Sin cacau no hay esmorzar. En busca de las hermanas de tierra, de huerta, de mar y de montaña que custodian para llenar los platos de cultura valenciana.
Humilde Vallés Simó nunca fue de guisar. Era la mayor de dos hermanas de una familia asentada en una pequeña masía del término municipal de Vilafamés a medio quilómetro de La Montalba (La Vall d’Alba). Recuerda que su padre tenía problemas de corazón y también de estómago. Como ella se criaba grande, de bien pequeña ya, cargaba con el peso de sacos y laboreos. Era de esas adolescentes a las que el tiempo le pasaba pastorenado ovejas o lo que fuere, siempre en exterior. Llegaban sus padres de la jornada y corría hasta la cocina para empezar la cena. Su hermana, más delgadita, era todo lo contrario, se sentía tan cómoda en los fuegos que preparaba la comida con demasiada antelación. Humilde cambió de masía al casarse con Manuel Trilles Roures. Un hombre terrenal que desarrolló su visión ingeniosa para no depender de nadie, delgaducho, trabajador y ulceroso, siempre dicharachero. Ese matrimonio, ella once años menor, era tan sólido como una institución. Juntos constituían una familia que sobrevivió a las etapas como cualquier empresa. La llegada de la industrialización mediante la agroquímica, los dos hijos, la llegada de los nietos y la falta de interés de Humilde por guisar. Prefería invertir su tiempo en alimentar corderos, algunos cerdos, incluso un año tuvieron la bendición de poder engordar un buey. Vieron como la vid se cambió por olivos, siguieron con los almendros, probaron con la remolacha, intensificaron con la patata, cambiaron el molino de andar por casa de un familiar por el de la cooperativa, pasaron de elaborar sus harinas a comprarlas en la tienda. Comían de lo suyo y vivían de lo que vendían.
Aquella masía de La Vall d’Alba que fue posada, taberna y centro logístico agrario-ganadero, donde crecieron mandarinos, higueras y más almendros, es ahora otro hogar. Cocina su hija, con suelo y azulejos bonitos de Castellón, una huerta familiar algo anárquica, con los mandarinos rebosantes y con plantel de Connecta Natura de frutales de variedades tradicionales recuperadas de la zona. Humilde ha sido pastora, agricultora, replicadora de semillas, hija, madre y mi abuela. Le brillan los ojos cuando traigo una variedad nueva. Ella nos roba las semillas de las frutas y verduras, las esconde como si aún tuviese que vender de estraperlo para plantarlas en cualquier lugar de la masía. A veces lo descubrimos cuando aparece el ajo tierno bien crecido en la mesa de la cocina. Sabe que las semillas son un seguro de vida, mejor que el dinero. Ella es nuestra polinizadora. Y de polinizadoras va el tema. Mujeres que alimentan, hermanas de tierra, de huerta, de mar y de montaña. Que potencian la vida y el alimento con su instinto, con sus manos y su energía.
Ana Climent Ortiz es la joven de tres generaciones unidas por la cocina y la alimentación a través del entorno inmediato. Con sus antecesoras comparte “moniatos, cacaus i maduixes” porque ellas nunca probaron el mango o el aguacate, nos cuenta. Ha tenido la suerte de criarse en el rural, con cosechas propias y acceso a la agricultura de sus vecinos.
“¿Pero tú ayudas a tu padre en esto, no?”. Hace dos años que emprendió en el pueblo 288 habitantes, La Granja de la Costera con su proyecto de recuperación de Cacau del Collaret y Cacaua CA Climent. Un comercial la puso de segunda en el proyecto, este proveedor no sabía que su padre le remite a ella todas las decisiones: “això a la jefa”. Ella misma observa que la gran evolución es el cambio de rol de “ayuda familiar” a “això a la jefa”. Tanto sus abuelas como su madre, cuando ejercían trabajos en el campo eran bajo un rol y un techo de ayuda familiar. Las subordinaba a la figura del hombre como propietario de la finca. Sin retribución, sin salario y sin independencia económica, no generaban derechos a pesar de ejercer algunos de los laboreos más duros como “espolsar el cacau”. Explica Ana que, con pañuelos en la cabeza y delantales, separaban el cacau manualmente de la mata con la ayuda de las paneras. Acababan la jornada con la piel seca y llenas de polvo. Por ello, citando a Leire Milikua, “Sobre la tierra, bajo la sombra”, Ana reclama que la de ayuda familiar es la única categoría de personas trabajadoras no remuneradas consideradas estadísticamente como activas. “Han tenido una falta de reconocimiento para ser vistas y poder influir y a esto se le suma que es la mujer quien asumía los cuidados y trabajos del hogar”. Confiesa que le encantaría encontrarse con mujeres más cercanas al rural dedicadas a proyectos agrarios con los que compartir experiencia y visión. “Es un camino solitario y encontrar mujeres referentes sería inspiración”. Ana, como buena polinizadora que eres, comenzamos contigo a recorrer la Comunitat Valenciana.
“Si hubieses nacido niño no te gustaría tanto la agricultura”, escuchó Ana Climent. Siente satisfacción por romper con la idea preconcebida de que el campo es masculino y que sólo genera interés en los hombres. “El paradigma está cambiando y lo hemos de demostrar no solo las generaciones que venimos sino también las que nos preceden, para que estén abiertos a un relevo generacional para transferir todo el saber de los que se han dedicado a la agricultura históricamente”.
El objetivo de Climent es recuperar las variedades tradicionales en peligro de extinción. Ella toma las decisiones. Las agrarias, económicas, comerciales y de comunicación, apoyada por su antecesor, agricultor que le abre paso con ilusión de un sector mascuilinizado, cuenta. Es parte de una generación que ha tenido acceso a la formación pública y a programas de becas que le han ayudado a emprender en el sector. Con CA Climent aprende de la profesión que más admira. “Para ser agricultora has de saber química, física, biología, botánica, metereología... Aún me queda mucho que aprender”. Una de sus principales motivaciones es conseguir la soberanía alimentaría: “Es uno de los mayores retos para ser una sociedad libre, que mantenga las semillas de sus alimentos y que permita salvaguardar los derechos más básicos, la alimentación saludable”. La actividad agraria en general, y en concreto la de sus cacaus, también aporta unos beneficios económicos, productivos, paisajísticos, ambientales y socioculturales. “Supone cambiar la perspectiva del sector agrario a una territorial que afecta a todas las personas”. Y a lo que añadimos: sin cacau, no hay esmorzar.
La herencia familiar también tuvo mucho que ver en la historia de Elvira Cholques Pareja, veterinaria, ganadera y pastora natural en el entorno de 48km de montaña de Enguera. Su padre trabajaba en el campo y tenía un pequeño rebaño para sobrevivir. Su madre era panadera, lo dejó para unirse a su nuevo negocio familiar. Se centraron en la ganadería con cabras de ordeño. Ampliaron las cabezas mientras que Elvira, que creció en este entorno, sentía miedo de no saber qué hacer cuando uno de esos animalitos estaba enfermo: quería salvarlos. Estudió la carrera de Veterinaria. Entró en la asociación ANGUIRRA (2007) y fue entonces cuando decidió apartar las guirras del rebaño de su padre y dedicarse a su conservación y mejora de esta raza valenciana en peligro de desaparición. Estuvieron a nombre de su padre hasta que en 2017 consiguió el número mínimo para crear su cartilla propia, con 300 guirras, ahora cuenta con 540. A pesar de ser una pastora cualificada como veterinaria y ejercer con 27.000 animales, siente que le ha costado mucho que la tomen en serio. Lo ataja a que la figura del pastor se asocia al hombre y esto lo ha vivido recibiendo menos atención en ferias, o incluso por parte de los trabajadores: “Que en este sector mande una mujer aún cuesta un poco: cuando iba con mi padre no se fiaban de mí”. Con su esfuerzo, vino su conquista, alejó estigmas. Ya no escucha eso de “La chiquilla esa”. Además de ser madre, ha tenido que trabajar para demostrar que es capaz de coger una oveja, vacunar o lo que sea que se le ponga por delante. “Me lo he tenido que ganar, ahora me reconocen y valoran pero el comienzo cuesta”. Con su trabajo también fomenta la marca de la Comunidad Valenciana de Guirro como producto gourmet, a la que se suman restaurantes como las Arenas, uno de los primeros en apostar por la carne de oveja guirra, El Poblet y Riff con el jamón. Además, contribuye a la prevención de incendios con el desbroce y mantenimiento mediante las ovejas que pastan en los montes ejerciendo de cortafuegos natural.
Por la montaña ha viajado siempre Virginia Espinosa Ruiz. Su herencia es la del gen emprendedor. Su abuela tenía su negocio (ropa para bebés) y gente a su cargo. “Mis antepasados han podido formarse y han tenido la suerte de desarrollarse en lo que han querido”. Estudió Ingeniería Forestal, ya en la primaria era de las pocas chicas (una de las 7 entre 40 niños), que es un sector muy masculinizado en los que realiza proyectos de obra como cortafuegos. A lo largo de su carrera ha tenido que sobreesforzarse para demostrar su valía: “Hemos tenido que trabajar más para llegar al mismo lugar que un hombre”. Junto a su pareja Toni, que es ingeniero agrónomo, emprendió hace cinco años Javalturia, un proyecto familiar en Aras de Olmos dónde gestionan 12 hectáreas truferas y azafrán como cultivo alternativo de alta montaña. De vivir en Valencia y trabajar en el laboratorio de truficultura, a mudarse a este pequeño pueblo de interior de no mucho más de 300 habitantes. Vieron una oportunidad para poder desarrollarse profesionalmente y tener un proyecto de vida. “Todo lo vivimos muy paritario”, ambos se dedican tanto a la crianza de su hijo como de cuidar la tierra y recoger las trufas o el azafrán.
La siguiente mujer polinizadora heredó, a petición de su padre, la innovación del proyecto familiar de pesca Punta Aljibe, Santa Pola. Caldo de caldero artesano con la receta tradicional de Santa Pola con materia prima regional. Su abuelo, su padre y sus hermanos siempre han trabajado en el mar como pescadores. Lorena Ruso Vidal es economista de profesión y hace ocho años su padre le pidió incorporarse al proyecto que comenzó como una idea muy diferente a lo que ha terminado siendo. Con su esfuerzo y junto al equipo que ha creado refuerzan una marca con el objetivo de fomentar el consumo de quilómetro cero, que se valore un producto de alimentación básico y que le dé valor al a materia prima que hay detrás. Todo para que el sector primario prevalezca remarca que tanto pesca como agricultura son necesarios y son una parte importante del PIB. Asegura que sus comienzos fueron muy complicados. En un sector como el de la pesca, en el que el 95% de las personas que trabajan son hombres, que una mujer dé una orden o que esté en una lonja de pescado o en una cofradía de pescadores es muy complicado, asegura Lorena. En Santa Pola ya están acostumbrados a que ella sea la cabeza visible del proyecto pero le ha costado lo suyo, lloros y disgustos incluidos. Ha realizado “mucho esfuerzo para que me reconozcan como capitana a mí y no a mi padre”. Y concluye con que la semilla de una mujer en el sector primario es primordial porque las directrices no son ni más ni menos, también sabemos trabajar en el sector primario y sabemos gestionar una granja, un restaurante y una empresa como Punta Aljibe.
Referentes como ellas, polinizadoras, hermanas que han trabajado duramente para demostrar su valía, para dejar atrás esos estigmas, para liderar, ellas abren caminos nuevos como el de Alba Cebrián Jiménez y Malaerba, en Benlloc. Este proyecto de vida va de agitación rural, de movimiento social, de agricultura regenerativa y de secano, custodian olivos y algarrobos con una consecuencia que se llama AOVE, multivarietal y también de farga. Ella es enfermera y eligió el mundo rural: “volver a la tierra ha sido la respuesta más grande que he encontrado a la posible solución a la actual sociedad en crisis continua”. Con todo lo que implica, por la dificultad de acceso a la tierra y la posibilidad de trabajarla sin conocimientos aprendidos de la maquinaria agrícola y ante una cultura basada en que las mujeres no servían al mismo tiempo que una autoexigencia generada por el miedo de no ser suficiente. Alba comparte esta reflexión y añade que ese miedo a fracasar existe. Ante ello señala a las referentes que hacen camino como ramaderes.cat o ganaderas en red, que demuestran que el sector primario no entiende de sexo per se, entiende de clima y burocracia.