de la ciudad y la creación de red vecinal a través de la recuperación del solar. A la iniciativa que sumó la asociación vecinal El Palleter y entidades como el Centro de día para Discapacitados Físicos de Velluters, la Fundación Itaka Escolapios-Amaltea, las Viviendas tuteladas de Velluters, la Residencia Juana María, el C.R.I.S Sant Pau, el C.R.I.S. Velluters y Centro de Día Mentales, Amaltea y el ISO (Instituto social del trabajo). Estas colectividades trabajan con personas discapacitadas, migrantes, menores, mujeres y otras en riesgo de exclusión social. Su actividad en el huerto se combina con la de las voluntarias o cualquier otro ciudadano o ciudadana con interés participativo. «Queremos que la gente se anime a venir, porque hace falta que personas de todo tipo que quieran involucrarse. De cualquier forma. Es muy libre la participación. No hay un horario preestablecido. Se pueden aportar ideas… Con más energía, se pueden hacer más cosas», explica una de las integrantes de L’Hort.
En 2018 se consiguió que la Generalitat cediera el solar a la asamblea que constituye L’Hort de la Botja y el Ayuntamiento de València invirtiera 45.000 € para hacerlo cultivable. «Nuestro huerto es un huerto comunitario. No es como otros urbanos, en los que cada persona tiene su parcela. Son todas comunitarias. Cada entidad gestiona las suyas. También hay un área común, que llamamos el bosque de alimentos, donde se pueden sembrar cosas que no caben en las parcelas. Cualquiera lo puede cuidar y puede cosechar. También hay tareas conjuntas como cuidar de los espacios comunes o el desbroce, que es esencial porque el espacio está concebido para que puedan entrar sillas de ruedas».
Tomates, berenjenas, plantas aromáticas, crucíferas y variedades tradicionales propias de la huerta valenciana colorean esta huerta ecológica. Las semillas las consiguen gracias a Llavors d’Ací y otras fuentes encargadas de la recuperación de la biodiversidad. «Intentamos que sean de aquí y recuperar un poco las variedades. También hay gente que trae de forma independiente. Por ejemplo, yo que soy de Italia he traído varias. Una mujer que es de Tailandia trajo papaya». En uno de los laterales del huerto ha crecido a gran velocidad una papaya en la que ya se asoman los frutos. El incremento de las temperaturas favorece el crecimiento de especies tropicales como esta.
«La idea de tener un solar también surgió porque para generar comunidad, hay que tener algo común. No se puede generar una comunidad sin tener recursos comunes, sin por ejemplo, un espacio que gestionar y cuidar». Para generar comunidad también se apuesta por un modelo asambleario en el que se escuchan todas las voces y se descartan sistemas como la votación directa. «Es complejo, lleva más tiempo, pero nos permite tener en cuenta todas las realidades. También hay un contraste entre las entidades y su funcionamiento interno y las personas voluntarias, que somos más libres». Para facilitar el consenso, hay un funcionamiento por comisiones. «Hay comisiones mixtas, de mantenimiento, sociales, económica, de compostaje… así hay una persona de cada entidad. Respecto al compost, estamos intentando ser un punto de recogida en el barrio».
En el huerto hay varias composteras, más o menos sofisticadas, con las que transformar los residuos orgánicos en fertilizante. En una gran pizarra pintada en un muro, anotan los parámetros químicos y físicos. «Es un proceso para ver cómo funciona. Una práctica, un poco de investigación. Intentamos aprender también». La autodidáctica es inherente a L’Hort. «Cuando empezamos Del Camp a la Taula —el colectivo de educación agroambiental— nos hizo una formación. Nadie tenía mucha experiencia en el cultivo. Hemos ido aprendiendo».
¿Puede este modelo replicarse en otros solares de la ciudad de València? Según el Registre Municipal de Solars i Edificis a Rehabilitar (RMSER) del Ajuntament de València, hay una veintena de solares o edificios ruinosos en Ciutat Vella. Unos espacios inertes que podrían tener un uso público antes de convertirse en más pisos de alquiler turístico, hoteles, tiendas de alquiler de bicicletas u otros negocios insípidos propios de un turismo homogeneizador, cutrón. «Aunque hay más solares, no todos son aptos para huerto por la exposición a la luz solar, pero pueden tener otros usos. Por ejemplo, estamos intentando conseguir la concesión del solar de enfrente y destinarlo para fines sociales y actividades deportivas». Casos como el solar Corona nos han demostrado que no es fácil conquistar el espacio público para el uso vecinal, pero con persistencia y proyectos bien armados, se puede incentivar la vida de barrio desde la iniciativa autogestionada que no dependa de la administración ni de empresas privadas.
En este huerto que debe su nombre a un arbusto de flores amarillas se lee una apuesta: habitar la ciudad de una forma que se tenga en cuenta el patrimonio hortícola y la capacidad integradora de este. Invitan a todas las personas con interés en la horticultura urbana y los proyectos sociales a informarse a través de hortdelaboja@gmail.com o en sus redes sociales.