huerta, mar y adn mediterráneo

No hay ningún festival como el  D*na

Hay cada vez más citas gastronómicas en España. Festivales, congresos, ferias. Algunos con sentido, otros menos. Ninguna es como el D*na.

4/10/2024 - 

No soy una habitual de esos encuentros en los que primeros espadas exponen su trabajo y en lo que se reúne el sector sacando músculo dentro de un inmenso recinto ferial. Tampoco soy target de festivales gastronómicos donde se dirimen las mejores hamburguesas, se sirven capazos de marisco o se conmemora una festividad alemana con litros y litros de cerveza.  La gastronomía la disfruto de otra manera. De una un poco más silenciosa, menos abrumadora.

Esa intimidad en la que me siento cómoda está latente todo el tiempo en el D*na Festival. Desde que pones un pie en ese paseo que, como el camino de baldosas amarillas, desemboca en ese otro mundo que son Les Rotes. Es apenas un kilómetro, una media luna donde se enreda el olor de las algas que reposan en la arena con el del sofrito de los arroces que se suceden durante todo el día. Esa curva azul y plateada que enmarca el festival nunca será superada por ninguna otra escenografía. Me apuesto una mano.  


El paseo que en condiciones normales recorrerías en algo menos de 15 minutos a paso tranquilo puede alargarse lo que cada uno se proponga. Todo dependerá de las cocas y las tapas que comas y de las copas de vino que bebas, de las veces que te detengas a probar una miel, un embutido o una aceite de la zona, un café que tuestan cerca de allí, un helado o un licor de hierbas que elaboran en Dénia.

O de los talleres que te pares a hojear, porque, a no ser que fueses de los espabilados, lo normal es que te quedases sin plaza. Pero aunque no llevases puesto el delantal,  podías asistir desde la barrera y consultarle cualquier duda a Begoña Rodrigo, Diego Godia o Alberto Ferruz. Yo me fui de allí sabiendo que para que los pimientos en salmuera se mantengan duros hay que añadirles hojas de caña y hojas de algarroba, pero no unas cualquiera, sino que deben ser las hojas más viejas del árbol. Solo por ese secreto de la sabiduría popular ya valió la pena acudir el festival.


El D*na es un festival hecho para la gente. Para los vecinos y vecinas de Dénia y los que vienen de los pueblos de alrededor, para los guiris que deben pensar que esto es la antesala del paraíso –con esta temperatura y un plato de arroz con pulpo a cinco euros–, para los productores y los hosteleros que llevan a la calle su trabajo. Supongo que ese día harán caja, pero no creo que sea su objetivo ni su motivación para estar allí.  

Este año el D*na se ha volcado todavía más en el público ampliando talleres, actividades y catas. Algunos impartidos por grandes figuras nacionales como Ramón Freixa, encargado de clausurar el festival desde el escenario central, pero también por cocineros y cocineras menos conocidos, por expertos o productores locales que compartieron su conocimiento con todos lo que quisieron escucharlos.  Todo bajo la batuta de Quique Dacosta y su equipo. 

La huerta, la tierra y las manos de los que la trabajan fueron el leitmotiv de esta edición. Y en sus frutos y en las técnicas que los transforman se centraron los nueve chefs que se subieron al escenario principal donde termina la Marineta Cassiana. Ricard Camarena, Javier Olleros,  Luis Valls, Vicky Sevilla o Susi Díaz desafiaron el sol que aquí siempre es un poco cegador para cocinar y compartir su visión sobre verduras y hortalizas. Esos productos que hasta hace no tanto eran un mero acompañamiento en la cocina de vanguardia y que ya empiezan a ocupar el lugar donde debían estar.

El D*na es un festival para disfrutar. Para comer y beber bien, para recuperar las cosas de antes, descubrir pequeños tesoros y recordarnos el poder que tienen el Mediterráneo y la gastronomía de unirnos y hacernos felices.