Recorrido con el pianista británico por sus lugares favoritos de València. Puentes, palacios… y muchos restaurantes
VALÈNCIA. James Rhodes. El que toca el piano. El de la radio. El de los libros. El que escribe artículos de antropología visitante. El propuesto como ministro de cultura por la otra jauría. El pianista británico James Rhodes -aquí la entrevista que sí hay que leer- da la impresión de haberse tomado España de una forma tan juguetona que su entusiasmo provoca reacciones y contraindicaciones según lo tiquismiquis que uno sea con la opinión del prójimo. Un espejo. Hay un hombre en España que habla de todo.
Rhodes, James Rhodes, cuenta por la radio (su espacio en ‘A vivir que son dos días’ de la SER es un prodigio de divulgación musical) que se va a València de “cita romántica”. “Flipando en colores. te lo juro”, deja escrito a su paso, como un reguero de pasión a cuestas que activa el multilike.
Es una figura extraña camino de convertirse en un Julio Camba inglés, diseccionando usos y costumbres, al punto de no saber si es más se aquí o de allá.
Le proponemos da un paseo por su València. Sería demasiado cursi plantear a qué suena la València de James Rhodes, ¿no? Prefiere guiarse, guiarnos, por la vistosidad de las calles y por el sabor de los platos. Un trayecto entre Alameda y el Eixample, coleando por las dos orillas del Túria.
Uno - Restaurante Comer, Beber, Amar. El gastrónomo Kiko Vidal es un anfitrión como pocos. Su templete del producto es un sencillo destino de culto. También para Rhodes: “Uno de mis restaurantes preferidos en toda España. Lo descubrí una vez hace unos años, tras tocar en el Palau de la Música. Mi manager y yo acabamos comiendo ahí tres veces en dos días. Kiko es tan amigable... ¡su comida es una maravilla!”.
Dos - Rhodes se va de horchata. Foto del Mercado de Colón y tweet. “Such a pretty city... ”. Le pedimos ampliación: “Adoro ese lugar. Horchatas y cafés increíbles. Y la arquitectura es grandiosa”, nos indica. No se hable más.
Tres - Regreso al puente de las flores. Qué invento, eh. “Un puente. Cubierto de flores. ¿Hay algo que añadir? ¡Flipando, literalmente, en colores!”. Pues ya estaría.
Cuatro - El músico retuerce la jerga hasta llevarla a su terreno. Parada a comer en Saiti, los dominios de Vicente Patiño, completados a la vera con Sucar. ¿Por qué Saiti? “Es un poco pijo, pero… ¡dios mío el arroz con langosta!”, saliva Rhodes. “Y todo empieza con platitos milagros que son una explosión de sabores. Pasamos la mañana en la playa de la Malvarrosa, tomando el sol y bebiendo café, rodeados de niños ingleses chillando (disculpen por eso) y de repente acabamos en este lugar tan sereno, limpio y fascinante. ¡Menudo contraste!”. Eso.
Cinco - Ha dado cuenta de antiguos edificios de la ciudad renovados como palacios urbanos. Uno de ellos, el hotel Palau de la Mar, con su huerto interior, sus ráfagas de frescura boscosa, el retiro espiritual en la urbe. “Donde tuve la suerte de quedarme. Fue magnífico. Un hotel asombrosos, un verdadero oasis en medio del centro de València. Y con un menú del día -por 19 euros- fresco e increíble”.
Seis - Palau Alameda. De palau en palau. Un salto al cauce del Túria, y James Rhodes acaba en la nueva terraza del edificio de Piscina València. Da un ‘sí, claro’ a lo nuevo del cocinero Nicolás Román. “Una comida excelente. 6 o 7 platos, una explosión de sabores. ¡Y un lugar tan hermoso!. Deseando volver”.
Siete - Volvamos a cruzar el Túria. Se guarda la guinda del pastel en una de las eclécticas moradas de Ricard Camarena. Rhodes en Canalla Bistro: “No es el gastronómico con estrella, sino la versión más barata, rápida y relajada. La comida fue ideal, todo preparado a la perfección. Tacos, ribs y ensaladas y platos increíbles llenos de una deliciosa cocina. ¡Estaba tan feliz!”.
Así viaja y se alimenta el pianista. James Rhodes se queda.