ASÍ COMÍAN LOS PERSONAJES DE ENID BLYTON

Los Cinco van de foodies 

Dos chicas, dos chicos, un perro y una cesta de picnic más espléndida que un real almuerzo decimonónico

22/02/2019 - 

Dicen memorias que no son la mía que en los años de vacas flacas y caudillos gorditos, los libros de la escritora inglesa Enid Blyton abrían más el apetito que el aceite de ricino. Julian, Dick, Ana y Jorgina se ponían las botas mientras Tim, el leal y afectuoso perro de Jorgina, lloriqueaba por un trocito de los emparedados de la colla más aventurera de la literatura juvenil de mediados del siglo XX.

Al leer las páginas de ‘The Famous Five’ -la colección de libros juveniles publicados a lo largo de las décadas 1940, 1950 y 1960- atravesamos bosques lúgubres, cruzamos páramos misteriosos y se nos acelera el corazón por el silbido de siniestros trenes fantasma, el aullido de animales casi mitológicos o la aparición repentina de un contrabandista cuyo rostro está trazado por un mapa de cicatrices -después resultará que tiene un corazón de oro y debido a un malentendido había sido sometido a un injusto ostracismo-. Un sinfín de pasillos subterráneos que conducen a las profundidades marinas, yacimientos de raros minerales y un botín de valiosas obras de arte complementan el intríngulis continuo de las novelas. 

Los Cinco se hacen gourmands

“Los Cinco siempre llevaban una dieta balanceada. A pesar de la abundancia de Humbugs"

Además de salir airosos de numerosos lances, Los Cinco jalaban como fieras. Tía Fanny, la afable madre de Jorge y tía de Julian, Dick y Ana, casada con el temperamental científico Quintin Kirrin, surtía las mochilas y cestas de los niños de manjares cargados de sapidez y maternal afecto. En ocasiones, cuando la tropa andaba por las tierras del Señor, otras buenas mujeres les ofrecían sus más logradas creaciones. La generosa Mrs Sanders de la granja de Kirrin es todo un ejemplo de cortesía británica: “Mrs Sanders los sentó en la cocina grande para que comieran bollos de jengibre y bebieran leche caliente”. Cuando no se hartaban de dulces -bizcochos de fruta, limonada, scones, plumcake, batidos de chocolate, cinnamon biscuits, galletas de mantequilla, pastas para el té…- se desencajaban la mandíbula con un triple decker sandwich (sándwich de tres pisos o más):

“Julian colocó sobre el brezo los cuatro paquetes de bocadillos. Anne empezó a abrirlos. ¡Tenían un aspecto muy apetitoso!
 -¡Sensacional! -dijo la niña-. ¿Por cuáles empezamos?

-No sé qué haréis vosotros, pero yo pienso ponerlos unos encima de otros y así tendré un superbocadillo de queso, jamón, carne y huevo, todo a la vez -replicó Dick.”.

Sándwiches de huevo y sardina; de tomate, lechuga y jamón cocido; de Spam y lechuga; de pepino marinado en vinagre; de carne ahumada de cerdo -de la buena, según aprecia el sagaz olfato de Jorgina-. Británica sencillez compartida bajo el sol de finales de otoño en Fallaway Hill, o en la isla de Kirrin, con el yodo suspendido en el ambiente ya de por sí de suspense. 

Sándwiches de huevo y sardina; de tomate, lechuga y jamón cocido; de Spam y lechuga; de pepino marinado en vinagre; de carne ahumada de cerdo -de la buena, según aprecia el sagaz olfato de Jorgina-. Británica sencillez compartida bajo el sol de finales de otoño en Fallaway Hill, o en la isla de Kirrin, con el yodo suspendido en el ambiente ya de por sí de suspense. 

Los Cinco van de healthies 

Los Cinco fueron pioneros de lo healthy según el periodista Josh Sutton, quien señaló en un artículo de The Guardian que “Los Cinco siempre llevaban una dieta balanceada. A pesar de la abundancia de Humbugs (unos caramelos muy consumidos en los países sajones), toffees y gaseosas de jengibre, consumían los cinco principales grupos de alimentos, fruta y verduras; carne y pescado; lácteos; hidratos de carbono y alimentos ricos en grasas siguiendo una lógica coherente, que sin embargo parecía venir directamente de los niños en vez del dictado de un adulto”. El interés por la nutrición equilibrada de los chavales es pura coyuntura histórica: la austeridad vivida en Gran Bretaña tras la Segunda Guerra Mundial sazona de arriba a abajo los veintiún títulos.

Como señala el Dr. Joan Ransley, profesor honorario de nutrición humana en la Universidad de Leeds: "Los alimentos ingeridos en los libros de Los Cinco hacen alusión a un período definido en la historia de la dieta. Durante e inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, los niños británicos comían bien, pero con austeridad. Blyton fue fiel a la circunstancia". Vamos, que comían sano porque no había otra cosa. Más de la mitad de la colección fue escrita durante el racionamiento de alimentos impuesto por los mandatos del Minister of Food, que empleando una cuartilla de cupones regulaba el consumo de tocino, azúcar, carne, té, mermelada, galletas, lácteos, huevos y fruta en conserva.

La maestría de la Blyton fue hacer del bocado humilde un opíparo banquete por el que poner el pellejo en juego. Sus descripciones de emparedados y bollería de aprovechamiento bien le habrían valido un Premio Nacional de Gastronomía a la mejor labor periodística, no es fácil hacer que algo como la lengua escarlata -un salazón de lengua de vacuno- suene como el más lujurioso, graso y bienoliente de los fiambres.

Por ahora, hemos de despedirnos de Los Cinco. Joanna, la bondadosa cocinera de la mansión de Kirrin, nos llama para desayunar. Ella dice que ha preparado poca cosa: humeantes huevos con bacon, tostadas de pan tierno, champiñones salteados y hash browns.