París. Siempre París. No importa el año, el mes o el día, pero esta vez será en viernes y de reina de copas, tía.
Partiendo de madrugada, que si es para ir de viaje nunca nos duele nada. Con esos primeros vistazos a la Garnier, morada de Chagall, a un ladito la Madeleine y enfilando ese faubourg de santos honorables eternamente repleto de deseos insoslayables. A continuación los campos infinitos que se abren ofreciendo arcos que sólo amenazan con flechas de amor. Momento de primera paradita, en forma de aperitivo con una Kronenbourg 1664 en una brasserie cualquiera. Frescor que no nos deja fríos porque sentimos el calor de sentimientos que son oro. Dorados recuerdos en paseo por jardines y sus ornamentales con frutales. Momentos de reflexión ante comienzos que sabemos importantes aun con sencillez y brevedad. Y no necesitamos mucho más observando paisajes urbanos con un trocito de salchichón en cada mano.
Entramos en palacios de ensueño que nos dejan sin resuello. Con un Champagne Brut Nature Les Charmottes 2015 (Salima & Alain Cordeuil) para asentar emociones y empezar un festín de sensaciones. Elegancia finísima y enorme capacidad para dar paz y comodidad. Directo al corazón con su vinoso que casi te pinta los labios de rojo. Mirándonos directo a los ojos y con cada platillo del maravilloso menú de Le Clarence.
Cae la tarde y las calles se llenan de fiesta y juventud. Sin prisa pero sin pausa, que hay tanto que vivir que el tiempo nunca parece suficiente. Incursiones a nuevos mini mundos de sabores sin complejos con el Olive. Cóctel de aguardiente de oliva, ron, orégano y tónica, tan delicioso como original. Magia de equilibrista en el Little Red Door y con unas patatitas fritas.
Seguimos con piecines bailarines bajo la lluvia y con ánimos de investigar. Para ir a parar a encantador lugar, todo sonrisas, saber estar y escuchar. Con un clásico Manhattan que entiende que no queremos ser dulces sino importantes. Y lo tomamos despacito con unas palomas de maíz antes de volver a parajes más sabidos e intentando no caer.
Con un Quincy 2020 (Jacques Rouzé). Vino blanco que es sencillez bien entendida. Ideal para un ratito de reposo. Florecillas que revolotean por los pensamientos. De acá para allá, siempre en movimiento y con montones de cosas en los pensamientos. Planificando futuros compartidos en placenteras praderas con un poco de queso en Caves Legrand.
Llega el momento de ir a dormir con un Bandol Cuvée La Tourtine 2014 (Domaine Tempier) que es pasión. Errores convertidos en aciertos cuando toma las riendas de caballo con la silla bien puesta. Trotes seguros entre balsámicos insolentes. Sobre esas hierbas que nos llevamos a la cocina para echar al puchero que quiero. Con chimenea encendida y mordisqueando un trocito de chocolate en el Willi’s Wine.
La nueva jornada nos lleva de cruasanes y largos andares. Hasta que nos sentamos ante el Lalande de Pomerol 2016 (Château Haut-Musset). Tradiciones en forma de frasca que no rasca y que se adapta a lo que es necesario para cada comensal. Y es ideal con su potencia especiada de bayas oscuras y cerezas regordetas. Belleza compleja que nos ponen en bandeja en L’Assiette con los clásicos sabores de unos caracoles y la carrillera de vaca.
Es hora de paseazo en modo latino, con vuelta a orilla derecha y vistas a Sena precioso. Y a lo tonto es hora de café y mejor aderezado. Con miradas de altura y un Expresso Martini. Chute de energía que nos recuerda nuestra alegría. La de vivir intensamente, tan excesiva y tan firmemente. Despertar a realidades en el Cheval Blanc con unos macarrons poco dulzones.
Tarde de excitantes tumultos con sus compras tan innecesarias como preciosas. Jaleo del bueno hasta terminar en barra a la altura perfecta con un curioso Sazerac. Ginebra, aquavit, roqcles, pastis y bitter de limón, claro, fresco y anisado, salado. De fácil charla sobre lo humano y lo divino con juventud que alegra en el Copper Bay con un revoltijo de frutos secos.
Vamos a tope de bar à vin, que nos quedan un par por delante. En primer lugar con un Les collines de Vaux 2019 (Domaine D’Edouard). Terciopelos con tocadiscos de fondo. El fluir de música ligera al son de unas caderas que bailan sensuales. Escribir con renglones que podrán torcerse a veces para terminar en su lugar, en Bambino con un poco de jamón del país.
En Séptime la Cave nos regalan un ramo de flores nocturnas y lindas con el Brouilly 2019 (Alex Foillard). Rosas gordas y violetas chicas que brincan con regocijo. Recreo con nuevos amiguis que reparten generosidad. Masticable de frutoso delicioso mientras masticamos con fruición una terrine de canard con sus consecuentes tostaditas.
Así alcanzamos el hasta luego de ese sueño que es viajar toda vez. Con un Dry Martini en Danico, secreto y como nos gusta. Final prefecto con unas aceitunas y un beso en los morros, precioso.