El legado del sindicato polaco Solidaridad va a ser instrumentalizado por la formación ultraderechista Vox para crear su brazo sindical. Esta fuerza reunió diez millones de militantes en un país de doce millones de trabajadores. Se fundó por algo tan simple porque descendían los salarios y subía el precio de los alimentos. Para entender cómo era la sociedad polaca en aquella época, lo mejor es recurrir a las fuentes locales, como las memorias de Marzena Sowa en su cómic Marzi.
VALÈNCIA. El partido ultraderechista Vox ha anunciado que el nombre de su brazo sindical será Solidaridad. Una referencia al sindicato polaco fundado por Lech Walesa en la Polonia comunista. El uso de este nombre y su significado solo puede ser comprendido en la lógica de la grosera propaganda que inunda el debate político en la España actual de forma transversal, desde los elementos más chabacanos a sujetos educados y colocados en puestos propios de las elites.
De Solidaridad ha quedado el recuerdo de que fue apoyado por Thatcher, Reagan y el papa, pero no precisamente por la afinidad que estos tres personajes sentían por la lucha obrera, sino porque nada como un sindicato de clase podía hacer más daño a un régimen comunista. Como así fue, en Polonia se tuvo que decretar la ley marcial para evitar que las tropas del Pacto de Varsovia entrasen en el país con los tanques.
Cuando se cumplió el 20 aniversario de esa especie de autogolpe de estado, Marzena Sowa acudió a la sede de la OTAN en Bruselas a contar sus recuerdos de aquella época. Esta mujer, nacida en 1979, no vivió los días críticos en primera persona porque era muy pequeña, pero se había hecho tremendamente popular en Francia con su cómic Marzi, sobre una niña que vivía en aquella Polonia.
OTAN, Thatcher, Reagan, Juan Pablo II... todo lo que orbita alrededor de Solidaridad retrotrae a los sectores más conservadores de la sociedad y a los protagonistas de la revolución conservadora que estableció las sociedades duales, es decir, con una brecha de desigualdad. Sin embargo, sería tremendamente injusto cargarle ese muerto a este sindicato y, sobre todo, un desprecio al hecho histórico.
Solidaridad tuvo diez millones de militantes, de una fuerza laboral de doce que tenía el país, y no se fundó como un movimiento expresamente anticomunista, sino porque en 1970, ante las protestas y huelgas por el aumento del precio de los alimentos, el gobierno comunista de Wladyslaw Gomulka reaccionó con extrema brutalidad. El trabajador cargaba con el desabastecimiento derivado de un descenso de la producción y también se llevaba los palos. El propio Walesa fue despedido de varios trabajos por detalles como recordar a los compañeros muertos en la represión del 70. En 1980, volvieron graves problemas económicos y todas las fuerzas sindicales de la década anterior se fusionaron en Solidaridad.
Sus demandas no ponían de manifiesto su carácter conservador, al contrario, lo que demostraron era la hipocresía de los líderes occidentales que los apoyaron. Solidaridad exigió al gobierno comunista libertad sindical, de expresión y derecho a la huelga. Tres puntos que brillaba por su ausencia, por ejemplo, en Chile y otras dictaduras auspiciadas por Washington. Conforme empeoraba la situación económica en el declive del comunismo en los 80, lo que exigió Solidaridad fue la autogesión obrera de las fábricas.
Otra cosa es que en los 90, cuando se presentase a presidente, Walesa centrase su campaña en un populismo de derechas al que tan acostumbrados estamos en la actualidad. El sindicato Solidaridad se rompió en ese momento, con bajas sonadas de los sindicalistas más importantes y una fragmentación que iba de la socialdemocracia al integrismo católico, pero los restos que quedaron de Solidaridad, repudiaron a su antiguo líder. No obstante, las polémicas medidas económicas de privatizaciones que se llevaron a cabo en esta época, no las hizo él solo como presidente, sino al alimón con un gobierno de coalición en el que estaban los antiguos comunistas que estuvo en el poder desde 1993, tras desplazar a la derecha católica, y que dio su apoyo expreso a las privatizaciones.
Llegados a este punto, lo fácil es estereotipar la lucha de aquellos trabajadores, tanto como apropiarse de su legado, que fue heroico -no sé si se habrá dado muchas veces en la historia la situación de que para reprimir actividad sindical se movilicen divisiones enteras del ejército más poderoso del mundo en aquel entonces-, al trazar con el tiralíneas la regla de tres de que eran católicos y se enfrentaron al comunismo. Lo difícil, sin embargo, es entender esa sociedad, algo que pretendía Marzena Sowa que hiciéramos con su cómic sobre la vida cotidiana en ese país en aquel tiempo.
En las páginas de Marzi destacan el comportamiento de la gente cuando se tenía que enfrentar a cortes de electricidad, frecuentes en todos los países comunistas durante los años ochenta, y el motivo por el cual los pisos en plantas altas de los edificios son bastante más baratos, durante años la gente tuvo que subir andando al ir a la compra y se ha quedado metido todo aquello en el ADN de la población. Esto y los cupones de racionamiento para obtener gasolina marcó a aquella gente, Marzi lo refleja desde los ojos de una niña que asiste atónita a tanto agobio.
Detalles como esos son los que han caído en el olvido o en el más absoluto desconocimiento y solo queda el Juego de Tronos de gente de países occidentales que juega a comunistas y neoliberales. En Marzi, se hablaba de las familias que recibían paquetes de Estados Unidos en Navidad, de los que no les quedaba más remedio que emborracharse con licor no destilado al 99% y se ponían violentos. Aparecen las carpas que compraban todas las familias para la cena de Navidad y las tenían en la bañera unos días antes de matarlas para cocinarlas.
En el país que retrataba Sowa, la gente no estaba triste, pero sí preocupada. Una adversativa perfecta para describir una sociedad con las necesidades medianamente cubiertas, aunque en declive y sin grandes expectativas. Confesaba que cuando caía en sus manos dentífrico americano los niños se lo comían como si fuese una golosina. Contaba cuando en Pewex, la cadena de supermercados que mediante pago en divisas extranjeras permitían adquirir productos occidentales, vio por primera vez una Barbie y deseaba que su madre hubiese sido como ella. Así también su padre estaría más contento. Sin embargo, ahí solo compraban salchichas y alcohol cuando ya no se podían encontrar en otras tiendas de la ciudad para los ciudadanos comunes.
Las huelgas ochenteras también aparecen en un tomo entero dedicado solo a las movilizaciones. Marzi lo recuerda a través de la experiencia de su padre. La viñeta más reveladora es una en la que en un encuentro los hombres se ponen a discutir sobre la situación política mientras beben, hasta que acaban arrastrando al lengua enrocados en sus posiciones. Eso nunca cambia, aunque pase el tiempo y cambie el lugar. Es lo que olvida todo el mundo en cuanto un país ha estado en el punto de mira geoestratégico de los grandes bloques, que ahí vivían personas, no piezas de ajedrez.