VALÈNCIA. Fernando Franco acaba de estrenar Morir, la segunda película en la carrera del que es uno de los montadores de mayor prestigio del cine español. El realizador sevillano no se ha alejado en exceso de la senda conceptual que abrió con La herida, aquella pequeña cinta que arrasó en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián y los Premios Goya de su cosecha. Sin embargo, es posible que la magia no se haya repetido con tanta efectividad en esta historia que aborda la llegada de una enfermedad terminal a una pareja y el sufrimiento desde el punto de vista de quien acompaña en la despedida.
La fuerza de la vida se sobrepone durante mucho tiempo en el caso que aborda Franco, inspirado en la novela homónima de Arthur Schnitzler. No obstante, la coguionista del film, Coral Cruz, le llevó a generar una libre adaptación más que un 'basado en' que encuentra su mayor virtud en el trabajo con los actores: Marían Álvarez y Andres Gertrúdix. Pareja en la vida real desde hace 13 años, la producción se llegó a parar al quedarse embarazada la ganadora de los premios a mejor actriz en San Sebastián 2013 y los Goya de aquel año por La herida. Amigos del director, que ha invertido como productor y ha arriesgado como artista tanto o más que con su debut, la simbiosis del guión y del propósito claro de Franco por llegar a contar la historia tal y como sucede es un éxito.
Más allá de lo autoral, puede que no lo sea tanto para el espectador. A un lado quedarán todos aquellos que hayan vivido situaciones similares, especialmente las de un fallecimiento en casa lento y sin hospitales en los momentos decisivos y últimos de la enfermedad. La larga y lenta agonía pasa por detalles cinematográficos y del texto mucho más interesantes que el deterioro físico. El simbolismo que usa Franco demuestra su obsesión por no caer en el melodrama, siendo tan elegante como evocador y bello (pese al tema tratado). En un metraje cuidado –aunque Franco confía el montaje a terceros, pese a su oficio o precisamente por este–, la pareja se descompone en torno a un final predestinado. Y la tristeza llega a ser profunda para quien se deja llevar por la belleza naturalista de la película si quiere entrar hasta esos espacios tan oscuros a plena luz del día.
La fortaleza de Franco como compositor de planos secuencia, uno tras otro, es un lujo para el cine español. La cantidad de preproducción y de acción indirecta y ensayo que tiene la película es abrumadora, pero a su conclusión es difícil saber si para el público en general, ese al que hace mucho tiempo que el sistema de producción de cine en España le aisló de este tipo de ritmos e historias, le calará un mensaje tan necesario.
Ya lo comentaba el propio Franco en el coloquio posterior a la presentación de la cinta en los Cines Lys de València, "es muchísimo mayor el número de muertes que se han rodado en la historia del cine que de nacimientos, pero esas muertes siempre son instantáneas". Esta es la oportunidad para aproximarse a uno de esos aspectos de la vida a los que rara vez nos asomará la exigencia por ley que lleva a las televisiones privadas a invertir en cine. Ni siquiera a través de la comedia podremos explorar ideas como el aletargamiento, los cambios de humor, el odio, la ternura, el silencio, la distancia, el cariño o la indiferencia que se destapa entre esta pareja inmortalizada en un final lleno de lucidez.