Se dice que Russafa es un crisol de culturas y el Oli Bar, en eso, se le parece mucho. Los propietarios son de tres nacionalidades distintas. Los bocados: de Italia, de México, del país… Todo suma, y no como en la Cumbre del Clima
La vida de barrio a veces es tranquila y otras se acelera. El Oli Bar es un oasis para los clientes que optan por una u otra velocidad, aunque la tendencia general de quien se sienta en su terraza es la de alargar el momento, sin importar que sea de mañana, tarde o noche.
Se centran en seis o siete elaboraciones básicas. Lo justo para que la vida, la que nos gusta, no pare. Aquí, los amantes de la tortilla de patatas (con cebolla) tienen un punto de peregrinación, y hay que espabilarse porque cuando se acaban, se acaban. Pero hay más: cochinita pibil, porchetta, ensaladilla rusa, queso Scarmorza fundido, sobrasada con miel, tiramisú casero, embutidos y fiambres transalpinos y nacionales. Si tenemos hambre o sed, ya está, resuelto.
Pero hay más, algo que aunque esté fuera de carta es principal: los camareros y camareras del Oli Bar. Porque la felicidad en el oasis es más felicidad con buena gente al lado y que conoce bien lo que tiene entre manos. Ah, también son de tres nacionalidades diferentes. Lo que les dije al principio: todo suma.