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LITERATURA INFANTIL

Marcelín (Caillou) cumple 47 años

Con casi medio siglo de retraso, se edita por primera vez en España la obra maestra del francés Sempé, el padre de 'El Pequeño Nicolás'

15/05/2016 - 

VALENCIA. En Francia, es toda una institución. Es a la ilustración lo que las baguettes a la gastronomía: la sencillez hecha arte. En España, aunque parte de su obra se ha publicado (Ellos y Ellas, sin ir más lejos, el año pasado) y ha realizado alguna que otra exposición (en Barcelona, si la memoria no me falla), parece que sólo se acuerden de él los exalumnos de los liceos franceses y los lectores de El Pequeño Nicolás. Él, Jean-Jacques Sempé, fue el encargado de crear la imagen de ese niño de clase media parisina que habría podido convertirse en el mejor amigo de Mafalda, y cuyo textos escribía el mítico René Goscinny (guionista de Asteríx, Lucky Luke o Iznogud).

Marcelín es, sin lugar a dudas, su obra maestra. Un canto a la amistad a lo largo de toda una vida ilustrada con una elegancia y un ‘menos es más’ en sus trazos que pocos como él han logrado dominar. A veces, su estilo minimalista hace que —por comparación— Peridis, Calpurnio o Forges parezcan barrocos. Pero la economía de medios, que no de talento, también se da en el guión de esta historia sencilla como pocas pero emocionante: un niño aquejado de un extraño mal (se pone rojo de vergüenza cada dos por tres y sin motivo) encuentra el mejor de los amigos en otro chaval que estornuda constantemente. Una historia breve pero que cubre toda una vida.

Erróneamente, hay quien piensa que Marcellin Caillou (así se titula en francés) es la única incursión del dibujante en el terreno de la literatura. No sólo no es la única (aunque tampoco se ha prodigado mucho en el género), sino que ni siquiera es la primera (ese honor le corresponde a Monsieur Lambert, 1965). Si es mejor o peor que Raoul Taburin (1995, no editada en España), puede ser objeto de debate: ambas son reivindicaciones de la amistad sin pedir nada a cambio, pero esta última no tiene a sus espaldas más de 50 años de historia que le den la categoría de clásico.

Que haya tenido que pasar casi medio siglo para que Marcelín llegue a las librerías patrias roza lo sorprendente, pero mejor ser optimistas y concentrarse en que la espera a terminado. Ha sido gracias a Blackie Books, una de esas editoriales pequeñas (pero matonas) que combate, con pequeñas obras de arte, la tan española falta de interés por la lectura y el acoso del libro electrónico. Por un lado, apuesta por un catálogo donde sólo cabe lo mejor de lo mejor; por otra, la edición se cuida al máximo (tapas de cartoné y lomo de tela). Por cierto, la responsable de haber puesto fin a tan larga espera es la editora de infantil de la casa: Alicia Incontrada. No todos los superhéroes llevan capa.

Sempé, el niño triste

La historia de Sempé (Burdeos, 1932) es, curiosamente, la de un niño triste y retraído como él mismo contó al periodista Marc Lecarpentier en una mítica entrevista convertida en libro. Hijo de madre soltera, su padre adoptivo fue un tipo sin ambiciones, que se gastaba la paga en vino, y con el que ella no paraba de pelearse. Pobre hasta decir basta —no tiene para libros de clase—, se refugia en la radio y en los libros y revistas que sus vecinos tiran a la papelera. Con 12 años ya empieza a dibujar sus primeros chistes sin palabras.

Pese a esa infancia en la que nunca le faltó una buena bofetada sin venir a cuenta, jamás habló mal de sus padres (“eran pobres, lo hicieron lo mejor que pudieron”) y nunca dejó que su experiencia vital se reflejara en su obra.

Con 14 años, vive la Segunda Guerra Mundial, y deja de estudiar. Su primer trabajo es repartidor de vinos y pasta de dientes en bicicleta, y de esa época le viene lo de identificar el sueño de la libertad con las dos ruedas, un transporte al que no renunció hasta hace pocos años y que es una constante en su obra. A principios de los 50, se enrola en el ejército (falsifica los papeles ya que no tiene edad) pero se pasa largos periodos en el calabozo por indisciplinado.

Cuando cuelga el uniforme empieza a dibujar en varios diarios. Por esa época recala en París, ciudad de la que se enamora y de la que será uno de sus mejores retratistas. En abril de 1951, con 18 años, firma por primera vez un dibujo con su nombre: ha nacido Sempé.



Goscinny, su nuevo mejor amigo

Pero sin duda, su momento llegó cuando conoció a René Goscinny, quién por aquella época no es más que una promesa del noveno arte que acaba de llegar de EEUU, donde se ha codeado con luminarias como los maestros Harvey Kurtzman, Jack Davis o Bill Elder (la columna vertebral de la editorial E.C. y luego la revista MAD). De momento, lo único que está firmando es el hoy olvidado detective Dick Dicks.

El encuentro se produce en 1954. Goscinny ha empezado ya a trabajar con Morris en Lucky Luke y ha colaborado de tanto en cuanto con Albert Uderzo (faltan cuatro años para que nazca Astérix). Sempé propone al diario belga Moustique publicar una pequeña ilustración semanal sobre un niño, una historia que le ha venido a la cabeza tras ver un anuncio de vinos (¿?). El director del periódico le propone colaborar con Goscinny (quien firma con el pseudónimo de Agostini), una relación que se prolonga durante 28 semanas. Años más tarde, el diario Sud-Ouest les propondrá retomar la relación y convertir aquellos gags de una página en una serie. En 1960 llega a las librerías la primera recopilación de El Pequeño Nicolás. Nadie imaginó entonces que le nombre acabaría asociado a un superagente secreto del CNI.

El resto, es historia. A lo largo de su carrera Sempé ha firmado miles de dibujos, la mayoría de ellos recopilados en incontables volúmenes, ha puesto su talento al servicio de escritores (Patrick Modiano o Patrick Süskind), ha colaborado en algunas de las mejores revistas de el mundo (Paris Match, New Yorke, Punch, Esquire…) y ha diseñado seis euros conmemorativos (algunos dedicados a El Pequeño Nicolas). Por todo eso, la publicación de Marcelín en castellano y catalán—un libro para niños de todas las edades— es una gran noticia.

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