VALÈNCIA. De Teo tenemos la información necesaria para conocer al dedillo su vida. Los parques que frecuenta, los hermanitos que tiene o la escuela a la que va. Es lo que tiene publicar todo lo que haces. Igual pasa con los protagonistas de sagas como El señor de los anillos o qué decir del universo de los superhéroes del cómic americano, los reyes de la precuela y la secuela. En un mundo de Harry, Frodo o Tintín, ¿en qué lugar queda Quinito? Sí, Quinito. El ahora desconocido personaje fue hace más de medio siglo protagonista de numerosas producciones audiovisuales, convirtiéndose en el gran emblema de la animación valenciana en su origen. Producto de la imaginación de Joaquín Pérez Arroyo (1895, Córdoba), este valenciano de adopción es uno de los nombres clave de la primera etapa de una animación valenciana que siempre ha estado bajo la sombra –también por lo que respecta a documentación e investigación- del gigante barcelonés y una menos fructífera Madrid que, aún así, fue sede de la Sociedad Española de Dibujos Animados (SEDA).
Su nombre y el de otros representantes del sector, como Carlos Rigalt o Patricio Payá, vuelven a salir a la luz hoy con motivo de la exposición Pioneros de la animación valenciana (1939-1959), que ayer abrió sus puestas en el Museu Valencià de la Il·lustració i la Modernitat (MuVIM), muestra que fue presentada por el director del centro, Rafael Company; Amador Griñó, jefe de exposiciones del museo; Raúl González Monaj, comisario de la muestra; y Lola Pérez Fayos, hija de Joaquín Pérez Arroyo. La disposición de la muestra remite a aquellas cintas clásicas, como Mary Poppins o La bruja novata, en las que la realidad y los dibujos conviven en un mismo espacio, una escenografía que da tres dimensiones a aquellos personajes que hicieron volar la imaginación en un momento en el que era más necesario que nunca.
La muestra parte de dibujos, esbozos y materiales utilizados por estos pioneros en los procesos creativos, repasando también a la obra de los creadores que pudieron servirles de inspiración, un recorrido en el que el material audiovisual ocupa un lugar destacado, para el que se ha habilitado un pequeño cine. A pesar de que aproximadamente tres cuartas partes del material existente ha desaparecido, la Filmoteca valenciana ha restaurado y digitalizado medio centenar de piezas, algunas de ellas proyectadas en la propia exposición. El proyecto nace precisamente de la frustración por la falta de información, siendo la más extensa las “tres o cuatro páginas” que se dedica a estos creadores en el libro Cine de animación experimental en Valencia y Cataluña, un escenario que invitó a Raúl González-Monaj a seguir investigando.
La exposición cuenta con numerosas joyas de la animación, entre ellas dos fondos originales de Quinito en sangre torera, cortometraje reconocido con un 2º premio por el Sindicato Nacional del Espectáculo (precursor de los Premios Goya). Desde su propio domicilio y ayudados de su familia (esposa, hijos, novias de éstos y amigos) Joaquín Pérez Arroyo y su hijo Alberto abordan desde 1941 de manera autodidacta la realización de nueve cortometrajes y una pieza documental para las majors CEA y CIFESA, así como de cuatro anuncios para cines. Con obligatoriedad del NO-DO (enero de 1943), que supuso el fin del metraje corto en España, la familia inicia una segunda época adentrándose en el cine doméstico de juguete, mediante el que siguen sacando de aventuras a personajes como Tom-Mix- Ito, el perro Séneca, Finita o el ya conocido Quinito.
“Fueron precursores del transmedia. Usaban los mismos personajes en cortos, tebeos… Nacieron en el cine y trasladaban al tebeo cuando lo normal hoy es que sea al revés”. La historia de Pérez Arroyo tiene también una parte de leyenda, pues cuentan sus familiares que el gigante Disney les tendió la mano para que fueran a trabajar a los estudios de Burbank, oferta que ellos habrían declinado. Esto lo convertiría en el primer español que tuvo la posibilidad de trabajar en la compañía, siendo los primeros que lo hicieron Oskar Urretabizkaia y Sergio Pablos, ya en la década de los 90. Aunque la carta de la compañía del ratón permaneció años desaparecida, la hija de Alberto Pérez, Lola Pérez, sí conserva el sobre de la misma. “[Esta exposición] se trata de un homenaje a aquellas personas que, en un contexto muy duro y difícil, tuvieron la audacia de constituir una industria del dibujo animado”, recalcó el director del museo.
De esta forma, el comisario reconstruye el rastro de Carlos Rigalt, proveniente del teatro y las artes decorativas y autor de las primeras películas valencianas de animación de las que se tiene constancia. Rigalt consiguió sacar adelante algunas de las primeras películas cortas de la edad de oro de la animación española y solo por ello es merecedor de consideración. Lamentablemente no quedó rastro de ninguna de estas producciones, al igual que sucedió con el 70% de la producción levantina realizada en 35mm, lo que no hizo más que aumentar el misterio sobre este adelantado. De él se conservan (y exhiben en el MuVIM) tres obras acabadas: Tarde de toros (1939), Tempranilo hace tarde (1940) y Riega, que llueve (1941). La inexistencia de una industria propiamente dicha y el contexto político llevaron a Rigalt a abandonar València por su Guatemala de nacimiento, donde inició una exitosa carrera de pintor y decorador, estando entre sus trabajos más destacados los realizados en el Palacio Nacional en el gobierno de Jorge Ubico.
El tercer pilar de la exposición es el menos ortodoxo, un Patricio Payá que generó películas de papel y no de celuloide, cuya tarea de recuperación ha sido toda una odisea. “Hemos mirado en filmotecas, en rastros, en Wallapop…”, confesaba el comisario de la muestra. Es este autor el que representa más claramente una de la conexiones inevitables de los creadores de animación valencianos: el sector del juguete. Desde mediados de los años treinta la juguetera Hnos. Payá, ubicada en la localidad de Ibi, comercializó una versión mejorada del Cine Nic bautizada como Cine Rai, un entretenimiento basado en la animación que utilizaba la obturación alterna y la tira de papel traslúcido como película para generar una primitiva ilusión de movimiento. Fue obra de Patricio Payá (que no tenía ningún parentesco con los dueños de la compañía) las más de cien películas que componían el catálogo de la máquina, realizadas entre 1940-1944.
Con los pocos autores que en aquel momento habían optado por operar desde una València sin industria y frente a una todopoderosa Barcelona desmantelados y reubicados profesionalmente se cerraba un capítulo al que le han seguido muchos otros. Estos últimos años están claramente marcados por la irrupción de Disney, cuyos personajes imperaban, conviviendo en un primer momento con los de Pérez Arroyo en los juguetes y, posteriormente, sustituyéndolos. Sería el catálogo del modelo de proyector lanzado por Industrias Payá en 1956 el último a personajes como el perro Séneca o Quinito, poniendo punto y final a una trayectoria que hoy recupera el MuVIM. Esto es todo amigos.