VALÈNCIA. No creo que mi relación con el arte sea especialmente original. Le sucede a la mayoría de quienes van profundizando. Inicialmente, en nuestra juventud, contemplamos las obras de arte de forma un tanto aislada sin relacionarlas con el contexto en que fueron creadas. Con el tiempo vamos elaborando el gran fresco que es la historia del arte: las etapas sucesivas y sus relaciones, colocando a cada artista en una época y cada uno de estos con sus etapas y la evolución de su arte coincidente con cada una. Finalmente, relacionamos el arte con el contexto social e histórico en el que se desarrolla, cerrando el círculo. Personalmente por mi afición a la música me cuesta ver el arte plástico sin que suene de fondo, en mi cabeza, una banda sonora: ante un cuadro de Kilmt suena Mahler, con Picasso Stravinsky o con Sánchez Cotán la Tiorba de Alonso de Mudarra.
Seguro que en las calles, iglesias y palacios de la València medieval sonó toda clase de música de cancioneros cristianos, así como los romances y cantigas de los moriscos de la ciudad. No se conoce con certeza cuando comienza a interpretarse el llamado Cant de la Sibil.la en nuestra catedral, que se escenificaba la noche de Navidad en numerosas sedes episcopales, sobretodo de la Corona de Aragón. Según las investigaciones musicológicas, la valenciana recibió influencias tanto de la de Toledo como de la Mallorquina y fue el grupo valenciano Capella de Ministrers y su director Joan Magraner, con la colaboración del Instituto Valenciano de la Música, quien llevó a cabo la grabación de este canto en el año introduciendo las singularidades de la Sibil.la de la Seo Metropolitana de València que en la consueta de 1527 (el conjunto de celebraciones de la comunidad eclesiástica, y su práctica en determinados días de oficios)
Juan Bautista Comes nace en València en 1582 mientras se construye el Patriarca y muere en 1643 ya con el Real Colegio en plena actividad. Comes es sin duda un glorioso desconocido de nuestro arte musical de la polifonía transición entre el Renacimiento y el Barroco. Se formó en la catedral renacentista, los ángeles músicos no habían sido vedados a la vista por la bóveda barroca de Pérez Castiel. Tras pasar por Lérida llega a Madrid siendo nombrado nada menos que segundo maestro de la corte de los Austria. Lo que nos importa es que estuviera donde estuviera remitía puntualmente composiciones a Colegio del Corpus Christi, siendo nombrado maestro de capilla en 1628, regresando a la ciudad en 1632. Su música es ideal para la contemplación de este magnífico edificio valenciano, por el que siento especial predilección, ya que combina el misticismo manierista con lo grandioso del primer barroco y el empleo de la polifonía llevada a sus últimas consecuencias con el empleo de varios coros que cantan empleando el contrapunto imitativo a través de una estudiada colocación en la iglesia.
En conmemoración de la muerte del fundador compone el motete 'Ad mortem Reverensissimi Archiepiscopi Valentini et Patriarchae Antioquiae D. Joannis a Ribera', para seis voces. Otra obra compuesta por Comes, en esta primera etapa en la iglesia de El Patriarca, son las Danzas al Santísimo, unas danzas que desde el año 2005 son recreadas a partir de las investigaciones del Dr. Rodrigo Madrid Gómez.
Unas décadas antes de Comes nace el gran compositor del Renacimiento español: Tomas Luís de Victoria de alguna forma, padre musical de Comes, y aunque abulense cuya música también se interpretó en el Patriarca ya que conserva partituras del compositor desde la década de los setenta del siglo XVI.
Otro compositor valenciano no suficientemente valorado en la tierra que le vio nacer, es Joan Cabanilles que se le llegó a denominar por algunos “el Bach valenciano” por su importantísima obra para órgano, gran parte de ella todavía no grabada. Aquí habría que hacer un llamamiento para que el Instituto Valenciano de la Música promoviera la grabación de obras tanto de Comes como de Cabanilles). Nació en Algemesí donde recibió enseñanzas musicales del organista de la iglesia de Sant Jaume, Onofre Guinovart. A los 21 años es nombrado organista de la Catedral de Valencia, cargo en el que permanece hasta su muerte en 1712. Su música y el barroco de la catedral estarían íntimamente ligados, y mientras tocaba y componía para el órgano de la Seu, vería como se levantaba la bóveda barroca, obra de Pérez Castiel, vedando a la vista de los fieles los ángeles músicos pintados por Pagano y Sanleocadio en el siglo XV.
Cabanilles muere un año antes de que se concluyera la portada barroca de la catedral obra iniciada en 1703 por el escultor y arquitecto alemán Konrad Rudolf, escultor de cámara del archiduque Carlos de Austria, por lo que, en sus últimos años de vida, el gran compositor contempló la construcción de la popularmente conocida como puerta de los hierros.
Aunque marcha pronto rumbo a Italia, Vicent Martín i Soler, Valencia, 1754 – San Petersburgo 1806), tuvo en su época tanto o más éxito que el mismísimo Mozart de quien fue rival artístico. De hecho, algunas de sus óperas contaron con Lorenzo Da Ponte como libretista al igual que el Salzburgués. Un lugar idóneo para hacer sonar la música de ambos sería el salón de baile del Palacio del Marques de Dos Aguas. Durante el tiempo en que fue cantor en la Catedral de València, hasta los 15 años se acometía la reforma rococó del palacio y se hacía realidad la conocida portada diseñada por Hipólito Rovira y ejecutada por Ignacio Vergara.
Aunque hoy en día sus obras no están en el repertorio habitual de los teatros, en si momento fueron auténticos éxitos que se sucedían en Viena, Nápoles, Londres o San Petersburgo. El clasicismo vienés que desprende su música hizo que fuera especialmente apreciado en las cortes europeas del último tercio del siglo XVIII, siendo una música para acompañar una visita por la València académica (Museo de la Ciudad, Palacio de Cervellón, la pintura de los Vergara, Camarón..). Sus mejores obras son las que compone al final de su carrera junto con el libretista de Don Giovanni o Las Bodas de Fígaro, Lorenzo Da Ponte, que para Martin i Soler elabora los libretos de Il burbero di buon cuore (1786), L'arbore di Diana (1787) y sobretodo, Una cosa rara (1786) obra que no todos saben que se cita en el Don Giovanni mozartiano, en la escena quinta del segundo acto, cuando la orquesta del baile toca unos compases de la obra del compositor valenciano.
La estancia del legendario músico húngaro en la ciudad a finales de marzo de 1845, y sus conciertos en el Teatro Principal, están documentadas en las crónicas periodísticas del momento, que nos describen una forma de entender el arte de la interpretación en directo que nada tiene que ver con la de ahora. Contratado para un sólo concierto, el éxito fue tal que se convirtió en tres, en el tercero de los cuales acabó tocando aquello que el público le pedía. El Diario Mercantil de Valencia recogió la noticia del primer concierto, el anuncio del segundo y el del día 31 el del tercero, en el que tocó el concierto para piano de Weber y entre el primer y segundo acto de la ópera de Donizetti, La figlia del reggimento (a penas cinco años de su estreno en París, por aquello que se decía recientemente por el antiguo intendente del Palau de Les Arts respecto a que València no tenía tradición operística), una sucesión de improvisaciones operísticas. Parece ser que dada su afición al órgano le condujo a la catedral hizo que durante la semana que permaneció en la ciudad la visitara para escuchar y conocer al organista
Cuatro décadas después otro joven pianista y compositor, en este caso español interpretaría en el mismo teatro piezas entre otros del propio Liszt. Aquel joven interprete era el gerundense Isaac Albeniz que con el Lleidetano Enrique Granados son posiblemente los dos compositores de la segunda mitad del siglo XIX cuya música revierte un carácter más “español”. Paradojas de esto llamado España. Albeniz tocó dos noches en el mismo teatro y otra en una fábrica de pianos en un concierto privado para el dueño y empleados de la fabrica Gómez e hijo. La pieza capital de Albeniz es sin duda Iberia, una de las composiciones esenciales en la historia de la música española, y no se me ocurre mejor banda sonora para mucha de la pintura costumbrista del XIX que cuelga en las paredes del museo de Bellas Artes y, sobretodo, para esa monumental serie de lienzos de Sorolla Las visiones de España y que se encuentra en la Hispanic Society
Tal es la caleidoscópica complejidad de este último siglo de creación, que lo prudente será dejar para otro capítulo la banda sonora del arte de la València del siglo XX y XXI, pero ya adelanto que habrá mucho jazz, pop, rock y sintetizadores.