¿Todos los conservantes son malos?
VALÈNCIA. Lo natural es cuidarse, lo natural está de moda. Claro que si le dices a tu abuelo que algo es natural, probablemente piense en plagas, en atraso, en miseria española de posguerra. Un millennial, sin embargo, verá salud entre hojas de cáñamo, y un no tan millennial, a Heidi correteando por la pradera, bebiendo leche directamente de las ubres de la cabra, las mejillas sonrosadas de puro vigor.
Lo artificial no se lleva, por más que estemos rodeados de inteligencia artificial. Se da la paradoja de que, con un móvil de ultimísima generación, podemos escanear un producto del supermercado para comprobar si es lo suficientemente natural para nuestro cuerpo. La sociedad más tecnológica de la historia aboga a gritos por lo natural, por la menor intervención del ser humano en su entorno.
Curioso, porque... ¿qué es exactamente lo natural?
Las fresas silvestres lo son, los rebollones que crecen libres tras las lluvias lo son, los peces que nadan en el mar lo son, pero también la salmonela, el veneno de serpiente, el estreptococo, la yuca amarga, el cáncer- hay momias egipcias del 2000 a. C. que ya murieron de cáncer-. Y natural es que el ser humano desarrolle su inteligencia para combatir esas cosillas naturales tan perniciosas.
Si vamos a la RAE, natural es lo que proviene de la naturaleza, es decir todo, es decir nada. Cuando a la comida, el peor insulto que le podemos dedicar es que contiene mucha química, olvidamos que en la naturaleza, todo está formado por átomos y moléculas, que son justamente la base de la química.
Que la vida es una sucesión de reacciones químicas en el interior de una célula.
Sin olvidar asuntos feos como la avaricia de la industria alimentaria o la sobreexplotación de los recursos naturales, lo cierto es que hoy se lleva mucho la quimiofobia. Hemos levantado un templo a lo natural, sin saber del todo bien a qué nos referimos.
No todos los conservantes son el demonio, algunos mantienen a raya la salmonelosis o el botulismo. Antes de que existieran los que hoy conocemos, muchas técnicas culinarias, el ahumado, el secado, eran formas de conservación que incluían químicas caseras; el yogur o el kéfir servían para conservar la leche. El vinagre era el vino ácido aprovechado.
Los datos parecen apuntar a que nunca hemos comido con tanta seguridad como hoy en día, nunca ha habido leyes y controles sanitarios tan estrictos. Sin embargo, tenemos la idea de que nos están envenenando.
Esto lo explica muy bien José Miguel Mulet en su libro, “Comer sin miedo” donde cuenta también que los productos ecológicos no son la panacea. No es que no usen productos fitosanitarios, sólo se les exige que todo lo que le pongan al cultivo sea natural. El problema es que hay algunos productos para plagas basados en hormonas artificiales que atacan de forma específica al insecto y respetan el medio ambiente, y otros que son naturales como el Espinosad, autorizados a pesar de ser terriblemente tóxicos para insectos como las abejas.
Identificamos los productos naturales con los de nuestros abuelos, los de toda la vida. Pero si uno ve las burradas sin control que se hacían en el campo en los años 40 o 50, recomendadas en los libros de agroquímica, se le ponen los pelos como escarpias.
Concluimos por tanto que no se puede, ni en este ni en ningún otro campo, trazar una línea divisoria clara y gruesa como un caballón entre lo bueno y lo malo, lo natural y lo artificial. Sospechamos que tal vez lo natural no sea más que la nostalgia de un tiempo que nunca existió, un limbo artificial, el paraíso de Adán y Eva, una idea que aplaca el miedo.
La mala noticia es que la vida sigue siendo algo complejo, que requiere pensamiento constante, que implica riesgos. La buena es que la naturaleza resulta apasionante precisamente porque en ella cabe todo, lo peor y lo mejor. También en la humana.