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VALÈNCIA A TOTA VIROLLA

Prohibida la pelota: cuando València también pierde el arte de jugar en la calle

La crisis espacial para los de menor edad. Un acercamiento a una València que sí piensa en que la ciudad se acerque a los niños… y no solo al revés

27/04/2019 - 

VALÈNCIA. El cartelito. Maldito cartelito. La señalética de la prohibición. Prohibido jugar a la pelota. Ramalazo de vecinocracia para que todo un ritmo generacional sucumba ante una molestia puntual. Las ciudades convertidas -también- en yermos para la práctica del juego de los niños tras el frenesí de la configuración urbana más repentina que reflexionada.

Sus destinos están zonificados. Como si las zonas de juegos para los más pequeños requieran una cerca especial de la cual no escapar. El parque Gulliver de València se revuelve como el símbolo adánico. La ciudad de los pequeños comienza porque la otra los escupe. 

El libro The lost art of playing outside es un trabajo fotográfico de primer orden a cargo de fotógrafos como Shirley Baker, Martin O'Neill o Paul Kaye que muestra la costumbre ancestral de ver a los más pequeños haciendo propias las calles. Resulta un trabajo casi forense porque muestra la esquelas de otro tiempo. “Hace medio siglo era previsible que los niños se reunieran para correr, saltar, balancearse, patear, pelear y escalar, generalmente sin supervisión. Con los crecientes temores sobre la vulnerabilidad de los niños en la sociedad moderna, gran parte de esto se ha perdido”.

Qué puede hacer por ellos nuestra ciutat. Qué oportunidad por recorrer nos exige. Cuál es el pensamiento -si lo hay- sobre una adaptación urbana para los que tienen menos edad.

El juego no es importante, es algo más que eso. 

Silvana Andrés, Arquilecturas. “El juego en la infancia no es importante, es imprescindible. Es el mundo adulto el que pone nombre inapropiado a las acciones: cuando un niño o una niña juega está llevando a cabo la actividad más importante para su desarrollo, el juego no es únicamente una actividad lúdica, es la más valiosa forma de experimentación y por tanto de aprendizaje. Si no entendemos la importancia del juego en la infancia, difícilmente seremos capaces de darle el espacio adecuado. Hasta que no valoremos su grandeza será  imposible darle el lugar que merece”.

Los niños fuera de las calles

Chema Segovia, gestor urbano: “Los niños han desaparecido de las calles. Cuando se habla de esto, solemos responder con nostalgia y resignación, cuando no con simple naturalidad. Entendemos que esa pérdida no es más que una de tantas contrapartidas del progreso y que, por otro lado y gracias al cielo, el desarrollo nos permite dar a nuestros hijos sustitutivos de alta calidad (dispositivos electrónicos, clases particulares, fines de semana en el centro comercial, etc.). Esa excusa determinista nos libera de plantearnos la incómoda pregunta de si el verdadero problema que tiene la infancia no es precisamente el trato que recibe por parte de los adultos.

El modo en que actualmente tratamos a niñas y niños tiene un punto muy contradictorio. Generación tras generación, los niños reciben más atención y cuidado pero reducen su autonomía. En los últimos tiempos, hemos elaborado leyes en defensa de la infancia, los métodos educativos se han hecho más sofisticados, la crianza se ha vuelto más consciente… Y mientras todo esto ocurre, hemos limitando más y más la libertad de los pequeños, construyendo hábitats insensibles e incluso contrarios a sus necesidades.

Los escasos lugares que reservamos a los niños y las niñas en nuestras ciudades son espacios específicos y confinados. Corrales que fundamentalmente sirven para encerrarlos a la espera de que crezcan. La infancia se entiende hoy como una etapa previa al ingreso de los niños en la sociedad. Solemos referirnos a los pequeños como “la ciudadanía del futuro”, una expresión que lleva implícita la falta de reconocimiento como colectivo en tiempo presente, poseedor de inquietudes y necesidades propias, a las que necesitan dar respuestas activamente.

En último término, pienso que esa negación de la infancia como ciudadanía de presente es cómoda para los adultos. Anular al niño, pensar que es incapaz de expresarse, de decidir y de cuidarse por sí solo, nos sitúa en una posición de mando, de seguridad y de superioridad”.

No se trata de delimitar espacios

Ángela López, estudio ARAE: “En la propia búsqueda de un espacio para los niños está el problema. Los espacios públicos tienden a articularse según su uso, incluso a compartimentarse según su rango de edad. En el caso de los niños de una manera desproporcionada: los niños juegan en el parque y nada más que allí. Hace unos años (décadas vamos a decir) el espacio de juego se improvisaba aquí y allá. Con la expansión del vehículo y el creciente protagonismo en nuestros espacios públicos, el peatón se ha visto relegado a las aceras y a las escasas plazas peatonales. Junto con el peatón hablamos de los niños, y no hay que entender su espacio únicamente como espacio de juego propiamente dicho, sino como lugar de expresión, exploración, desarrollo de la creatividad y la imaginación y con todo ello surge el juego. Por esto, entiendo que a pesar de los numerosos parques infantiles (en kit) con los que llenamos nuestros barrios, el espacio donde se pueda sentir cómodo el niño en las calles ha disminuido”.

Mucho caucho, poca hierba

Silvana Andrés: “Imagino una ciudad en la que los espacios públicos son un viaje permanente para la infancia. València debería ser conocida como la ciudad de Gulliver, si te parece exagerado te invito a acercarte una mañana al cauce del río en este tramo. Comprueba allí el entusiasmo en las caras y la alta demanda por parte de los usuarios. Allí los niños y las niñas refuerzan su autoestima al asumir ciertos riesgos,  trabajan el equilibrio y el sentido límbico, pueden caminar sobre piedras, tumbarse en la hierba, compartir con el mundo adulto un espacio alejado del consumismo y de las prisas. El Gulliver es un buen ejemplo de acierto,  pero en mi opinión el mejor de todos los espacios para experimentar es la naturaleza, el espacio que ofrece mayor diversidad y más oportunidades de experimentación libre. La dotación de espacios naturales, alejados del tráfico y llenos de diversidad, debería ser el objetivo prioritario. Sin embargo asistimos a la irrupción del caucho como amortiguador, obviando que existen alternativas naturales mucho más apropiadas. Parques que persiguen la sobreestimulación en lugar de la estimulación, estridencias en el abuso del color, en las temáticas, diseños empobrecidos amparados en supuesta atención a medidas de seguridad e higiene”.

Marta Castro, Komba Eventos: “Hablando en términos generales creo que los excesos juegan una mala pasada en la educación de los niños/as: exceso de juguetes, exceso de materias, exceso de actividades extraescolares, exceso de centros comerciales, exceso de uso del móvil, exceso de protección… Haciendo referencia a esta última, el otro día escuché que un peque creía llamarse “cuidado”. Esta situación limita de una manera exagerada la imaginación de los niños/as y cuando se encuentran con espacios como la calle dejan de ver todas las posibilidades de juego que se encuentran en ella.

En la gran mayoría de zonas de juego que encontramos a disposición de las familias predomina el cemento, caucho y el hierro. Igual que los patios de los colegios con grandes muros, espacios diáfanos, grises y tristes. En mi opinión faltan elementos naturales: troncos gigantes, diferentes tipos de arena, casas de madera, piedras, flores, puentes, árboles… El juego es imprescindible para el desarrollo psicológico, motriz y social de los peques de la casa y considero que faltan muchos materiales para estimular la imaginación de los niños/as favoreciendo dicho desarrollo”.

A escala del vecindario

Ángela López: “Se trata de trabajar sobre el espacio no sólo del juego, sino a nivel de barrio, de vecindario. Ampliar las áreas de relación de vecindad, devolviendo al peatón el espacio invadido por el tráfico rodado, el aparcamiento de vehículos, la apropiación exagerada de espacio público por las terrazas... Como decía el sociólogo Francesco Tonucci "hay que trabajar para que la ciudad sea más apta para los niños, y entonces será apta para los ancianos, minusválidos y los adultos en general".

Más parques… naturales

Marta Castro: “Las calles de los barrios de las grandes ciudades han dejado de estar diseñadas para que jueguen los niños/as convirtiéndose en una sucesión de riesgos. Las ciudades necesitan más jardines y más espacios abiertos para que los niños jueguen de manera libre. Creo que hay que rediseñar estos entornos apartándonos de espacios lineales, reglados, simples y carentes de estímulos. Existen parques como Kölle 37 en Berlín y Tumbling Bay en Inglaterra, que cumplen los requisitos para ofrecer a los niños y niñas el espacio que necesitan. Imagino tomarlos como referencia para construir entornos donde los niños/as puedan experimentar, correr, imaginar… Nos quejamos del abuso del móvil, pero debemos plantearnos si estamos ofreciendo las herramientas suficientes para que los peques escojan diferentes alternativas de ocio. Cuando no ponemos límites a la imaginación, somos capaces de divertirnos con cualquier estímulo que proporciona el entorno. Hemos tenido unas Pascuas pasadas por agua y el temporal ha arrastrado consigo mucha de la arena de la playa de la Patacona, donde hemos organizado una escuela de Pascua en las instalaciones de La Casa de la Mar y contando con un grupo de 8 niños/as. Dentro de nuestro horario siempre hay un rato de juego libre para divertirse en la playa. Debido a las lluvias, las excavadoras y tractores estaban sacando la tierra del paseo llevándola de nuevo a la playa, creando así unas dunas de arena enormes que han sido la sensación de los peques. El trabajo de unos se ha convertido en la aventura de otros… Con esto decir que la solución es mucho más fácil de lo que a veces creemos, simplemente hay que querer llevarla a cabo”.

Frente a la exclusión, integtación

Chema Segovia: “El concepto de ‘parque infantil’ está plenamente asumido y hoy se da por sentado que es el espacio por antonomasia para el juego, pero en realidad es un invento muy reciente. En la época de nuestros padres y abuelos ni se imaginaba que pudiese haber sitios específicamente pensados para que las criaturas jugasen.

En los años 70 se empezó a discutir sobre si era conveniente o no crear lugares para la infancia y para el juego. Las posturas a favor de construir espacios infantiles valoraban la liberación de la que gozarían niños y niñas en ese lugar que les era entregado para su exclusivo disfrute. Los de opinión contraria defendían que debía evitarse la reclusión en espacios específicos para promover que estuviesen en contacto directo con la vida de la ciudad, pues ese contacto es necesario para la educación y el aprendizaje.

Actualmente, el debate se ha estancado por completo y se tiende a la reclusión estricta de los pequeños. Por eso, no queda otra que posicionarse claramente a favor de la integración de la infancia en nuestras ciudades.

La actitud a adoptar en esta línea es pensar que, en lugar de más y mejores espacios de juego, lo que necesitamos es recuperar las condiciones para que niños y niñas puedan jugar en cualquier calle. Pero como indicaba antes, este giro de perspectiva tiene mucho más que ver con un cambio cultural que con actuaciones de tipo urbanístico”.

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