Ocho posibles lecciones de once meses frenéticos que, quizá, podrían incorporarse a la nueva hoja de ruta. Son las propuestas de distintos agentes culturales de la ciutat
VALENCIA. Así de fácil. Qué enseñanzas culturales podríamos rescatar de la Valencia capital republicana para aplicar a la Valencia en transición de nuestros días. ¿Alguna? Bien con la melancolía, bien con el recuerdo republicano fragmentado como reliquias, bien con la naftalina… ¿pero detrás de todo eso, de tanta fotografía en blanco y negro, qué aprendizaje cultural -si es que hay alguno- ha sobrevivido como para aplicar a la ciutat de ahora mismo?
Valencia, con ese puntillo nostálgico que tan bien flota en su personalidad, recalca cada vez que puede sus capitalidades, tal vez insatisfecha con su posición jerárquica, necesitada de recuperar en su creencia un protagonismo al que no se sabe si aspira. ¿Está en su pasado capital parte de la hoja de ruta para el presente?
En el relato de aquella capital insospechada - de apenas un año- entre tiempos convulsos sobresale el recuerdo del esplendor, la bohemia, el progreso artístico como no veríamos en mucho tiempo. El furor reivindicativo se circunscribe al carácter expositivo. Refleja la museificación de una era y como consecuencia la aparente poca aplicación renovada de sus acciones culturales.
Pero… ¿hay lecciones que aprender de entonces?
“La identificación que hizo la ciudad entre libertad y cultura. Y, asimismo, entre libertad y educación. El aumento del número de escuelas y, en general, de la inversión en educación (en circunstancias más difíciles que las de hoy) es un indicador de las prioridades políticas. En un contexto dramático, Valencia tuvo, además, una insólita efervescencia cultural, es cierto que muy coyuntural, pero también muy real: desde la inversión en producciones teatrales y el fomento del arte, al encuentro de escritores y científicos comprometidos con la democracia y la libertad. Esa agitación cultural estuvo ligada al firme compromiso, incluso en el apartado lúdico y festivo de la ciudad (fue muy gráfico en lo que toca a su cara festiva más conocida, las Fallas) de oposición al fascismo”, señala Jesús García Cívico, profesor de filosofía del derecho en la UJI y jefe de redacción de la revista Canibaal.
“Se quiso educar -explica el dibujante Paco Roca-. Si la mitad de la población era analfabeta, y este porcentaje era mayor entre las mujeres, se tuvo bien presente que la educación era la base para crear una democracia estable. Desgraciadamente, todos sabemos que ese plan de educación a gran escala no llegó a desarrollarse”.
“La declaración como monumentos de la iglesia de Santa Catalina y del Colegio del Patriarca, entre otros: ambas no reconocidas luego por el gobierno sublevado. La primera tuvo además la intención de parar la reforma urbana que se la llevaba por delante”, recuerda José Ignacio Casar Pinazo, director del Museu de Belles Arts de València. Casar también recuerda “el proceso de incautación de obras de arte, en el que participaron entre otros Josep Renau y el galerista José Mateu, para custodiar obras de arte que pudieran ser objeto de vandalismo”. Pero sin obviar la realidad más agria: “Los daños a olvidar fueron entre otros la decisión de instalar almacenes con objetos de guerra y pertrechos en lugares monumentales; la incapacidad de controlar la revolución anarquista inicial de julio del 36 que implicó gravísimos ataques a edificios de alto valor artístico, destrucción de patrimonio mueble y documental, destrucción de estatuaria urbana…”.
“De los once meses que Valencia protagonizó la capitalidad republicana siempre me ha sorprendido el enorme despliegue de iniciativas culturales que se ponen en marcha en un contexto político tan amenazado ¿Cómo es posible que, en plena guerra civil, fueran capaces de activar y desplegar una enorme programación cultural con un indiscutible valor artístico y social? Creo que tuvieron muy claro cuál era la función de la cultura: estas producciones y programas fueron el reflejo de una concepción popular y revolucionaria de la cultura, y de la consideración de esta como instrumento -y a la vez emblema- de la lucha contra el fascismo. La mayoría de los intelectuales y artistas valencianos se sumaron con entusiasmo a las propuestas que desde las instituciones se planteaban, ya fuera al servicio de la propaganda, ya fuera al servicio de la educación. Por esta razón, Valencia vivió -a pesar de estar en plena contienda y tener que acoger a miles de refugiados- un momento de esplendor en producción cultural”, desliza Norberto Piqueras, jefe de exposiciones de La Nau.
“Fue posible porque las instituciones públicas en materia de cultura contaron con gestores de la talla de Josep Renau (durante estos meses es Director General de Bellas Artes) convencidos de la función social del arte y del compromiso social del artista. Y este credo, esta convicción definió, en gran parte, las decisiones, programas y acciones de los diferentes organismos y agrupaciones: el Subcomisariado de Propaganda, el Sindicato del Arte Popular de Valencia, el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes (que tuvo su sede en el actual Centre Cultural La Nau de la Universitat de València), la Dirección General de Bellas Artes, la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura, el grupo Acción de Arte o la sección de Bellas Artes de la FUE, entre tantos otros. Creo que su ejemplaridad –para nosotros- estriba en su enorme capacidad en la planificación y organización del trabajo, en la insistente persecución de sus objetivos. Fueron perseverantes, a pesar de las enormes dificultades que les tocó vivir, y sus propuestas, sus logros fueron el reflejo de esa concepción revolucionaria de la cultura como instrumento fundamental para armar y fortalecer una sociedad democrática duramente amenazada”, insiste Norberto Piqueras.
“La difusión de la cultura era fruto de una fuerte convicción, y se acometió con tanto interés como la propia defensa de la república. Además los artistas estaban implicados a través de varias asociaciones y sindicatos, dando un sentido social a su trabajo propio de los movimientos e ideologías de la época”, define el diseñador Ibán Ramón. “Josep Renau, junto a otros autores conocidos como Monleón, Rafael Raga, Peris Aragó, González Martí y muchos otros constituyeron un grupo propio llamado peña El Sifón, que se reunía en el café Colón de Valencia. Un grupo de artistas que reclamaba alejarse de los postulados del art nouveau y adoptar posturas artísticas de un carácter más europeísta. La importancia del cartelismo en Valencia durante esos años hay que circunscribirla a la gran tradición de cartelistas en Valencia que ya con anterioridad eran muy solicitados por marcas con fines comerciales”, remata Paco Ballester, director de Disseny CV.
“Pienso en Federica Montseny. Pienso en femenino. Me entristece mucho que en el instituto nadie me hablara de ella, ni de ellas, porque es siempre en plural. Me gustaría haber tenido un referente así cuando era adolescente. Conocerlas a todas. Federica fue la primera mujer ministra de la Europa de Occidente (Sanidad y Asistencia Social: por muy poco tiempo, sí, pero estuvo, fue). Llegó a su puesto como ministra dos días antes que se trasladara el Gobierno de la República a Valencia. (...) En esa Valencia republicana donde se daba tanta importancia al espacio público: cambios de nombres de calle (Federica tuvo la suya en una calle con pasado religioso ¡una abortista en un lugar de monjas!), sedes políticas y culturales en antiguos palacios y edificios de clases adineradas: reutilización y resignificación, y cómo no el salto necesario de las Fallas de la República protagonizando un auge creativo y lúdico en la Valencia más atrevida de la historia”, proyecta la escenógrafa Teresa Juan.
“Una de las cosas que más me sorprende de esa época, a nivel de diseño, es la capacidad que se tenía de lanzar mensajes sociales y campañas de concienciación. Carteles, revistas, libros… toda una serie de piezas diseñadas y creadas por ‘diseñadores’ que hoy casi parece impensable. Sobre todo con los medios que había entonces que eran muy complejos. Con la capacidad que tenemos ahora de generar mensajes deberíamos ser más activos”, reivindica Víctor Palau, director de Gràffica. “El legado gráfico que nos dejó esa época es brutal, y no hay que tener complejos en recuperarlo, al contrario, hay que reivindicarlo, recuperar aquella cultura visual que es parte de la identidad de los valencianos. La gran lección cultural de la época que los diseñadores deberíamos reaprender (porque ya lo aprendimos) es a poner la creatividad al servicio de la comunicación, al diseño y a la ilustración como reforzadores de mensajes (informativos, comerciales o en los bandos de la guerra incluso propagandísticos). 80 años después hay más obsesión por las tendencias y por la estética más que por la verdadera función cultural del diseño”, culmina el diseñador Xavi Calvo.
El lejano e intencionadamente idealizado, 14 de abril de 1931, día en que se proclamó la II República en España, sigue siendo una fecha histórica edulcorada y mitificada con una letal dosis de maldad y puerilidad, pues los mismos que la proclamaron la destruyeron