“Muy a menudo comprobé en la vida práctica que los marchantes de arte entienden más de pintura que los sabios historiadores del arte” (Stefan Zweig)
VALÈNCIA. Existe una inmensa e inabordable, desde cualquier punto de vista, literatura sobre arte: escuelas, autores, épocas…. Hace poco tuve la suerte de que me enseñara su propietario, insigne historiador y crítico de arte entre otras muchas cosas, una de las bibliotecas privadas más importantes de nuestra ciudad con más de treinta mil volúmenes. Sin embargo, lo que no es tan común es la nómina de publicaciones que hablan del mercado del arte y las antigüedades y de quienes se desenvuelven en ese mundo tan particular. En este caso sí que se puede hacer una relación, no completa, pero bastante interesante y que abarca el recorrido retrospectivo desde una actualidad en la que conviven un mercado especulativo, un tanto desquiciado, con otro que sigue conservando el sabor de lo clásico, hasta aquellos pioneros y ya míticos marchantes que desarrollaron su profesión en los albores del siglo XX.
El primer libro que leí que trataba del actual mercado del arte, el de los Koons, Hirst, Warhol y compañía, tiene un título que no se olvida fácilmente: El tiburón de 12 millones de dólares (Don Thompson 2009, ed. Ariel). En este interesante ensayo el economista y también coleccionista Don Thompson nos hablaba de las grandes casas de subastas y sus subastadores estrella, la psicología que las gobierna, sus reglas. Una excelente introducción a un mundo que en ocasiones cuesta comprender pues tiene su lógica interna, e incluso su propia “jerga”, las triquiñuelas, el arte como objeto de inversión etc.
Un perfecto complemento para el libro de Thomson, de más reciente publicación es El subastador. Aventuras en el mercado del arte (Turner 2016). Sí, toda una vida de aventuras las del suizo Simon de Pury (llamado el Mick Jagger de las subastas), que con la ayuda de William Stadiem nos traslada al vertiginoso y un tanto excentrico mundo de los grandes coleccionistas y de sus poco claros tejemanejes. Además, De Pury, antes de convertirse en uno de los más importantes subastadores al frente de Sotheby`s y de su propia sala (Philips de Pury), estuvo al frente de la colección Thyssen, en Lugano, antes de que recalara en España definitivamente, por lo que el libro nos da a conocer también la peculiar personalidad del Barón, de su fabulosa colección y de su locura compradora de obras maestras.
Otro libro aparecido en los últimos años, en este caso de peculiar factura es “Me llamo Charles Saatchi y soy un artehólico” (Phaidon 2010). En fin, el título ya es una avanzadilla de cierta irreverencia y egocentrismo que envuelve el divertido texto escrito como si de una larga entrevista se tratara. Definitivamente no sabemos si Saatchi se toma en serio el mundo del mercado del arte. El galerista de origen iraquí era conocido en sus inicios como publicista, para convertirse en uno de los coleccionistas más influyentes de las dos últimas décadas. Capaz de convertir en una estrella del arte a uno de los artistas que apoya para decidir un día vender toda la obra que posee y tirar por tierra su carrera.
Finalmente, en contraste con los anteriores, pero no menos actual citaré a un anticuario-escritor de nuestro tiempo y nuestro contexto: el barcelonés Artur Ramón que ha publicado una serie de libros excelentemente escritos sobre sus vivencias y opiniones. Uno de ellos es el titulado Ofici D`Anticuari, desconozco si existe la versión en castellano. En sus publicaciones, y esta no es una excepción, combina el anecdotario y vivencias como profesional del comercio de arte y antigüedades con los estudios teóricos como historiador del arte. En este caso es una recopilación de artículos y conferencias. Otras obras recomendables son “Nada es bello sin el azar” y “Falsas sirenas son”, ambos de la editorial Elba.
Hubo otros tiempos en que el mundo del mercado del arte se movía por otros parámetros alejados de la pura y dura especulación. Las redes no existían y sí los lujosos catálogos en papel. Es la época de los clásicos.
Es muy recomendable, plagada de frases para subrayar, la obra de Pierre Assouline D.H. Kahnweiler. En el nombre del arte (Galería Miquel Alzueta 2007), en la que recorre la vida de uno de los grandes marchantes y galeristas del siglo XX, cuya impresionante carrera se inicia cuando ve por primera vez, en el estudio de un joven y casi famélico Picasso la tela de las Señoritas de Aviñón. Una obra que para quienes la habían visto les había provocado algo parecido a la hilaridad y que sin embargo para un personaje tan visionario como el marchante de origen alemán nacido en 1884 y fallecido en 1971 supuso toda una epifanía . Para hacernos una idea del ojo clínico que poseía Kahnweiler sólo hay que ver la nómina de artistas a los que representó y vendió obra en su galería de París: Picasso, Braque, Juan Gris, Léger, Derain, Masson o Paul Klee. Además, la épica se hace presente en esta apasionante biografía puesto que nuestro protagonista tuvo que comenzar prácticamente desde cero, tras las dos Guerras Mundiales, dado su origen alemán en tierra extranjera.
Quizás sea el Galerísta de origen Italiano Leo Castelli el último de los grandes marchantes de la época clásica. Por su galería neoyorquina pasaron una buena parte de los artistas de la bautizada como Escuela de Nueva York: descubrió e impulsó a lo largo de las décadas de los 50 y 60 a una innumerable pléyade de pintores: Jasper Johns, Kline, Pollock, Rothko, De Kooning y también el Pop de Warhol y Lichtenstein. Estos días de “vino y rosas” para el arte del siglo XX en que la vanguardia artística se trasladó de una Europa devastada a una Gran Manzana en ecolosión vienen recogidos en el extenso volumen El galerísta. Leo Castelli y su círculo (Turner, 2011), escrito por la historiadora Annie Cohen-Solal tras numerosas charlas con el galerísta y con su entorno más cercano.
El subastador. El libro publicado por Turner es una autobiografía de De Pury, uno de los subastadores de arte más importantes de las últimas décadas, y que con anterioridad a ello estuvo al frente de la colección Thyssen antes de que esta recalara en España. Se trata de otro de los libros para ver el mundo del mercado del arte desde dentro.
Cómo me convertí en marchante de arte (Ed. Taller de Elba), escrito de forma autobiográfica por Sami Tarica, nacido en 1906 en la ciudad turca de Esmirna cuenta las vivencias de este antiguo vendedor de alfombras reconvertido en vendedor de cuadros. Tarica fue un marchante obsesionado con descubrir la originalidad en los artistas, concepto que valoraba por encima de todos para apostar por ellos. Uno de sus artistas fetiche fue Jean Frautier uno de los más importantes pintores informalistas y más concretamente “tachistas” de la mitad del siglo XX, sus primeras y fracasadas exposiciones y su reconocimiento posterior.
Más atrás tenemos que irnos para hablar del simpar Joseph Duveen (1869-1939), conocido como “El rey de los anticuarios”. El libro que nos habla de su vida es Historia de un anticuario (Reader Digest 1963) y hoy en día puede encontrarse en internet o librerías de segunda mano. Duveen fue el más impresionante vendedor de obras maestras del renacimiento que ha existido, aunque no se ciñó a esa época. Sin embargo, despreció comercialmente el impresionismo “hay demasiados cuadros”. Duveen vendió cientos de obras a los magnates norteamericanos que hoy en día se encuentran en los más importantes museos del país. Son numerosas las anécdotas que se narran en un librito que se lee prácticamente de una sentada. Es una obra que he regalado en muchas ocasiones conforme la he ido encontrando en librerías de lance. “Huelo a pintura fresca”, decía Duveen para desprestigiar la autenticidad de un cuadro de un rival. Así se las gastaba el marchante británico.
“Se empieza haciendo de anticuario para acabar en coleccionista, y ello sin que uno se dé cuenta de que el microbio de las antigüedades se le ha alojado encima, le muerde, le devora, de que no curará jamás, de que es peor que la tuberculosis”. Así nos habla Luigi Bellini, anticuario de la Italia de los albores del siglo XX en una pequeña joya El mundo de los anticuarios (Ed Zeus, 1962), otro libro que sólo se puede encontrar buceando por la red o en librerías de segunda mano. Un librito plagado de historias tan hilarantes como verídicas y sorprendentes por la actualidad de muchas de ellas. ¡Qué poco han cambiado las cosas en cierta manera!
Seguimos en la edad dorada con el fundamental Memorias de un vendedor de cuadros, escrito por Ambrose Vollard (la primera edición es de 1946). Muy importante ha de ser un marchante cuando una de las series de grabados más importantes del artista más célebre del siglo XX tiene el nombre de Vollard. A él se debe la fabulosa Suite Vollard, la serie de un centenar de aguafuertes de Pablo Picasso que realizó en la década de los treinta por encargo del dedicatario. Hay que decir que Bancaja adquirió en su día una serie completa de estos grabados, siendo una no más de diez instituciones que poseen la totalidad de los grabados. Unas memorias de película del considerado como primer marchante de arte, escritas con la ligereza de una novela, plagadas de diálogos en escenarios tan míticos como el Montmartre de 1890, sus viajes por Europa, incluida España y su relación con los maestros del Postimpresionismo y las vanguardias. Recomiendo encontrar una edición ilustrada, con muchas de las obras que pasaron por sus manos. La primera edición que es la que poseo, de 1946 es la editada fantásticamente por la editorial Destino.
Y dicho esto, uno se viene arriba y es inevitable plantearse la idea de plasmar en unas páginas las incontables anécdotas que se suceden en este oficio, esta profesión tan preciosa como particular, hablar de tantos personajes que aparecen y desaparecen, la convivencia con unos tiempos tan complejos como los que me han tocado vivir. Todo a su debido tiempo.