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crítica de concierto

Orquesta de València: coherencia y contrastes

La sesión ofrecida este viernes en el Palau de la Música ofreció tres ejes interesantes en su programa: en primer lugar, la relación de las cuatro obras con la danza. En segundo, la acertada combinación de partituras conocidas con otras que no lo son tanto. Y en tercero, la actuación de Leila Josefowicz, reputada violinista en el ámbito de la música contemporánea, junto a la Orquesta de València y su titular Ramón Tebar

31/03/2019 - 

VALÈNCIA. Dos pavanas (danza lenta del Renacimiento) iniciaban cada una de las partes de la velada. La primera, de Fauré, no es demasiado conocida por el gran público. La segunda, de Ravel, sí que es muy popular. El Concierto para violín de Stravinski, aunque no se compuso con esta finalidad, fue ofrecido como ballet por George Balanchine en dos ocasiones, tal como señalaba César Cano en el programa de mano. Por último, Daphnis et Chloé, de Ravel, siguió el camino inverso, pues se concibió en primer lugar como ballet, con un coro añadido a la orquesta, extrayéndose luego de esta versión dos suites sinfónicas, que ayer se presentaron unidas.

La Pavana de Fauré (1888), no tan programada como debiera serlo una pieza tan delicada y hermosa, fue ejecutada con mucho gusto por la Orquesta de València, que la ofreció como lo que es: un ensoñador recuerdo de tiempos pasados. Existe asimismo una versión con coro. Se aligeraron bastante los efectivos de la orquesta en el Concierto para violín de Stravinski (1931), pues la factura neoclásica que practicaba su autor en esa etapa, le impulsaba al uso de texturas ligeras y colores más puros, tal como sucedía en la música del siglo XVIII.

El término “neoclásico” no debe, sin embargo, inducir a error, pues el oyente no encontrará en esta obra -ni en otras muchas que aparecen así catalogadas-, las armonías de Haydn o de Mozart, aunque sí se pretenda la claridad presente en su música, la transparencia de líneas y la huída de los excesos expresivos de la música romántica. Se trata de una concepción que pone el acento en la forma, huyendo de la subjetividad  expresionista y -más aún- de la que muchos intérpretes proyectan sobre las partituras ajenas. Con todo, las mejores obras de Stravinski tienen un alto grado de expresión, y ahí están La Consagración de la Primavera o la Historia de un soldado para demostrarlo.

Foto: EVA RIPOLL

En su único concierto para violín, que el compositor tuvo dudas en abordar debido a la escasa familiaridad que tenía con el instrumento, fue asesorado por el violinista Samuel Dushkin, quien se lo había encargado, y que actuó como solista en el estreno. También le animó a hacerlo Paul Hindemith, con el argumento de que, precisamente, la poca experiencia con el violín y su repertorio, le ayudarían a explorar nuevas posibilidades. De hecho, esta partitura se revela como muy poco convencional, y eso puede haber contribuido a la exigua programación que de él se hace en nuestro país.

No le interesaron mucho a Stravinski los alardes de virtuosismo, tan frecuentes en el repertorio violinístico, y no escanció demasiados en la partitura. Sí que parece demandar una notable tensión y energía en la ejecución, y se lo proporcionó, aun sin pasarse, Leila Josefowicz. Especialmente remarcable resultó, en este sentido, el vigoroso movimiento final (Capriccio). En el Aria I, pero sobre todo, en la II, Josefowicz lució otros recursos, como su capacidad para el cantabile, y en toda su actuación se hizo patente el profundo conocimiento e interiorización que la solista tenía de la obra. La Orquesta de València le dio respuestas y contrapuntos acertados, pero Tebar no consiguió transmitir a la agrupación todo el empuje que necesitan estos pentagramas. El resultado final fue una versión bien tocada, bien medida, con un ajuste correcto entre el violín y la orquesta... pero un punto aburrida y fría.

En cualquier caso, la violinista canadiense cosechó bastantes aplausos, y ofreció como regalo una pieza del director y compositor finlandés Esa-Pekka Salonen.

Ravel tras el descanso

Dos composiciones de Ravel, siguieron a lo anterior: la Pavana para una infanta difunta y Daphnis et Chloé. Mucho más conocida e interpretada que la de Fauré, la pavana de Ravel comparte con aquella el aire melancólico y lejano, que no viene sólo del carácter antiguo de la danza, sino del muy peculiar y refinado tratamiento que recibe en ambos casos. Ravel orquestó en 1910 la versión pianística, escrita ocho años antes. Tratándose de un maestro de la orquestación, con un sentido del color tan acusado como elegante, resulta muy difícil decantarse por una o por otra, siendo ambas, a su manera, igualmente seductoras.

Foto: EVA RIPOLL

Tebar y la Orquesta de València la tocaron algo más lenta de lo habitual. Debe recordarse, sin embargo, el deseo expreso del compositor referente a que la obra se interpretase con un tempo extremadamente lento. Posiblemente, para acentuar así el carácter arcaico y cortesano. A destacar el papel de trompas, maderas y arpas sobre la tranquila y suave  alfombra de la cuerda. Señalaba Gonzalo Badenes que André Boucorechliev describe el efecto de la pieza como “un lujo tranquilo”. Y lo es, en efecto.

El Daphnis et Chloé que se escuchó en el Palau no fue, por supuesto, el original que Ravel escribió para el ballet de Diaghilev, sino la unión de las dos suites orquestales extraídas de éste. Suites que se han hecho mucho más populares que la versión íntegra de la obra, a pesar de que el ballet completo resulta de mayor coherencia, y del toque fantástico que le otorgan  las intervenciones del coro.  La primera de las suites incluye  tres números:  Nocturno, Interludio y Danza guerrera. Y otros tres la segunda, Amanecer, Pantomima y Danza general. Ramón Tebar dirigió con precisión y cuidó el específico carácter de cada número, con éxito especial en el Amanecer. Pintó allí con gracia el paulatino despliegue de la luz sobre la naturaleza, con su brillante triunfo al final. La partitura proporcionó a los instrumentistas abundantes ocasiones de lucimiento, tanto en los solos como por secciones, y se desenvolvieron en ella con más calor del que habían mostrado en el resto del programa.

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