Mouaz Al Balkhi y Shadi Omar Kataf de 22 y 28 años de edad murieron en 2015 tratando de cruzar a nado el Canal de La Mancha de Calais a Dover. El cineasta Misja Pekel en colaboración con el poeta sirio-palestino Ghayath Almadhoun ha tratado de reconstruir los últimos recuerdos de las víctimas en un mediometraje. Los vídeos caseros, familiares, las escenas de guerra y de la travesía de miles de kilómetros son material grabado con el móvil que miles de refugiados compartieron con ellos tras llamamientos en las redes sociales
VALÈNCIA. Durante 2015, refugiados sirios y de otras nacionalidades atravesaron los Balcanes para llegar a Alemania, Reino Unido o Escandinavia. El flujo de gente fue constante durante meses. en Belgrado, ocupaban las plazas cercanas a las estaciones y paseaban por la ciudad con sus mochilas haciendo tiempo antes de coger algún autobús o vehículo que les llevase hasta la frontera croata.
A veces, había casos de familias que viajaban enteras con miembros dependientes. Muchas personas, que habían sido ellas mismas refugiadas en las guerras de los 90 de desintegración de Yugoslavia, organizaron redes de apoyo. Cuando hablaban con los refugiados, todos reconstruían su historia de la misma manera: con el móvil.
Tenían fotografiada y en vídeos la experiencia traumática de huir de su país por la guerra. Te enseñaban su casa derruida por las bombas. Las largas caminatas y, lo más trágico, los selfies que se habían hecho en las precarias embarcaciones con las que habían cruzado hasta Grecia.
Los enseres del refugiado son muy especiales. Normalmente, se trata de las cuatro cosas que han podido salvar de su hogar, de toda su vida. A veces han tenido solo minutos para elegirlas y cogerlas. En el siglo XXI, todo, o lo más importante, estaba en los teléfonos. Y cada uno contaba su historia.
Atento a esta circunstancia, el cineasta holandés Misja Pekel ha estrenado en el festival de mediometrajes de València, La Cabina, el documental Maelstroom, una obra que reúne fragmentos de vídeos grabados con los teléfonos de refugiados sirios. No hay periodista que haya podido retratar mejor la experiencia que sus teléfonos. Así empieza el vídeo, con un convoy y un campamento montados con tiendas en mitad de una tormenta de arena.
Las escenas más crudas, lógicamente, son las registradas en el mar dentro de las embarcaciones. Se ve a los niños con manguitos en embarcaciones hacinadas, en las que apenas se puede estar sentado. La gente aprovecha para dormir. Hay escenas que parecen sacadas de películas postapocalípticas, como montañas de chalecos salvavidas acumulados en eriales.
Pekel se centró en el punto de Calais, desde donde los migrantes esperaban para subirse a cualquier medio de transporte que les llevase a las islas del Reino Unido. Ferrys o camiones en los que viajar escondidos. En los primeros minutos, el vídeo anuncia que hubo casos en los que se intentó cruzar en Canal de la Mancha a nado. Esa noticia inspiró el documental.
Hay una escena recurrente que se repite en el mediometraje. Es la de una rueda de molina en Hama desde la que se tiran al agua los chavales. Para Pekel era "sinónimo de saltar y atreverse a saltar". Una analogía de lo que suponía tomar la decisión de cruzar el Canal de la Mancha.
La BBC informó de esos casos de desesperación absoluta en el verano de 2015. A dos de ellos, Mouaz Al Balkhi, de 22 años, y Shadi Omar Kataf, de 28, que se ahogaron tratando de llegar a nado desde Calais a Dover, está dedicado este documental.
Al autor esta noticia le marcó. Se preguntó cómo se le podría haber ocurrido a unos chavales cruzar a nado una de las rutas marítimas más concurridas del mundo donde las corrientes cambian cada seis horas. Algo que para un nadador profesional supondría veinte horas de travesía. Su idea entonces fue reconstruir los recuerdos de los fallecidos. Durante la investigación, habló con un refugiado que intentó lo mismo para llegar de Turquía a Grecia, pero una vez en el agua dio media vuelta y volvió a tierra. Pekel interpretó que debió pensar en su familia.
El contraste lo marcan los vídeos en lo que aparecen reflejadas ciudades tranquilas, con "el olor a café llegando a los tejados", según dice una voz, con todo el calma, el ocaso al fondo y, de repente, un avión sobrevuela la zona y lanza una bomba que hace estremecerse todo. El personaje que estuviera grabando el vídeo tiene que huir escaleras abajo. Así son los primeros diez minutos. Vídeos de marcha nocturna por Damasco, vacaciones en el mar, alternados con bombardeos reales en los que el propietario del teléfono está a punto de grabar su propia muerte.
En el interior de los edificios, es donde mejor se aprecia la tragedia de la guerra. Cocinas equipadas con electrodomésticos están calcinadas de arriba a abajo. También se aprecia en vídeos tomados en las calles cómo, en situaciones que parecen controladas, en un segundo se convierte todo en humo y cadáveres.
La película se realizó contando inicialmente con 5000 vídeos. Reunió material gracias a gente que estaba en contacto con refugiados, pero también recurrió a las redes sociales. Había publicadas cantidades increíbles de vídeos sobre la marcha de miles de kilómetros que cientos de miles de ellos emprendieron.
Tras hacer unos llamamientos en grupos de Facebook, Pekel recibió también infinidad de horas de vídeos porque, según declaró, "la mayoría de la gente quería demostrar que antes de la guerra también tenían una vida normal en la que tomaban café, montaban a caballo e iban de compras. Muchos de ellos estaban encantados con que su material fuese útil y dieron su permiso para que se empleara".
Estas imágenes traumáticas están intercaladas con bonitos recuerdos de su lugar de origen y de sus familias. Para ello, el autor contó con especialistas en cómo se configura la memoria. Sin embargo, para el relato que entrelaza los recuerdos, recurrió al poeta sirio-palestino Ghayath Almadhoun, que perdió a su hermano.
El mayor valor del ensayo resultante reside en el uso de bancos de imágenes grabadas por personas no profesionales. En el siglo pasado no eran una excepción las propuestas de cine experimental que ofrecían imágenes cotidianas, caseras, en la calle, sin pretensiones, con fines líricos o de tipo similar. Ahora, la sobreabundancia de imágenes ofrece nuevas perspectivas e incluso traza las líneas de un nuevo género.